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Tener esperanza: Lecciones de José


Si existe un personaje bíblico capaz de enseñarnos el significado de la palabra esperanza, ese es José.

A la edad de 17 años tiene dos sueños de parte de Dios que la muestran un destino de grandeza y honor. Pero los años que transcurrieron desde el momento en que sueña con su destino, hasta la realización del mismo, realizado por etapas, nos indica una clara evolución de José hacia la plenitud de sí mismo, y por supuesto, la realización de su destino.

La historia de José desmitifica un poco la relación con Dios.

Se cree que el hecho de que una persona tenga la intervención divina, como era el caso de José, le crea una especie de salvaguarda absoluta contra los problemas. Como si la persona fuera cubierta con una especie de burbuja.


Por eso es que al vivir lo que algunos llaman "la noche oscura del alma", o al estar viviendo situaciones límite, la inmensa mayoría de las personas asumen dos posiciones:
  • Creer que se está por encima de las circunstancias penosas:
Es la reacción orgullosa de quien dice: ¡soy mejor que esto!, y se niegan a reconocer que están en un problema, o viviendo horas bajas.
  • Asumir la actitud de: ¿Por qué Dios permitió que esto ocurriera? ¿Por qué a mí? ¿Qué hice para merecer esto? ¿Por qué la vida se ensaña conmigo? ¡Dios me ha fallado! (las otras expresiones similares, las dejo a la imaginación de cada cual).
Lógicamente, hemos pasado por esas actitudes. Son universalmente humanas.
Pero, ¿son las más convenientes? ¿Me beneficia asumir esa actitud cuando estoy metido/metida en una especie de túnel sin salida?

La actitud que realmente beneficia y conviene, es la que nos ayuda en medio de las crisis.

La actitud que adoptó José.

José desarrolló cualidades. Se construyó a sí mismo internamente sobre sólidos cimientos. Se acostumbró a sacar el mejor partido de las circunstancias, así fueran totalmente desfavorables.

José dio lo mejor de sí en cada situación que enfrentó. Cuando era el hijo predilecto de Jacob, se encargaba con esmero de cualquier tarea que le dieran. Cuando fue vendido como esclavo a Potifar relata la Biblia:

Génesis 39:2-3
Pero Jehová resultó estar con José, de modo que este llegó a ser un hombre que en todo tenía éxito, y vino a estar sobre la casa de su amo, el egipcio. 3 Y su amo llegó a ver que Jehová estaba con él y que Jehová hacía que todo lo que él efectuaba tuviera éxito en su mano.

"Llegó a ser un hombre que en todo tenía éxito". ¿Exitoso como esclavo? Sí. Porque todo lo que hacía tenía éxito, y Jehová estaba con él, y Potifar lo notó.

Hay personas que son ricas, con altos cargos políticos, y no son exitosas. No hallan satisfacción del trabajo excelentemente hecho, del sentido de contribuir al bienestar y prosperidad de otros. José no era un trabajador desganado, de esos que hay que ordenarle 10 veces que haga las cosas, y que las haga bien hechas. Éxito no es solamente dirigir con acierto un holding empresarial, o realizar investigaciones científicas. Hay personas que son porteros de un edificio, o empleadas domésticas y tienen una buena actitud. Eso es éxito también.

José se elevó a así mismo por encima de sus circunstancias. No permitió que estas lo hundieran en la depresión, frustración o desánimo.

Al estar en prisión, José estaba perdido. No habría esperanza de salir de la prisión, ni nadie que intercediera a su favor.

José entonces, se apoyó en su Centro.

Porque todos tenemos un Centro psicológico, un lugar en el cual podemos conectarnos con Dios. Dicho Centro puede actuar como un círculo psicológica, espiritual y emocionalmente protector. Aquello que nos hace ser íntegros, y nos preserva de la adversidad, queda intacto dentro de nosotros.

José dejó de lado su egocentrismo. Ese lado nuestro que es egoísta, orgulloso, que se resiste a humillarse, a ser humilde, a ser flexible, a ser paciente. El egocentrismo de José tenía antecedentes: era el hijo favorito de su padre Jacob, y era el favorito de Dios. Y él mismo era un ser excepcional. Una mezcla de condiciones que le hacían candidato fácil a ser engreído. A creerse el centro del mundo, y que todo tenía que girar en torno a él.

En esa misma posición estaba Jesucristo. No era cualquier persona. Era el Segundo en Poder en el Universo, cuando tuvo que "despojarse a sí mismo y tomar la forma de un esclavo y llegar a estar en la semejanza de los hombres. Más que eso, al hallarse a manera de hombre, se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, sí, muerte en un madero de tormento" (Filipenses 2:7-8).

Humillarse para una persona común y corriente, es relativamente fácil. Pero para alguien que sabe tener poder, alguien que sabe quién es realmente, humillarse no es fácil.

José dejó de lado su ego. Dejó de lado sus ideas infantiles sobre Dios, sobre sí mismo, y sobre la vida. Había sido traicionado por sus medio hermanos, por la esposa de Potifar, y sus sueños de grandeza ya no dependían de él. Estaban en manos de Dios.

¿Qué hacer entonces?
José tenía sus sueños dados por Dios. Tenía un legado espiritual en su familia, que constaba de las historias de Abrahán, Isaac y Jacob. Ahora le tocaba a él crearse su propia historia como heredero del Pacto de Dios con Abrahán.

"Jehová estaba con él", con José. Si se hubiera vuelto amargado, autocompasivo o cínico José, Dios no le hubiera manifestado ese favor continuo. José hizo de su relación con Dios un motor diario.

Puede que no nos creamos tocados por Dios a cumplir un gran destino, como José. Pero podemos aprender de él, y afrontar el día de mañana recordando que, después de todo, parece que los sueños sí se hacen realidad.

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