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Adán y Eva

El relato del Génesis sobre el origen de la humanidad se inicia con una declaración de Dios:

-Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo, sobre los animales domésticos, sobre los animales salvajes, y sobre todos los reptiles que se arrastran por el suelo.


Ya existía la Tierra. Pero bajo un proceso gradual, controlado, dirigido, energía dinámica fue moldeada, cual materia maleable, en manos de un Creador que conducía los asuntos . El espíritu santo, presente como fuerza formadora, daba la forma, la composición y la estructura a cada nueva creación que de la Mente de Dios iba gestándose, transformándose en un nuevo objeto en ese planeta con una nueva vida, llamado Tierra.


En cada etapa de creación, llamado día, que tuvo una duración de 7.000 años, fue el Creador culminando con éxito, cada una de las necesarias estructuras y formas necesarias que fueran parte de un todo llamado Tierra.


La Luz.


El Cielo.


La Tierra, el Mar. La Vegetación.


El Sol, la Luna y las Estrellas.


Los Peces, las Aves y los Animales Terrestres.


El hombre y la mujer.


Toda creación tiene el sello de su Creador. Todo cuanto Dios había hecho, tenía, por decirle así, el ADN de Dios, su huella propia.


Pero sería una creación en particular la que poseyera la huella indeleble, la viva imagen de Dios: el hombre y la mujer. Ambos serían la imagen y semejanza de Dios en la Tierra. Así lo dijo Dios. Y así sería.


Y Dios creó al ser humano a su imagen. Lo creó a imagen y semejanza de Dios. Hombre y mujer los creó, y los bendijo con estas palabras: Sean fructíferos y multiplíquense, y llenen la tierra y sométanla, y dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el suelo.


Dios había bendecido todo cuanto había creado. La palabra bendición viene del verbo hebreo ba·rákj, que se suele traducir “bendecir”.


¿Qué significa la bendición de Jehová? Porque el hombre y la mujer tenían, en la mente de Dios mientras Él se espaciaba en su Mente en el momento de crearlos, bendecirlos, al hombre y la mujer.


“La bendición de Jehová... eso es lo que enriquece, y él no añade dolor con ella” declara la Biblia. Jehová bendijo al hombre y la mujer, iba a protegerlos, favorecerlos, guiarlos, hacer que prosperaran y cubrir sus necesidades, con el consecuente beneficio para esas personas.

La buena voluntad de Jehová para con todas sus criaturas, en particular el hombre y la mujer, se manifestó cuando Él proclamó la bendición sobre ellos.


Todo aquello que fuese para felicidad, bienestar y plenitud, serían para el hombre y la mujer, hechos a la imagen y semejanza de Dios.


¿Qué harían el hombre y la mujer?

También les dijo Dios:

-Sean fructíferos y multiplíquense, y llenen la tierra y sométanla, y dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el suelo.


Yo les doy de la tierra todas las plantas que producen semilla y todos los árboles que dan fruto con semilla. Todo esto les servirá de alimento.


El hombre y la mujer debían multiplicarse, llenar la Tierra, y tenerla bajo su dominio, y controlar con éxito a las demás criaturas. El dominio del hombre y la mujer sobre la Tierra sería para el bienestar de todo el planeta, porque sería bajo la bendición de Dios.


Y Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente.


Esto sucedió en el año 4.026 A. C. Dios creó al hombre con los elementos de la Tierra. Carbono, Oxígeno, Hidrógeno y Nitrógeno, además de alrededor de 30 elementos químicos conforman a hombre y mujer. Dios sopló en las narices de esta figura formada del polvo del suelo el aliento de vida, y llegó a existir el primer ser humano consciente, hecho a imagen y semejanza de Dios. Adán significa "ser humano", o "humanidad", en general. Dios formó al ser humano de la tierra. Adán viene de «Adama» (suelo, tierra). El ser humano tiene, por tanto, una profunda vinculación con la tierra.


Adán es colocado en un lugar especial. Un jardín, cuyo nombre Edén, significa "Placer", "Deleite". Jehová plantó este jardín, y allí puso al hombre que había formado. E hizo Dios que creciera toda clase de árboles hermosos, los cuales daban frutos buenos y apetecibles.


El Jardín de Edén era el hogar de Adán. Recordando que Dios había declarado que crearía al macho y a la hembra, a su imagen y semejanza, ya vemos al macho, o varón. Faltaba la mujer, la hembra.


Adán debía cuidar al Jardín de Edén. Y aprender a sojuzgar, o dominar a la creación. No entró a dominar el 100% de la Tierra. Poco a poco, en Edén, aprendería el modelo de cómo quería Dios que fuera la Tierra. El Jardín de Edén, en su concepto, era lo que deseaba Jehová que fuese toda la Tierra. Extender ese modelo a toda la Tierra sería el trabajo de Adán, de su pareja, y de los demás humanos que nacieran.


Mientras tanto, Adán tenía la labor de ponerle nombre a los animales que Dios conducía a él. Fue Adán quien puso nombre a los animales, y nuestra imaginación entra en juego para tener una idea de lo que significa estudiar a cada animal, ponerle nombre y aprender sus características. Paulatinamente la vida de Adán transcurría en el Jardín de Edén. Dormía tranquilo. Sin alarmas de carros que le despertaran a las 4:32 de la mañana, y sin la presión de tener que levantarse a las 5:50 de la mañana para ir a trabajar, dándose esos interminables 5 minutos tan gratos cuando uno amenaza con pararse de la cama y esta parece más agradable que nunca. Adán no necesitaba ir a hacer mercado. O preocuparse por hacer las compras del café que falta, o el pan de la cena.


Pero, aunque nos cueste creerlo, Adán siente que le falta algo.

No era comida. Esa la tenía de sobra.

No le faltaba salud, esa la tenía.

Ni casa, su casa era el Jardín de Edén.

¿Le faltaba Dios? Para nada. A Dios lo tenía todos los días.


El mismísimo Dios se dio por enterado de la carencia de Adán.


-No es bueno que el hombre continúe solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada, un complemento.


Adán estaba solo. Su única compañía había sido Jehová Dios y los animales. Pero ya era hora de tener una compañía. Era hora de que el propósito de Dios para la Tierra avanzara.


Entonces Dios el Señor hizo que el hombre cayera en un sueño profundo y, mientras éste dormía, le sacó una costilla y le cerró la herida. De la costilla que le había quitado al hombre, Dios el Señor hizo una mujer y se la presentó al hombre.


Una noche, como tantas anteriores, Adán fue a dormir. Cayó en un sueño profundo. Dios hizo lo suyo: crear. Esta vez, crear de una parte de Adán, a la que sería su compañera. A quien sería la otra imagen y semejanza de Dios. Adán no era al 100% la imagen y semejanza de Dios. Ni lo sería su compañera. Ambos serían ese 100% de la imagen y semejanza de Dios, así lo había establecido Jehová al declarar la creación del macho y la hembra.


A la mañana siguiente, ¡sorpresa!

Vaya novedad.

Adán vio a alguien.

Alguien que le produjo en su interior una fuerza, una energía especial, desconocida por él hasta ese entonces. Estar en presencia de este ser generó en Adán una fuerza… la fuerza de la atracción.


Era sin duda la mañana más feliz de Adán, y todas eran felices.

Adán exclamó:

-¡Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne!

Se llamará “mujer” porque del hombre fue sacada.


En español parece una frase poco romántica, alejada del tono emotivo que rodea al momento. Por cierto que es la primera vez que Adán habla en la Biblia.


Pero la frase entera de "¡Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne!


Se llamará “mujer” porque del hombre fue sacada", es un poema en hebreo. Y está en un tiempo verbal en el que la acción continúa. Era como si al transcurrir el tiempo en el que Adán estaba con esta compañera, llamada "Mujer", o Eva, se convenciera aún más de estar en presencia de aquella compañera tan ansiosamente esperada.


Dios habló:

-Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser.


Estas palabras eran aplicativas a Adán y a cualquier futura pareja. El hombre dejaría a sus padres, se uniría a su mujer, y los dos llegarían a ser un solo ser, en el que cada cual se complementa.


Dice la Biblia que el hombre y la mujer estaban desnudos, pero ninguno de los dos sentía vergüenza. ¿Vergüenza de qué? ¿De ser ellos mismos? ¿De estar en el lugar y condición en el que quería Jehová que estuviesen?


En este relato el hombre, Adán, aparece como referido hacia la mujer. Ambos forman una unidad profunda. El hombre suspira por la mujer. Encuentra su plenitud sólo cuando se sitúa ante la mujer en una buena relación. Hombre y mujer se complementan.


La historia de Adán y Eva esclarece no sólo la profunda unidad y la mutua pertenencia, sino también las motivaciones de las luchas de sexos que traspasan toda la historia de la humanidad. Es evidente que el hombre puede llegar a ser plenamente hombre sólo si reconoce a la mujer en paridad de rango y de valor y si se deja inspirar por ella. Esto se hace realidad sólo cuando él integra en sí a la mujer, cuando él entra en contacto con esa parte femenina del alma masculina.

Adán y Eva están desnudos. Se aprecian y se exhiben mutuamente. No tienen que esconderse el uno del otro. Y ninguno necesita llevar a cabo juegos de poder, o imponerse sobre el otro, o inculpar al otro.


En el Jardín de Edén, Adán y Eva lo tienen todo. Se tienen el uno al otro, y tienen a Dios. Pero tenían responsabilidades. Las que les había impuesto Dios de someter a la Tierra y sus criaturas.


2 árboles en el Jardín de Edén eran especialmente recordatorios de la bendita relación de Adán y Eva con su Creador:


En medio del jardín estaban el árbol de la vida y también el árbol del conocimiento del bien y del mal.


Adán y Eva no tenían al mal como motivación. El árbol, que estaba en medio del Jardín, era el epicentro de un recordatorio constante: Dios, y la obediencia a Él.


Adán y Eva debieron de haber hablado largas horas, en conversaciones animadas, plenas de conocimiento, tanto de ellos mismos como de lo que Dios les enseñaba. Porque Dios les enseñaba a ambos, pues los dos eran sus hijos.


Bien sabemos que en el relato bíblico se introduce un elemento ladino: una serpiente. Era la más astuta de todos los animales del campo que Dios había hecho. Las serpientes no hablan, pero bien sirvió este animal a los propósitos de un ser espiritual, un querubín, llamado por Dios a ser el Custodio del Jardín de Edén. ¿Qué pasaría si Adán y Eva pasaran por alto el mandato de ni siquiera tocar el árbol? La tentación fue in crescendo. Este querubín visualizó un sistema diferente de manejar los asuntos en la Tierra. Tal vez una especie de variante de divinidad autoinducida a Adán y Eva. ¿Por qué no?


Siendo este personaje mencionado pocas veces en la Biblia, en esta historia de Adán y Eva, vale la pena hacer este paréntesis y profundizar en las motivaciones de este querubín rebelde.


Jesucristo le calificó como el "Padre de la mentira". "No permaneció firme en la verdad, y cuando habla la mentira, habla según su propia disposición", señaló Jesucristo.


Cuando uno compara la verdad con la mentira, es una comparación muy clara: la verdad es real, cierta, tangible. La mentira es una falacia, una ilusión, un engaño.


Pero siendo este ser el primero en pronunciar una mentira, uno se pregunta: ¿por qué lo hizo? Las motivaciones son la raíz de todo acto. En los hombres y mujeres, es el corazón, el deseo el gran detonante de una acción.


Este ser espiritual realmente se convenció a sí mismo de la validez de su razonamiento. Creyó sinceramente que su postura, su razonamiento de probar en Adán y Eva una especie de sistema de divinidad paralela a Jehová, tendría éxito.


Ninguna persona pensante, se embarca en una aventura riesgosa, sin sopesar los riesgos, los pros y los contras, y sin hacer la más pertinente pregunta: ¿vale la pena el riesgo? ¿tengo garantías de éxito?


Como algo similar JAMÁS había sucedido en el Universo, sentaría un precedente. Es evidente que este ser espiritual que usó una serpiente, se convenció a sí mismo de lo necesario, lo importante, y hasta justificado que era su acción.


Uno no puede engañar a otro sin estar engañándose a sí mismo. La frase que expresó Jesús de la "disposición" del querubín rebelde, indica una inclinación interior en su consciencia, de que el camino a seguir de inducir a Eva al engaño, era el mejor.


La serpiente le preguntó a la mujer:

—¿Es verdad que Dios dijo que no comieran de ningún árbol del jardín?

—Podemos comer del fruto de todos los árboles —respondió la mujer—.

Pero, en cuanto al fruto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: “No coman de ese árbol, ni lo toquen, de lo contrario, morirán.


Pero la serpiente le dijo a la mujer:

—¡No es cierto, no van a morir!

Dios sabe muy bien que, cuando coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y llegarán a ser como Dios, conocedores del bien y del mal.

La mentira fue cuidadosamente urdida. Porque no existe mentira más convincente que aquella que parece verdad. De hecho toda la declaración de la serpiente es contradecir con un "no" lo que había dicho Dios.


¿Qué hace Eva? Vio que el fruto del árbol era bueno para comer, y que tenía buen aspecto y era deseable para adquirir sabiduría, así que tomó de su fruto y comió. Luego le dio a su esposo, y

también él comió.


El tener otra idea sobre el árbol fue determinante. Antes, lo veía como un árbol más. Ahora, su perspectiva cambia. Eso puede entenderse, porque mientras el conocimiento que uno tiene de un asunto es limitado, su opinión es intrascendente. Pero al tener más elementos, más datos, y una oferta que parece atractiva, todo cambia.


El ser como Dios fue la promesa de la serpiente a Eva. Ser una divinidad, sería un ascenso, una elevación, sería una nueva realidad de poder para Eva. Eva tenía límites, también Adán. Pero el relato añade que Eva podía acceder a sabiduría. Un tipo de sabiduría que le haría ser un dios. Eso hacía que el comer del fruto del árbol fuese todo un reto necesario para ella. Comió, y luego dio a Adán.


En ese momento se les abrieron los ojos, y tomaron conciencia de su desnudez. Por eso, para cubrirse entretejieron hojas de higuera.


Los ojos abiertos fueron los de su consciencia. Una consciencia que se había decantado hacia un rumbo distinto al que había marcado Dios.


¿Permanecerían Adán y Eva sencillamente como dos niños inocentes en Edén toda la eternidad? No. Adán y Eva eran perfectos, pero debían transitar un camino hacia la madurez, hacia ser plenamente conscientes de lo que eran. Les quedaba mucho por aprender y madurar.


Tendemos a creer que ser perfecto nos compra el tiquete de la felicidad, la paz y una buena posición con Dios. Pero el aprender la obediencia, el madurar, el ser personas plenamente conscientes, y en estado de completud es un proceso, más que un fin en sí mismo.


De Jesucristo, Hijo de Dios, dijo Pablo que había aprendido la obediencia por las cosas que sufrió. ¿Era masoquista Jesús? No. Pero una persona inteligente debe reconocer y admitir que siempre hay un proceso tendiente hacia la completud de consciencia, consigo mism@ y con Dios.


Lo tuvo que vivir Jesucristo, que era perfecto, y llamado segundo Adán. Adán y Eva debían crecer espiritual y psicológicamente, madurar. El ser perfectos les ayudaría, pero no lo era todo.


Eva pudo haber elegido diferente rumbo. Pudo haber dado media vuelta e irse. O haber llamado a Adán y considerar con él el asunto. Eran una pareja, así que el asunto era cosa de dos. Pero Eva precipitadamente comió. Y luego Adán. Adán no comió precipitadamente, sino que lo hizo plenamente consciente de que estaba transgrediendo el mandato divino.


En algún momento de la tarde, cuando el día comenzó a refrescar, oyeron el hombre y la mujer que Dios andaba recorriendo el jardín; entonces corrieron a esconderse entre los árboles, para que Dios no los viera.


Pero Dios llamó al hombre y le dijo:

—¿Dónde estás?


El hombre contestó:

—Escuché que andabas por el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso me escondí. —¿Y quién te ha dicho que estás desnudo? —le preguntó Dios—. ¿Acaso has comido del fruto del árbol que yo te prohibí comer?


Él respondió:—La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí.


Entonces Dios el Señor le preguntó a la mujer:—¿Qué es lo que has hecho?—La serpiente me engañó, y comí —contestó ella.


Cuando Dios pregunta a Adán "¿Dónde estás?", Adán responde que tuvo miedo porque estaba desnudo, y por eso se esconde de Dios.


Adán, ahora, tiene miedo de presentarse ante Dios tal como es. Tal y como es ahora. Se esconde de Dios. Con ello está expresando algo esencial sobre sí mismo. A los hombres les cuesta soportar la propia verdad y mostrársela a Dios. Prefieren esconderse detrás de su fachada.


La pregunta de Dios es hoy más actual que nunca. Cada hombre debería dejarse interpelar por Dios: "¿Dónde estás?" ¿Estás plenamente contigo mismo? ¿Eres realmente tú mismo? ¿Dónde estás con tus pensamientos? ¿Puedes soportarte tal como eres?


Son preguntas duras, difíciles de hacerse uno mismo, cuyas respuestas asustan terriblemente, porque pueden revelar verdades sobre uno mismo que duele aceptar. Pudiera pasar que todo el mundo de ideas, o la vida propia, se derrumbara en un santiamén, tan sólo ante el simple formularse estas preguntas.


Obviamente Adán está confundido. Le ofrecieron ser como Dios, y se siente terriblemente mal. La lección personal, si se quiere tomar, claro está, es que existe la necesidad de preguntarse dónde estoy yo, cómo soy yo y qué soy yo. Tengo que dejar de esconderme. Sólo cuando me atreva a permanecer en pie con mi desnudez, a aceptarme tal como soy -desgarrado, fuerte y débil, pasional y a la vez cobarde y esquivo-, sólo entonces iniciaré el camino del autoconocimiento, de la madurez y de la vida plena.


Cuando Dios pregunta a Adán si ha comido del árbol prohibido, este echa la culpa a Eva: "La mujer que me diste como compañera me dio del árbol y comí". También esta particularidad es característica de muchos hombres. No admiten la propia culpabilidad y la arrojan sobre los demás. Adán echa la culpa en última instancia al mismo Dios. Efectivamente, él ha sido quien le ha dado a su mujer. De su parte, Adán no puede hacer nada. Se niega a asumir cualquier responsabilidad respecto a su acción.


Por otra parte, vemos el efecto de la acción de Adán y Eva en la relación de pareja. El hombre suspira por la mujer. Pero evidentemente lleva también dentro de sí una parte que siente temor ante ella. Por eso le echa la culpa cuando algo no sale bien. El hombre siente atracción por la mujer. Es una sola cosa con ella cuando con ella se hace una sola carne. Pero experimenta a la vez una ruptura interior en su relación con ella, y esta ruptura le lleva a acusar a la mujer.


Fascinación y acusación se entrecruzan; luchas de poder, heridas y miedos impregnan la relación entre hombre y mujer. Para el proceso de la realización tanto del hombre como de la mujer, es importante que el hombre supere su miedo inconsciente hacia la mujer y, a la vez, deje de proyectar sus propios problemas e inseguridades sobre la mujer y de arrojarlos sobre ella.


Adán y Eva, más allá de las interpretaciones que cada uno haga, nos recuerdan que el ser humano fue creado en su origen a semejanza de Dios. Su misión consistía entonces, y lo sigue siendo, en asemejarse cada vez más a Dios. El concepto de semejanza describe, pues, el objetivo al que el ser humano ha de tender. Este debe reproducir cada vez mejor a Dios y llegar a ser como Dios, reflejando esas cualidades divinas, sin egoísmos ni orgullos, ni falsos egos.


Tal es la auténtica vocación del hombre. Cada hombre y mujer es semejante al Creador. De aquí deriva su gran dignidad. Él y Ella pueden ser creadores, como Dios. Su tarea consiste en asemejarse cada vez más a Dios. Se hace patente a la vez que el hombre se asemeja a Dios sólo cuando clarifica y configura también su relación con la mujer de acuerdo con el designio originario de Dios: no sometimiento, sino igualdad; no menosprecio, sino estima; no enfrentamiento, sino armonía; no escisión, sino fusión.

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