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Estar consciente de Dios, de otros, y de uno mismo


“Tienes que amar a Jehová tu Dios . . . Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”
Mar. 12:30, 31.

Esos son los dos más grandes mandamientos de la Ley de Dios. Se ven sencillos, claros.

Está claro que tenemos que vernos como somos, la manera en que se nos ha hecho, lo que la historia ha revelado acerca de nosotros. ¿Qué proceder, de miles que podríamos tener, es el más práctico y provechoso?

Somos de carne y hueso, pero también tenemos un lado espiritual.

Si hartamos la carne, el espíritu padece hambre. Si alguien se hace fanático en su enfoque de los asuntos espirituales, la carne sufre. “Felices son los que están conscientes de su necesidad espiritual”, dijo Jesús.

Necesita amarse a sí mismo

¿Amarse a sí mismo? ¿No suena eso egoísta o egocentrista? No, pues amarse a sí mismo no tiene que ver con el amor ególatra del mitológico Narciso, que excluía la posibilidad de verdaderamente amar a otros.

De hecho, es necesario amarse a sí mismo antes de poder amar a otros. La sicología moderna sabe esto, pero fue reconocido 35 siglos antes de la sicología de hoy día. Moisés escribió en Levítico 19:18: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”. Uno debe amarse a sí mismo, y amar al prójimo como a uno mismo.

Debemos amarnos a nosotros mismos. Debemos cuidar de nosotros, respetarnos, estar conscientes de lo que valemos. Tener una sana autoestima, identidad. Todo el mundo tiene sus altas y bajas, sus virtudes y defectos. Y puede ser mejor.

El amarse uno mism@ implica ser capaz de asumir las responsabilidades por los actos propios. No culpar a otro, no creer que la culpa es de otro, sino de uno mismo. Eso es asumir el control de la propia vida. No se trata de culparse por todo, sino ser honesto consigo mismo. Sólo así se puede cambiar o corregir los errores.

Tenemos un ejemplo de esto en el caso de Adán y Eva. Ellos sabían lo que debían hacer. Cuando hicieron lo opuesto se escondieron de Dios porque se sintieron culpables. Cuando él los confrontó, los dos trataron de echar la culpa a otro... Adán a su esposa, y a Dios por darle esta mujer; Eva le echó la culpa a la serpiente. Adán ya no podía sentir amor ni respeto genuinos por sí mismo, y esto estropeó su relación tanto con su esposa como con Dios. Eva también trató de echar la culpa a otro a fin de poder exonerarse y de ese modo respetarse a sí misma. Pero, en el caso de las personas cuya conciencia no está totalmente insensible, la culpa no se disuelve de este modo. Podemos tratar de hacerlo, pero no nos engañamos a nosotros mismos, y nuestro propio disgusto interior impide que amemos a otros. Uno tiene que amarse a sí mismo. Y eso implica honestidad total.

Necesita amar a otros

El ser humano es humano debido a la formación que le dan otros seres humanos, y sin esto no puede sobrevivir. O si el amor y el cuidado se suplen solo a grado mínimo, quizás pueda sobrevivir como entidad biológica sin las cualidades humanas que lo elevan por sobre la hueste de animales comunes. Hasta después del desarrollo, si en cualquier punto clave se retira al individuo de contacto alguno con los miembros de su género, quizás pueda recrear en su imaginación relaciones sociales que lo sostengan por un período, pero corre el riesgo de ser reducido a un animal.

Hay quien tiene una relación estrecha con otra persona que le trae gran satisfacción a la persona. Y cuando esto no puede lograrse, uno siente un vacío y un descontento crónico.

Necesitamos el reconocimiento de otros y ser aceptado por ellos. El mejor modo de recibir es dar, como Jesús mostró: “Practiquen el dar y se les dará. Derramarán en sus regazos una medida excelente, apretada, remecida y rebosante. Porque con la medida con que ustedes miden, se les medirá a ustedes en cambio” (Luc. 6:38). Hay felicidad en recibir, pero hay más felicidad en dar. Al dar nuestro amor lo ejercitamos y esto lo hace crecer, aumentando nuestra capacidad para amar a otros; y a cambio segamos el amor de ellos. Ame a otros primero, y de este modo ellos lo amarán a usted. Esto se hace patente en el amor que Jehová ha mostrado a la humanidad agradecida: “En cuanto a nosotros, amamos, porque él nos amó primero”.

Necesita amar a Dios

Somos pequeños en comparación con el tamaño de la Tierra, que a su vez es pequeña en comparación con nuestro Sol, el cual es una estrella pequeña entre los miles de millones de estrellas de nuestra Vía Láctea. La galaxia Vía Láctea es solo una de las miles de millones de galaxias que se encuentran en el universo. En comparación con la vastedad del universo somos microscópicos y totalmente insignificantes... a menos que el Dios que hizo el universo nos haya hecho, nos quiera, y tenga un propósito para nosotros.

Así es, y por esta razón nuestra vida puede tener propósito y significado. Él nos ama.

El hecho de que el mundo nunca la ha puesto a prueba... nunca ha probado el amor a Dios; el amor al prójimo; ni siquiera el debido amor a uno mismo.

Tenemos que estar conscientes de nosotros mismos, y de otros, y muy ciertamente estar conscientes de Jehová Dios. Jesús puso estas necesidades en la debida perspectiva cuando le preguntaron: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?” Su respuesta fue: “‘Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente.’ Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo, semejante a él, es éste: ‘Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo.’ De estos dos mandamientos pende toda la Ley, y los Profetas”.

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