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Lecciones espirituales de Geografía Bíblica


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Dios prometió a la descendencia de Abrahán una tierra, la llamada Tierra Prometida. Sería una faja o franja estrecha de territorio. Como promedio mediría unos 480 kilómetros (300 millas) de norte a sur, y unos 56 kilómetros (35 millas) de ancho. Fue durante los reinados de los reyes David y Salomón que toda la zona prometida estuvo ocupada militarmente, después que los israelitas sojuzgaron a muchos pueblos. Con todo, a la porción que realmente fue poblada por los judíos se la describe generalmente como una región que se extendía desde Dan hasta Beer-seba, una distancia de unos 240 kilómetros (150 millas) de norte a sur (Léase 1 Rey. 4:25). 

La distancia a lo ancho del país desde el monte Carmelo hasta el mar de Galilea es de aproximadamente 51 kilómetros (32 millas), y en el sur, donde la costa del Mediterráneo describe gradualmente una curva hacia el sudoeste, hay más de 80 kilómetros (50 millas) desde Gaza hasta el mar Muerto. Esta zona poblada al oeste del río Jordán medía solo unos 15.000 kilómetros cuadrados (6.000 millas cuadradas). No obstante, los israelitas se establecieron también en ciertas tierras al este del Jordán (tierras que no estaban incluidas dentro de los límites originales prometidos), de modo que el total del territorio poblado fue de poco menos de 26.000 kilómetros cuadrados (10.000 millas cuadradas). ¿Qué tenía de especial esta porción de tierra, la TIERRA Prometida? En este territorio relativamente pequeño encontramos una gran pluralidad de rasgos geográficos. Al norte hay cumbres nevadas, y al sur, zonas calurosas. Existen tierras bajas fértiles, desiertos despoblados y una región montañosa donde florecen los huertos y pastan los rebaños.

La diversidad de altitud, clima y suelo dan cuenta de la inmensa variedad de árboles, arbustos y otros tipos de vegetación, como son los que medran en las gélidas regiones alpinas, los que crecen en el desierto tórrido y los que se dan en la llanura aluvial o en la meseta rocosa. Cierto botánico calcula que hay alrededor de dos mil seiscientas variedades de plantas. Los primeros israelitas que exploraron la tierra constataron rápidamente su feracidad. Cortaron en un valle torrencial un racimo de uvas tan grande que tuvieron que llevarlo entre dos suspendido de una vara. Con razón el valle recibió el nombre de Escol, que significa “racimo de uvas” (Léase Números 13:21-24).

Conocemos algunos relatos bíblicos famosos que tuvieron como escenario diversos puntos de la geografía de la Tierra Prometida. Jerusalén, el Río Jordán, el Monte Carmelo, Siló, el Mar de Galilea, Samaria, Belén, Ramá, son algunos de estos lugares famosos.

Pero, más allá de los sucesos que en esos lugares tuvieron lugar, las condiciones geográficas de la Tierra Prometida han sido usados en la Biblia para transmitir lecciones espirituales. Por ejemplo, en el Salmo 125 se indica que los justos son... como el Monte Sión, que no se le hace tambalear. ¿Podemos extraer hoy día lecciones espirituales de esos lugares geográficos narrados en la Biblia? Veamos.

El Monte Carmelo

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El nombre Carmelo significa “huerto”. Situada al norte, a esta fértil región, de unos 50 kilómetros de longitud, la adornan viñedos, olivares y árboles frutales. El promontorio de esta cadena montañosa es conocido por su gracia y belleza. Isaías 35:2 aludió al “esplendor del Carmelo” como símbolo de la fructífera gloria de la tierra restaurada de Israel. El Carmelo fue el escenario de varios acontecimientos memorables. Fue aquí donde Elías desafió a los profetas de Baal y “el fuego de Jehová vino cayendo” en prueba de Su supremacía. También fue desde la cima del Carmelo que Elías advirtió la nubecilla que se convirtió en un torrencial aguacero y puso fin milagrosamente a la sequía en Israel (Léase 1 Reyes 18:17-46) Eliseo, el sucesor de Elías, estaba en el monte Carmelo cuando la sunamita acudió a él para que intercediera por su hijo muerto, a quien Eliseo resucitó después (Léase 2 Reyes 4:8, 20, 25-37).

Hoy día, las laderas del Monte Carmelo todavía están cubiertas de huertos, olivares y viñedos, y en la primavera se visten de un espléndido tapiz florido. “Tu cabeza sobre ti es como el Carmelo”, dijo Salomón a la joven sulamita, quizás en alusión a su exuberante cabellera o a la forma en que su hermosa cabeza se erguía majestuosa sobre el cuello. 

¿Qué nos enseña el Monte Carmelo? 

Nos enseña que a veces, o quizás ahora mismo sea el caso, vivimos situaciones que no son agradables. Puede ser que nos sintamos que vivimos en el pasado tiempos mejores, tiempos en los que las cosas eran mejor de lo que son ahora. El esplendor que caracteriza la sierra del Carmelo nos trae a la memoria, nos hace recordar cómo nos ve Dios, no importa cómo nos veamos nosotros mismos. Así como el Monte Carmelo es símbolo de belleza y esplendor, así nos ve Dios. En belleza y esplendor. Sí, es cierto, que atravesamos esos momentos difíciles. Y pareciera que la parte más fea de nosotros sale a flote. ¿Debemos quedarnos así, con esa autoestima baja, con esa autoimagen negativa? No. Jehová nos ve precios@s, de gran valor a sus ojos. Valemos tanto, que dio a Su Hijo por cada un@ de nosotr@s. Y día a día, de formas que no reconocemos, nos sostiene y nos da la fuerza para salir adelante.

La región montañosa de Judá
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La región montañosa de Judá es una zona productora de cereales, aceite de oliva y vino de excelente calidad. Debido a su altura, Judá era, además, un refugio idóneo; de ahí que el rey Jotam edificara en ella “lugares fortificados y torres”, donde la gente pudiera ponerse a salvo en tiempos difíciles.

Jerusalén, llamada también Sión, era la parte más prominente de la región montañosa de Judá. Parecía ser una ciudad segura, puesto que se hallaba rodeada de abruptos valles por todos lados excepto el norte, el cual, según testimonia el historiador del siglo I Josefo, estaba protegido por una muralla triple. Pero, ¿qué hay del suministro de agua? Este elemento es esencial en caso de asedio, pues su ausencia obligaría a los habitantes atrapados a rendirse prontamente.

¿Solución? El estanque de Siloam, que abastecía de agua a Jerusalén. En el siglo VIII a.E.C., previendo la invasión de los asirios, el rey Ezequías construyó una muralla exterior para protegerlo, incorporándolo en el perímetro de la ciudad; por otro lado, ordenó cegar los manantiales que había fuera a fin de obligar a los sitiadores asirios a buscar agua por su cuenta. (Léase 2 Crónicas 32:2-5; Isaías 22:11). Además, Ezequías halló la forma de derivar una nueva provisión de agua hasta la ciudad. En lo que se ha llamado una de las grandes hazañas de ingeniería de la antigüedad, Ezequías excavó un túnel desde el manantial de Guihón hasta el estanque de Siloam. El túnel tiene una altura promedio de 1,80 metros y mide 533 metros de largo. ¡Imagínese: un túnel de más de medio kilómetro perforado en la roca! Todavía hoy, unos dos mil setecientos años después, los visitantes de Jerusalén pueden caminar por esta obra maestra de ingeniería, conocida comúnmente por el nombre de túnel de Ezequías (Léase 2 Reyes 20:20; 2 Crónicas 32:30).

¿Qué nos enseña el Estanque de Siloam? 

El Rey Ezequías luchó por proteger y aumentar el suministro de agua de Jerusalén. Nosotros necesitamos, en sentido espiritual, beber agua. ¿De dónde? De Jehová Dios, que es “la fuente de agua viva”, como lo refiere Jeremías 2:13. Sus pensamientos, sus puntos de vista, sus enseñanzas para nuestro beneficio, sus conceptos espirituales, consignados en la Biblia están , y nos sustentan la vida. ¿Qué hacer entonces? Llenar nuestra mente de esas ideas, pensamientos y enseñanzas de Dios. Sin embargo, las oportunidades de adquirir conocimiento de Dios, de meditar en Su Palabra escrita, de estudiarla, así como el conocimiento resultante, no nos vendrán automáticamente. Así como Ezequías tuvo que ‘excavar túneles’, también debemos "excavar túneles" en nuestra apretada rutina diaria, para hacerle sitio al tiempo valioso que debemos invertir en nuestra espiritualidad. 

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"Día y Noche" leía el salmista la Palabra de Dios, "en voz baja", o como si la musitara, pensándola, imaginándola, reflexionando en ella. ¿Cómo sacar tiempo para ello? Siendo realistas, debemos ver la necesidad de fortalecer nuestra espiritualidad, y eso no se logra por ósmosis. No se agarra la Biblia, o información espiritual y se permea el conocimiento automáticamente. 

Hay que "asegurarse" de cuáles son las cosas más importantes en nuestra vida, y hacer lugar para proteger esa alimentación constante de las aguas espirituales que se hayan en Jehová Dios y Cristo.  

Las Zonas Desérticas

Al este de las montañas de Judá está el desierto de Judá, llamado también Jesimón, palabra que significa “desierto”. En las inmediaciones del mar Salado, esta tierra yerma presenta cañones rocosos y riscos dentados. Al descender unos 1.200 metros en tan solo 24 kilómetros, el desierto de Judá queda resguardado de los vientos del oeste que arrastran las lluvias, por lo que las precipitaciones son muy escasas. Este debió ser el desierto adonde se enviaba el macho cabrío para Azazel el Día de Expiación anual. Aquí buscó David refugio de Saúl, y aquí ayunó Jesús cuarenta días, después de lo cual fue tentado por el Diablo (Lea las referencias bíblicas de estos sucesos en Levítico 16:21, 22; Salmo 63; Mateo 4:1-11).


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A unos 160 kilómetros al suroeste del desierto de Judá se encuentra el desierto de Parán. Muchos de los lugares donde Israel acampó durante sus cuarenta años de peregrinación desde Egipto hasta la Tierra Prometida, estaban situados en esta región (Léase Números 33:1-49). Moisés escribió acerca del “desierto grande e inspirador de temor, con serpientes venenosas y escorpiones y con suelo sediento que no tiene agua”. (Lea Deuteronomio 8:15). Fue un milagro que millones de israelitas pudieran sobrevivir. Jehová los sostuvo.

 ¿Qué nos enseñan las Zonas Desérticas?

Jesús, Moisés, Elías, el Rey David, fueron algunas figuras bíblicas que fueron a estas zonas desérticas. ¿Por qué? 

El desierto es, geográficamente, un lugar solo. No hay vegetación, no hay hierba verde. Podemos decir que no hay vida, no es la imagen del esplendor, de la abundancia, de la prosperidad. Cuando se habla de la bendición de Dios, uno se imagina un paisaje lleno de verdor, de flores, de frutos, exuberante, con fragancias y aromas que invitan a deleitarse en la belleza del lugar. Allí, sin lugar a dudas, sabemos que está Dios.

Pero es fácil decir que Dios está donde todo es armonía, belleza, exuberancia, esplendor, como si fuera el Jardín de Edén. También hay momentos de soledad, de silencio, donde, como en un desierto, la compañía son escorpiones, serpientes venenosas, no hay agua, no hay vegetación, no hay nada. 

¿Puede decirse que allí está Dios? ¿Puede decirse que en los momentos que hay soledad, que hay angustias e incertidumbres, ahí está Dios?

Jesús, Moisés y Elías, estuvieron en el desierto, ayunando 40 días y 40 noches. Tuvieron el lugar y la ocasión de estar a solas consigo mismos y con Dios. Y aprender a depender totalmente de Dios. 

¿Cómo dormir tranquilo en un desierto? ¿No vendría un escorpión a picarte? ¿O quizás una serpiente venenosa, y morir? Seguro. Pero Dios prometió protección a quienes están en ese "lugar secreto" del Altísimo.

Es importante darse el espacio y el tiempo para aprender, voluntariamente, y con la actitud correcta, a depender de Dios. A vivir de "toda expresión que sale de la boca de Jehová".

En el desierto hay "serpientes y escorpiones", ellos representan los peligros espirituales, en forma de habla venenosa, ideas equivocadas, etc. ¿Qué hay de nuestra mente? ¿Cómo son nuestros pensamientos, en esos momentos de frustración o dificultades, o en los que nuestra vida es como un "desierto"? ¿Ha notado que hace más daño lo que usted se dice a sí mism@, que lo que otro le diga? 

En momentos de dificultad, en los que las situaciones parecen nuestro "desierto personal", es más importante que nunca dejar de pensar que Dios no nos va ayudar. Y fortalecer la fe. Hablarse palabras de fe. Experimentar la fe.
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