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El milagro del maná

E Israel se puso a llamar aquello “maná”. Era blanco como la semilla de cilantro, y su sabor era como el de tortas con miel. 

Éxodo 16:31

Alimentar a millones de personas en el desierto era todo un desafío. No había donde comprar comida, ni tierras en las cuales sembrar y cosechar, hasta esperar a recoger el fruto de la Tierra. Hoy en día, para conseguir alimento, lo que tenemos que hacer es, tras tener el dinero, ir a comprarlo, cocinarlo y comerlo. 

Por 40 años la nación de Israel comió maná. Lo hizo hasta llegar a Guilgal, en las llanuras desérticas de Jericó. Allí, después de la primera pascua en la tierra prometida, el maná cesó, cuando hubieron comido del fruto de la tierra, y no ocurrió más maná para los hijos de Israel, y empezaron a comer del producto de la tierra de Canaán desde aquel año.

El maná es para nosotros parte de un relato histórico muy conocido, que involucra a YHWH, Moisés y los israelitas. Si detallamos la historia, no era la intención de Dios que lo comieran 40 años. Los israelitas vagaron por esos 40 años en la tierra prometida por haber manifestado falta de fe, cuando los 10 espías dieron un informe lleno de temores y dudas sobre la capacidad divina para vencer a los cananeos. Sólo Josué y Caleb tuvieron fe en Dios. Así que un viaje que estaba a 11 días de terminar, se convirtió en una travesía de 40 años. 

Pero, volviendo a lo que significa el maná, vale la pena analizar ciertas cosas. Por ejemplo, el maná aparecía todas las mañanas, en todo el gran campamento. El pueblo se esparcía y lo recogía y lo molía en molinos de mano o lo machacaba en mortero, y lo cocía en ollas o hacía de él tortas redondas, y su sabor resultaba como el sabor de una torta dulce aceitada. Imagínese que tan pronto amanezca, la nevera está llena, y los lugares donde guardamos nuestra comida están llenos. Sí, así de simple.

El maná era la comida que Dios preparó para toda la nación, a fin de sustentarla hasta su llegada a la tierra prometida. Era esta tierra la meta deseada, aquello por lo que salieron de Egipto. A Israel, que era una nación en pacto con Dios, se les prometió llevarlos a una tierra rica y próspera, en la cual todos llegarían a tener abundancia. Su propio hogar, sus propios viñedos, sus cultivos, sus ganados, una tierra en la cual poder tener una vida en plenitud.

El maná era algo temporal. La tierra prometida que manaba leche y miel, era aquella promesa esperada. Jesús se llamó a sí mismo ese "maná", o pan del cielo, pero que no sería una provisión temporal, sino eterna. Muchas veces confundimos lo temporal con aquello que es permanente. 

Por ejemplo, las preocupaciones por el sustento y provisión financieras son de carácter temporal. Cada día hay necesidades específicas, o necesidades periódicas que solventar. Facturas que pagar, mensualidades, el pasaje del transporte, impuestos, hacer el mercado, los gastos por los hijos e hijas, y un largo etcétera. ¿Cómo puede beneficiarse uno de un relato como el del maná frente a estas situaciones tan desafiantes?

El maná era un milagro. Era extraordinario y maravilloso, un acto del poder divino, superior al orden natural. Era una señal, pues YHWH tiene capacidad para hacerlo. Las condiciones económicas, políticas y sociales, además de nuestras circunstancias personales, influyen en nuestro sustento. Dios está por encima de todas esas condiciones. La fe implica asumir que Dios pueda proveer lo necesario para nuestra vida, a pesar de las circunstancias materiales y personales que nos rodean. Es un hecho, que de manera que podemos calificar de "milagrosa", puede el Padre celestial darnos lo que necesitamos. También puede generar las oportunidades de trabajo, negocios, o de sabiduría para saber administrar los recursos de manera óptima.

El milagro del maná nos recuerda que Dios está siempre al tanto de lo que necesitamos. Y que su capacidad y poder de ayudarnos siempre está disponible.






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