Lo importante de saber escuchar a Dios
“No puedes acercarte
a la cocina. ¿Me escuchaste?”
Eso le dice una
madre a su hijo o hija, hasta varias veces al día. Pero cuando le pregunta “¿me escuchaste?”, evidentemente no se
refiere a si el sonido de su voz llegó a los oídos del niño o la niña. Lo que
quiere decir es si quedó bien claro el mensaje de no acercarse a la cocina.
Con Dios sucede algo
similar. Para Él es importante que le escuchemos, pues hasta Su Hijo expresó
que “el que procede de Dios, escucha
los dichos de Dios” (Juan 8:47). Tenemos capacidad de escuchar, puesto que tenemos el sentido de la audición. Nuestras
orejas, con su pabellón auricular, fueron estructuradas para captar las ondas sonoras y dirigirlas a través del conducto
auditivo, para direccionarlas al tímpano. Allí, la vibración de las ondas hacen que el tímpano vibre, y este a su vez, hace vibrar
los tres huesecillos del oído medio (martillo, yunque y estribo). Luego, las vibraciones pasan al oído interno.
Y luego, en este
oído interno, las ondas sonoras se desplazan a través de un fluido, hasta que
(¡al fin!) las vibraciones se convierten
en impulsos nerviosos. Estos se transmiten al cerebro, donde se descodifican e interpretan
como sonidos.
Así que nuestros
oídos captan las vibraciones de las ondas sonoras, pero
en definitiva, es nuestro cerebro, el que procesa
la información de lo que oímos. Podemos decir que nuestro oído capta, pero el cerebro es el que escucha, debido a que
es nuestro sistema límbico el que ayuda al cerebro a elegir a qué sonidos prestar atención y a cuáles no.
Está comprobado que oímos en estéreo, pero, cuando
alguien nos habla, sólo somos capaces de comprender
un mensaje a la vez. En pocas
palabras: oímos muchos mensajes, pero realmente le damos importancia a un mensaje a la vez. Cuando vamos por
la calle, oímos muchos sonidos, a los que calificamos de ruidos, y hasta
sabemos cómo nos hace sentir escuchar una música estridente a todo volumen.
Pero, si al ir por la calle, una voz
conocida nos llama por nuestro nombre, no sólo oímos, sino que escuchamos, puesto que estamos prestando la máxima atención.
Si esto es cierto
en nuestra vida cotidiana, y sabemos que fuimos diseñados de manera tal que
escuchemos, ¿qué podemos decir sobre la importancia de escuchar a Dios? Más
aún, ¿sabemos escuchar a Dios?
Hay diferencia entre escuchar a Dios y saber
escuchar a Dios. Por ejemplo, los israelitas que estuvieron frente al Monte
Sinaí, y oyeron los truenos, los temblores, el sonido fuerte que allí les
indicaba la presencia de Dios, podemos decir que escucharon a Dios, al grado de aceptar entrar en un pacto con Él
(Éxodo 19). Pero, casi 2 meses después, no tuvieron reparos en adorar a un
becerro de oro, mientras Moisés recibía la Ley en el Monte Sinaí. Decían que un
becerro de oro, hecho por ellos, era “YHWH, el Dios de Israel”. ¿Fue ese
becerro el que les había demostrado su poder imponente en el Mar Rojo o días
atrás en el Monte Sinaí? Evidentemente no, pero, para ellos, cualquier cosa a
la que ellos llamaran “dios”, estaría bien.
En contraste, Josué
sí supo escuchar a Dios. Las
Escrituras indican que él esperó a Moisés, hasta que él regresara, para saber
cuál era la instrucción de YHWH para ellos. Josué, al igual que los
israelitas que terminaron adorando al becerro, escuchó y vio lo mismo que
ellos: los truenos, los relámpagos, el humo denso del Sinaí, que indicaban la
presencia de Dios allí. Y si YHWH estaba presente, era tiempo de esperar Su
instrucción. Y eso fue lo que hizo Josué, pues supo entender que era el tiempo
de esperar en YHWH, confiando en Él.
Hoy día, es importante
discernir entre escuchar a Dios y saber
escucharle. Tenemos la gran necesidad de “prestar más de la
acostumbrada atención a las cosas oídas” (Hebreos 2:1). Por ejemplo, vemos las
noticias, en las que se hace referencia a “guerras, rumores de guerras, pestes,
gripes, grandes terremotos en un lugar tras otro, señales en los cielos”, como
lo predijo el Hijo de Dios.
Es innegable que “algo”
está pasando en el mundo, “algo” que nos dice que estos tiempos son singulares.
Es como si todos estuviéramos escuchando lo mismo, pero, en líneas generales, ¿estaremos
captando las señales de los tiempos? Es importante hacernos la pregunta, pues
el Hijo de Dios dijo que en tiempos de la Presencia del Hijo del Hombre, la
gente estaría absorta en sus cosas, en su vida “cotidiana”, como en los días de
Noé. ¿Resultado? “No hicieron caso”, y, es interesante el hecho de que en
griego bíblico, el “hacer caso” está ligado a… escuchar. Es como la situación de la madre con sus hijos,
diciéndole “no te acerques a la cocina”, su intención es que los hijos o hijas hagan caso y efectivamente no se
acerquen a la cocina.
Una cosa es "escuchar" lo que dicen las noticias, ver lo que sucede, reconocer que "algo está pasando", y simplemente no hacer nada. Y otra muy distinta es mantenerse alertas, vigilantes, en fe, y que el sentido de estar vigilantes se desinfla, cual batería sin carga. Sí, es diferente escuchar a saber escuchar con discernimiento.
Un especialista en
textos bíblicos dice que “en la Biblia, la palabra clave de la relación del
hombre con Dios es ‘escuchar’ más
bien que ‘ver’. En las religiones
mistéricas, la experiencia religiosa más elevada era ‘ver’ al dios. Pero las
Escrituras, consideran como la actitud fundamental a la obediencia a la palabra
divina, colocando el énfasis en ‘escuchar’
la voz de Dios. La fórmula más importante de la religión de Israel se
caracteriza por la expresión: “Escucha, oh Israel”. “El que es de Dios”
no es el místico que ha tenido una visión, sino el que “oye las palabras
de Dios”.
De acuerdo a estas
palabras, para Dios, es más importante escuchar
su voz que verle. Sabemos escuchar la voz en estos
tiempos si dejamos de lado nuestras ideas personales, prejuicios, conceptos que
traemos adheridos por la cultura, o la formación religiosa que se haya tenido,
y se presta más atención a lo que está sucediendo aquí y ahora. No para tener miedo
o pavor por lo que sucede, sino para reflexionar con atención en lo que está
desarrollándose a nuestros ojos, que vemos día a día en las noticias o en
nuestro entorno.
El poder en la
oración, la fe, la confianza en Dios, la guía de Su santo espíritu, nos ayudan
a estar alertas y a enfocarnos en lo que sucede con atención. Con una actitud
de estar abiertos y abiertas a la guía de Dios, Él, como Gran Pastor, nos
conduce por prados herbosos, nos unta con aceite, y refresca nuestra alma
(Salmo 23). No hay razón para temer. El Pastor, ese Padre amado, el Abba, nos
acoge en sus brazos eternos, y le pone un “mute” a nuestra mente, ante tanto
bombardeo de pensamientos difíciles, inquietantes y angustiosos. En Dios,
tenemos paz. Si le sabemos escuchar con el corazón.