El Incienso y su origen bíblico
Harás asimismo
un altar para quemar el incienso; de madera de acacia lo harás.
Tiene que ser cuadrado, de cuarenta y cinco
centímetros de largo por cuarenta y cinco centímetros de ancho, y de noventa
centímetros de altura, y los cuernos del altar deben formar una sola pieza con
el altar mismo.
Y lo cubrirás
de oro puro, su techado, y sus paredes en derredor, y sus cuernos; y le harás
en derredor una cornisa de oro.
Le harás
también dos anillos de oro debajo de su cornisa, a sus dos esquinas en ambos
lados suyos, para meter las varas con que será llevado.
Y harás las
varas de madera de acacia, y las cubrirás de oro.
Y lo pondrás delante del velo que está junto al arca del testimonio, delante del propiciatorio que
está sobre el testimonio, donde yo me encontraré contigo.
Y Aarón quemará incienso aromático sobre él;
cada mañana cuando prepare las
lámparas lo quemará.
Y cuando Aarón encienda las lámparas al
anochecer, quemará el incienso
sobre él; incienso perpetuo delante de Jehová por vuestras
generaciones.
No ofrecerán
sobre él incienso extraño, ni holocausto, ni presente; ni tampoco derramarán
sobre él libación.
Éxodo
30:1-9
Dios estableció que cada mañana y atardecer, el
Sumo Sacerdote debía ofrecer incienso a Dios, según esta fórmula: especias
aromáticas, estacte y uña aromática y gálbano aromático e incienso puro; de
todo en igual peso. Con ello, haría un perfume de confección según el arte del
perfumador, bien mezclado, puro y santo. Debía molerlo, y sería puesto delante
del Tabernáculo de la congregación, donde YHWH se encontraría con Moisés, y
debía ser cosa santísima. Sería un perfume divino exclusivo, sólo para Dios. Quien
imitara dicho perfume, lo pagaría con su vida.
El
incienso que se ofrecía en el Templo Sagrado de Jerusalén, estaba
compuesto por once ingredientes diferentes, de los que sólo cuatro de ellos son
mencionados en las Escrituras. Las otras 7 especies se dieron a conocer por
medio de la tradición oral.
En
suma, estos eran los ingredientes del incienso:
1. Bálsamo
2. Uña olorosa
3. Gálbano
4. Olíbano
5. Mirra
6. Casia
7. Nardo
8. Azafrán
9. Costo
10. Corteza aromática
11. Canela
Es
interesante señalar que en tiempos de Herodes, la preparación del incienso
estaba en manos de una familia, la familia Abitnas, quienes desarrollaron un
método único y secreto para la preparación del incienso. Ellos lograban que el
incienso tuviera un humo con forma de palmera, y cuando el humo llegaba al
techo del Templo, se expandía y luego descendía cubriendo todo el espacio del
Lugar Santo. El humo del incienso preparado por otros boticarios se expandía en
forma irregular. Esta familia jamás divulgó el secreto de cómo preparaban el
incienso, por temor de que este incienso se usara para agradar a otros dioses,
fuera del Dios de Israel.
El
Altar del Incienso se encontraba en el centro del Santuario dedicado a YHWH. No
era casualidad, pues el incienso nos habla del equilibrio entre el mundo humano
y el mundo espiritual. Era el fuego de Dios, mantenido perpetuamente por medio
de brasas ardientes, el que transformaba a elementos materiales en humo, que ascendía
en línea recta al cielo. Era una transformación de materia en humo, un
componente etéreo.
Ciertamente, el uso de incienso ya no es una práctica común entre los cristianos, y es más bien utilizado por otras creencias. Sin embargo, es de notar que en el mismísimo Apocalipsis se habla del incienso, usado como parte de las oraciones de los santos, que se presentan delante del mismísimo trono de Dios.
Las oraciones son especialmente importantes en la adoración a YHWH, pues nos mantienen en conexión con Dios. Las Escrituras permanentemente estimulan a que se ore, que se ore incesantemente, que se persevere en orar en espíritu con toda forma de oración y ruego (Romanos 12:12; Filipenses 4:6, 7; 1 Tesalonicenses 5:17).
Somos materia, de carne y hueso. Y la oración nos conecta con Dios, que es un Espíritu. Un Espíritu, que nos guía a la Libertad, la verdadera libertad (Juan 8:32; 2 Corintios 3:17). El incienso marcaba en los judíos la necesidad de orar, y hacerlo de manera consecuente, cada día, mañana y tarde. Dios espera que en nuestros tiempos seamos consecuentes con nuestra oración. A veces pensamos que apartar tiempo para orar no es posible, por las múltiples ocupaciones que tenemos. Pero para mantener la fe y seguir adelante, se necesita de Dios y Su ayuda (Salmo 121:1).
La oración nos brinda la posibilidad de un momento sagrado, de intimidad con Dios. Es una ocasión de permitir que fluyan los pensamientos, las ideas, y ese fluir interno de lo que hay dentro de nosotros, es como ese humo que asciende de un incienso sagrado a YHWH. Hay el encuentro de nuestro espíritu con YHWH, permitiendo que estemos por un momento, sin las preocupaciones del día a día. En nuestro tiempo de oración, hay la fragancia grata y dulce del amor que emana de nuestro corazón al Padre, y que nos ayuda y da fuerza.