Pentecostés: lecciones espirituales
Jesús ha muerto. ¡Pero está vivo! Dios lo resucitó
al tercer día, y se ha mostrado vivo a varios de sus
discípulos, a los hombres y mujeres que han creído en Él como el Mesías.
Durante 40 días ha estado manifestándose, enseñando
cosas referentes al Reino de Dios, y sobre Él, escritas en la Ley, los Salmos y
los Profetas. Sin embargo, es el tiempo señalado para regresar a Su morada con
el Padre: el Cielo. Al retornar al Cielo, Cristo Jesús morará en luz
inaccesible, en un estado espiritual en el que ningún hombre lo ha visto ni
puede ver (1 Timoteo 6:16).
El retorno de Cristo Jesús al Cielo es un pasar, del
tiempo a la eternidad, de lo visible a lo invisible, de lo humano a lo divino,
de lo terrenal a lo espiritual. Con su ascensión al cielo, Cristo Jesús fue por consiguiente, entronizado en la esfera
divina; penetró en un mundo que escapa a nuestras posibilidades de comprensión.
Él vive ahora con Dios, en la absoluta perfección, presencia, ubicuidad, amor,
gloria, luz, felicidad. Cuando proclamamos que Cristo Jesús subió al cielo, pensamos
en todo eso.
El momento de ascender Cristo Jesús al Cielo, se describe en Hechos de
los Apóstoles, capítulo 1. Es un momento clave, pues nos ayuda a entender lo que sucede en el Pentecostés, en Jerusalén, 10 días después de retornar al Cielo
Jesucristo. Así se describe este acontecimiento en Hechos de los Apóstoles
1:5-11:
Jesús les dijo:
—No se alejen de Jerusalén, sino
esperen la promesa del Padre, de la cual les he hablado: Juan bautizó con agua, pero dentro
de pocos días ustedes serán bautizados con el espíritu santo.
Entonces los que estaban reunidos
con él le preguntaron:
—Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el
reino a Israel?
—No les
toca a ustedes conocer la hora ni el momento determinados por la autoridad
misma del Padre —les contestó Jesús—. Pero cuando venga el Espíritu Santo
sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en
toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.
Habiendo dicho esto, mientras
ellos lo miraban, fue llevado a las alturas hasta que una nube lo ocultó de su
vista. Ellos se quedaron mirando fijamente al cielo mientras él se alejaba. De
repente, se les acercaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
—Galileos, ¿qué hacen aquí
mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido llevado de entre ustedes al
cielo, vendrá otra vez de la misma manera que lo han visto irse.
El relato nos muestra a Jesús dando una orden: quedarse en Jerusalén, para que se
cumpla una promesa del Padre: ser bautizados con espíritu santo. Juan el
Bautista bautizaba en agua. Cristo Jesús los bautizará en espíritu santo, prometido por el Padre. Era el tiempo señalado para ello, no para
conocer si era el tiempo de restaurar el Reino. Aquí aprendemos algo: Jehová es
el Señor del tiempo. Para los apóstoles, lo importante era
saber si era el tiempo, conociendo el día y la hora, de restaurar el Reino a
Israel. Sin embargo, según la voluntad del Padre, era el tiempo de bautizarlos en espíritu santo. Evidentemente, siempre es importante
discernir los tiempos de Dios y sintonizarse con Su voluntad, más bien que insistir en los deseos o puntos de vista
personales.
Jesucristo comienza a ascender al Cielo, y una nube
lo oculta de la vista de los apóstoles. Ya no lo ven más. Esa nube no es un fenómeno meteorológico; es el símbolo de la
presencia de Dios. Cristo Jesús no estará presente nunca más en cuerpo físico, ¿era el fin de todo? Si Él ya no estaba, ¿qué pasaría con Sus
enseñanzas, con las promesas de Dios que Él debía cumplir, predichas en las
Escrituras?
Mientras tanto, pasaría el tiempo para que Dios
actuara. Resultaron ser 10 días el tiempo de espera. Los 11 apóstoles leales
a Jesús, junto a algunas mujeres y María la madre de Jesús, con los hermanos de
Él, se mantuvieron todo ese tiempo, persistiendo en
oración, era un período dedicado a orar
y meditar, y esperar a que sucediera lo que prometió Jesucristo. Una de las
cosas que sucedieron en ese lapso de 10 días, fue la elección de Matías como
apóstol, para que ocupara el lugar dejado por el traidor, Judas Iscariote.
Pentecostés: qué sucedió
Era el día 10, desde que Jesús ascendió al
Cielo. Se celebraba la fiesta del Pentecostés,
una fiesta judía, llamada la “fiesta de la cosecha” o “de las semanas”, o “el
día de los primeros frutos maduros” (Éxodo 23:16; 34:22; Números 28:26). Esta
fiesta se celebraba el día quincuagésimo, Pentecostés
significa “día quincuagésimo”, contado a partir del día 16 del mes judío de
Nisán, y era el día en que se ofrecía una gavilla de cebada. Se celebraba el día
6 del mes de Siván, al culminar la cosecha de la cebada y al iniciar la
cosecha del trigo.
Evidentemente, Jerusalén y su templo, eran un
hervidero de actividad, pues se estaba celebrando la fiesta del Pentecostés.
Los sacerdotes y demás trabajadores en el templo estarían muy ocupados con los
sacrificios y demás actividades que formaban parte del ritual de la fiesta. ¿Y los 120
discípulos de Jesús? ¿Estaban muy activos, participando de la celebración del
Pentecostés?
Los 120
seguidores de Jesucristo, reunidos en Jerusalén, habían dejado atrás al sistema judío, con sus fiestas, reuniones y actividades. Ese día del Pentecostés, desde muy temprano,
estaban todos juntos, reunidos en un cuarto, en una especie de “segundo piso”
en Jerusalén, cuando de repente algo sucedió:
Vino del cielo un estruendo como de un viento recio
que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban. Pero eso no fue todo: se
les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno
de ellos, de los 120 hombres y mujeres allí reunidos.
Todos fueron llenos del espíritu santo y
comenzaron a hablar en otras lenguas, según el espíritu les concedía que
hablaran.
Este es el cumplimiento de la
promesa: el ser bautizados en espíritu santo. Ahora bien, hay claramente 2
símbolos que están participando de este bautismo: el viento y el fuego.
El viento era recio, el que vino del Cielo, con un
gran estruendo, que llenó toda la casa. No era este un fenómeno meteorológico,
sino una acción divina, una manifestación del accionar de Dios. ¿Sorprende que
Dios haya usado a un viento tempestuoso para llenar al lugar con Su espíritu
santo? No. Recordemos que Jesús, al enseñar a Nicodemo sobre el nacer de
nuevo, le habló del “viento que sopla donde quiere, y no sabes de dónde viene,
ni adónde va. Así es todo el nacido del espíritu” (Juan 3:8). El viento es símbolo de libertad, de algo que no es
tangible ni material. Así sería el espíritu de Dios en las vidas de esas
personas: dador de libertad, de una nueva vida, una vida espiritual.
“Todo es el que está en unión con Cristo, es una nueva creación”, explicó el apóstol Pablo en 2 Corintios 5:17. El
apóstol nos hace pensar en la Creación.
¿Y qué usó Dios antes de iniciar la Creación? A Su
espíritu santo, a su santa energía divina, que permeaba encima de las aguas, en aquella era en que la Tierra
estaba “sin forma y desierta, en oscuridad” (Génesis 1:2). El argumento del apóstol es: ustedes, en unión con Cristo, son una
nueva creación, y como Jehová usa Su espíritu santo para crear, ustedes tienen
espíritu santo, por ser una creación de Dios.
Los 120 hombres y mujeres reunidos en aquel lugar
en Jerusalén, no sólo sintieron un viento divino, También sintieron que sobre
sus cabezas, lenguas de fuego se posaron sobre ellos, todos ellos. El fuego nos
hace recordar que Dios es un “fuego consumidor”, y que el amor es la “llama de
Jah”. El amor de Dios, Su amor eterno,
se manifiesta en ese fuego, un fuego que no se extingue. Más allá de la
caída de Adán y Eva, y en la lejanía de la Humanidad hacia Jehová, no renunció
nunca el Padre a Su amor por sus hijos e hijas humanos. “Tanto amó Dios al
mundo, que entregó a Su Hijo, para quien en Él ejerza fe, tenga la vida eterna”,
nos enseñó Jesús. Si Jehová no nos amara, nuestra historia fuera vacía, oscura,
sin esperanza. Pero en Su amor por nosotros, hasta nos dio a Su Hijo, y con Él,
recibimos el don de la gracia. “Donde abundó el pecado (de Adán), sobreabundó
la gracia (de Dios)”.
Pentecostés: sus efectos
Un acontecimiento divino, sobrenatural, como el que
sucedió en Pentecostés, no se quedó sólo en lo que les pasó a estas 120
personas. El efecto inmediato fue que los 120 discípulos, bautizados en
espíritu santo, comenzaron a hablar las “cosas magníficas de Dios”. Alabar a
Dios y glorificarle por ello, era importante. Sin embargo, hay un punto que
destacar: el idioma en el que hablaban y alababan lo magnífico de Dios.
Varones piadosos, reunidos en Jerusalén para
celebrar el Pentecostés, se acercaron al lugar donde estaban reunidos los 120,
porque escuchaban de manera clara, cosas habladas en sus
respectivos idiomas. No era que hablaban cosas que nadie entendía, o balbuceos
sin sentido. Los 120 hablaban en los idiomas
originales de personas provenientes de al menos 16 lugares diferentes de todo el
Imperio Romano.
Atónitos y admirados, medos, elamitas, egipcios, romanos,
entre otros, provenientes de todo el Imperio, los oían hablar en sus idiomas,
las maravillas de Dios. Se decían: “¿Qué quiere decir esto?”.
Otros, tenían otra opinión sobre lo que pasaba,
pues decían:
-Están borrachos.
Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once,
alzó la voz y les habló. “No estamos borrachos, son apenas las 9 de la mañana”,
les dijo. ¿Y entonces, qué pasa?
"En los postreros días -dice Dios-,
derramaré de mi Espíritusobre toda carne,
y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán;
vuestros jóvenes verán visiones
y vuestros ancianos soñarán sueños;
y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas,
en aquellos días, derramaré de mi espíritu, y
profetizarán.
Y daré prodigios arriba en el cielo
y señales abajo en la tierra,
sangre, fuego y vapor de humo;
el sol se convertirá en tinieblas
y la luna en sangre,
antes que venga el día del Señor,
grande y glorioso.
Y todo aquel que invoque el nombre de Jehová,
será salvo".
Este Pedro, fue el mismo que negó a Jesús 3 veces,
y ahora, asume su rol de “pastorear” las ovejas de su Amo, Jesús, poniéndose de
pie, alzando la voz, y con mucho valor y fuerza proclama el cumplimiento de la
profecía de Joel. El derramamiento de espíritu santo impulsó a hombres y
mujeres a proclamar las cosas magníficas de Dios. ¿Cómo quedarse callados ante la acción de Dios, ante Sus promesas
cumplidas?
Pedro prosigue su exposición sobre Jesús, cómo fue
muerto por los líderes de la nación judía, pero Dios lo resucitó, y vive. Ya no
está vivo en cuerpo físico, pero el derramamiento de espíritu santo le permite
a Jesús seguir Su camino al Padre, y cumplir con Su labor en la Humanidad.
Jesús está vivo, en el Cielo. Es el Mesías, y aunque no esté en cuerpo
presente, sus discípulos deben proclamarle y anunciarle, cosa que el espíritu
santo les impulsa a hacer.
Al oír las palabras de Pedro, en las que afirma que
Jesús está vivo, se compungieron de corazón los que le escucharon y dijeron a
Pedro y a los otros apóstoles:
-Hermanos, ¿qué haremos?
Pedro les dijo:
-Arrepiéntanse y bautícese cada uno de ustedes en
el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibirán el don del espíritu
santo.
Eso hicieron 3.000 varones judíos: arrepentirse de
sus pecados, ejerciendo fe en Cristo Jesús, y se bautizaron, recibiendo el
espíritu santo.
Pentecostés:
Lecciones espirituales
El Pentecostés es un antes y un después en la historia del cristianismo. Es el momento en el que Cristo Jesús comienza
a manifestarse, pero no a través de Él mismo, sino por medio de Sus discípulos,
bautizados en espíritu santo. Ahora son los discípulos los que deben proclamar
las verdades sobre Dios, y enseña, imitando a Jesús, instando a otros a adorar
al Padre con espíritu y verdad.
Antes del Pentecostés,
“no había espíritu, por que Jesús no había sido glorificado”, explica el apóstol
Juan (Juan 7:39). Es interesante reflexionar en esto. Mientras Cristo Jesús
estuvo presente, en cuerpo físico, Él no bautizó en espíritu santo. Y vemos en
los evangelios que mientras Jesús estuvo en la Tierra, los discípulos no tenían
espíritu santo. Pero después del Pentecostés, el
espíritu santo viene del Cielo, del Padre, la Fuente de ese espíritu santo. Y todo cambia. El espíritu de la verdad, como les dijo Jesús, les guiaría a “toda
la verdad”.
Jesús dijo estas palabras sobre el papel del
espíritu santo:
En realidad, a ustedes les conviene que me vaya. Porque si no me voy,
el espíritu que los ayudará y consolará no vendrá; en cambio, si me voy, yo lo
enviaré.
Cuando el espíritu venga, les hará ver a los de este mundo que no creer
en mí es pecado. También les hará ver que yo no he hecho nada malo, y que soy
inocente. Finalmente, el espíritu mostrará que Dios ya ha juzgado al que
gobierna este mundo, y lo castigará. Yo, por mi parte, regreso a mi Padre, y
ustedes ya no me verán.
Tengo mucho que decirles, pero ahora no podrían entenderlo. Cuando venga el espíritu santo, él les dirá
lo que es la verdad y los guiará para que siempre vivan en la verdad. Él no
hablará por su propia cuenta, sino que les dirá lo que oiga de Dios el Padre, y
les enseñará lo que van a pasar. También les hará saber todo a cerca de mí, y
así me honrará. Todo lo que es del Padre, también es mío; por eso dije que el espíritu
les hará saber todo acerca de mí.
Juan 16:7-15
En pocas palabras, Jesús dice a los discípulos: “Les
conviene que me vaya, para que reciban el espíritu santo. El espíritu les
consolará, ayudará, les enseñará y los guiará a la verdad, para que siempre
vivan en la verdad. Y les enseñará sobre mí (Jesús) y el Padre”.
Veamos que mientras Jesús estuvo en cuerpo
presente, al lado de los apóstoles, ¿captaron al 100% la enseñanza de Jesús?
No. Porque no tenían espíritu santo. Pero al tenerlo, eso hizo que se hicieran
realidad las promesas de Jesús ya mencionadas.
Cuando reflexionamos hoy día en la actividad de
Jehová y Su Hijo, Cristo Jesús, reconocemos el poder efectivo del espíritu
santo. Tenerlo o no, es la diferencia entre ser efectivos
espiritualmente y no serlo, entre vivir en unión con Cristo Jesús, o separados
de Él, y separados de Jesús, no logramos absolutamente nada.
El Pentecostés nos enseña que la acción de Dios es
única, singular e irrepetible. Jehová es creativo, nunca se repite. Lo que hizo
hace 2.000 años, no podemos esperar que lo repita. No podemos pensar que lo que
fue Su voluntad hace 2.000 años, lo sea ahora. El viento y el fuego del
Pentecostés nos muestran a un Dios que hace las cosas y las opera “según lo que
Su voluntad lo aconseja” (Efesios 1:9-11).
Los 120 discípulos quedaron “llenos” del espíritu santo.
Era como si ese espíritu plenara por completo su ser. Así debemos anhelar tener
el espíritu santo de Dios: que nos llene, que nos dé plenitud en nuestra mente,
corazón y espíritu. Dios no da el espíritu por medida, pero no lo va a regalar.
Tener espíritu santo cuesta. A Jesús le costó recibir
y mantener el espíritu de Dios que recibió. No fue que lo recibió una vez, y lo
dio por sentado. A los efesios les escribe Pablo que no “entristezcan” al
espíritu de Dios. Esto no significa que el espíritu santo sea una persona, sino
que por medio de nuestras acciones, podemos entorpecer su accionar en nuestra
vida (Efesios 4:30).
El Pentecostés fue el inicio del accionar del
espíritu santo de Dios, derramado en los hombres y mujeres que creyeron y
obedecieron a Jesús. Ejercer fe y obedecer, son paralelos. No hay fe sin
obediencia, y no hay obediencia sin fe. Ejercer fe y obedecer, son paralelos.
No hay fe sin obediencia, y no hay obediencia sin fe. ¿Cómo está mi fe? ¿Y mi
obediencia? Son preguntas para la reflexión.
Necesitamos recordar que el espíritu santo de Dios
no se ha acabado. Que sus acciones en este momento son reales y efectivas, y
necesitamos fe en ellas. Que no importa qué sucede en el mundo, o qué
apariencia presenten las cosas, Dios tiene días, horas, y tiempos señalados
para actuar. Lo hizo en el pasado, en el Pentecostés, y lo hace en estos
tiempos. A los discípulos les tomó 10 días de espera, y de repente, todo
cambió. Si imitamos su actitud de espera, de orar, de meditar y discernir los tiempos
de Dios con fe y esperanza, cosas magníficas de parte de Jehová hemos de
recibir.