Cuando Jesús pidió un vaso de agua a una mujer
El día había sido muy agitado. Desde muy temprano en la mañana, Jesús y Sus discípulos viajaban, de Judea a Galilea, pero hicieron una parada en Samaria. Eran las 12 del mediodía, y mientras los discípulos van a la ciudad de Samaria a comprar algo que comer, Jesús prefirió quedarse a las afueras de la ciudad, sentado, junto a un lugar histórico: el pozo de Jacob. Este lugar, lo compró Jacob a un hombre llamado Hamor, por 100 piezas de plata, y era el lugar en el que estaban enterrados los huesos de José. Era, en tiempos de Jesús, un punto de encuentro para las mujeres de la ciudad, que iban allí a sacar agua, muy temprano al amanecer, o al atardecer, para las necesidades de la casa.
El pozo de Jacob tenía más de 30 metros de profundidad. El agua llegaba filtrándose por las tierras de alrededor y se formaba un depósito. Era un pozo hondo, del que se sacaba el agua, con un cubo. Allí, cansado del viaje, estaba Jesús. A lo lejos se acercaba una mujer, una samaritana. El pozo estaba a más de un kilómetro de Sicar, donde esta mujer vivía y donde había agua. ¿Por qué razón esta mujer, en la hora del día más incómoda, va a buscar agua a las 12 del día, teniendo que caminar más de un kilómetro? ¿Por qué no hacerlo temprano en la mañana, o el día anterior y evitarse la molestia?
El caso es que llegó la mujer al pozo, dispuesta a sacar agua, y Jesús le pidió que le diera un poco de esa agua. Era como si le pidiese un vaso con agua. Era una petición algo ilógica. Ella, la mujer, quedó sorprendidísima por la petición de aquel extraño, que a todas luces era un hombre judío, y le dijo:
-Yo soy una mujer; y además samaritana, y tú eres un hombre, y además judío. ¿Cómo es eso de que me pides a mí que te dé de beber?
Respondió Jesús y le dijo:
-Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le pedirías, y Él te daría agua viva.
La mujer le dijo:
-Señor, no tienes con qué sacarla (el agua), y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?
Jesús le contestó:
-Cualquiera que beba de esta agua volverá a tener sed. Pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que brote para vida eterna.
La mujer le dijo:
-Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed ni venga aquí a sacarla.
Hasta este punto de la conversación, hay un giro inesperado: Jesús, el desconocido judío que pide agua, tiene Él mismo un agua, tan viva, poderosa y vivificante, que hasta puede transformar a la mujer samaritana en una fuente de agua que mana vida eterna. Por supuesto, Jesús usa la comparación del agua literal con el agua espiritual.
Jesús es quien habla "dichos de vida eterna", es quien enseña la verdad, la verdad que hace libre a un hombre y a una mujer. Eso es muy diferente a la enseñanza apolillada, gastada, y amarga, que daban los líderes religiosos del tiempo de Jesús, que marginaban a las personas, haciéndolas sentir inferiores y con la enorme sensación de vacío en sus corazones y espíritus.
Tan poderosa era el agua de Jesús, que se la ofrecía a la persona aparentemente, menos "indicada" de la ciudad de Samaria: una mujer con 5 esposos, y el actual mientras habla con Jesús, no era su esposo, sino su "marido". Una mujer que había tenido 5 esposos, y con el que estaba actualmente, no era el esposo, ¿cómo estaba realmente? Con una sensación de amargura y frustración, porque, la pregunta obvia es: ¿cuál de los 5 esposos había realmente sido un verdadero compañero para ella? Ninguno, y tal vez el "marido" con el que estaba, era otro fiasco más en su vida. Ahora bien, la samaritana debía ser el blanco de las críticas, los chismes y dimes y diretes de la ciudad por su historia personal. Historia, que Jesús conocía muy bien. ¿La usó para condenarla, menoscabarla como mujer, como ser humano?
Jesús fue el único hombre, con el que aquella mujer encontró amabilidad y limpieza en sus ojos, en lugar de crítica y condenatoria superioridad, muy al estilo farisaico. ¡Por fin había encontrado a uno que no la condenaba, o desnudaba con la mirada, sino que le ofrecía una amistad limpia y comprensiva!También, Jesús se sintió abierto y franco ante esta mujer, a la que le confiesa sin rodeos que Él es el Cristo. Y es que este Jesús, divino, era humano también, capaz de sentir cansancio, sed, y empatía por una mujer que había recibido golpes y frustraciones en su vida. Para Jesús, la vida era un esfuerzo continuo, como lo es para cada uno de nosotros, nos presenta a uno que sabía lo que era estar agotado y tener que seguir adelante.
Cuando Jesús pidió a esta mujer un vaso de agua, buscaba hacer que ella tomara consciencia de su propia y auténtica sed. Sí, Jesús estaba cansado y sediento, y a Él, un vaso de agua le calmaba. ¿Y aquella mujer, qué necesitaba para llenar el vacío que había dentro de ella, su propia y personal sed y cansancio en su vida?
Jesús nos enseña en este relato, en el que además informa a la mujer que el Padre es un Espíritu, que busca a quienes le adoren en espíritu y verdad, que Él conoce nuestro cansancio y sed. Sabe si estamos, por decirlo así, yendo a buscar agua a la hora más inadecuada por no escuchar una crítica o un reproche más, como era el caso de esta mujer. Si estamos sedientos, buscando y arañando "soluciones" que llenen la frustración, y el vacío de nuestras vidas, hay una solución: Jesucristo. ¿Cómo lo hace? Nos pide que le demos un poco de agua. No literalmente, pero el punto es que acercarnos a Jesús implica darle algo a cambio. ¿Qué? Él lo sabe. Pero sólo Él puede guiarnos a que nos transformemos en personas que pasan de buscar agua a las 12 del mediodía con un cubo de agua, como la samaritana, en fuentes de agua viva, que llene de paz y alegría nuestra vida y la de otras personas.
Dios es la fuente inagotable de espíritu santo, amor, verdad, luz y paz. A ese Dios, que es Amor, la samaritana, no lo conocía. ¿Por qué? Porque le habían enseñado a un Dios señalador, criticón y lleno de prejuicios. Ese era el Dios de los fariseos y saduceos. Jehová, el Abba, el Padre de Jesús, el que enseñaba el Maestro, amaba a las personas, hasta a las que no eran capaces de amarse a sí mismas y verse en un espejo con una sana y positiva autoestima y sentido de dignidad, y les tendía la mano para ayudarlas. ¿A cambio de qué? De lo que Dios elija. Puede ser algo pequeño o algo grande. Pero, imagínese lo que es recibir una fuente de agua viva a cambio de un vaso de agua. Eso fue lo que enseñó Jesús.