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Sobre los secretos de la fe



Aquel domingo en la mañana, era muy fuerte la sensación de emociones. Apenas días atrás, estaba Jesús, el Maestro, enseñando y ayudando a la gente. Ahora, se hallaba en una tumba, una que había sido improvisada para él. Hacía 3 días de su muerte, y era el momento de poder tratar con esmero su cadáver.

María Magdalena, María la madre de Santiago, y Salomé compraron especias para ir a untarlo. Su gran preocupación era la enorme y pesada roca que cerraba la entrada a la tumba donde estaba el cuerpo de Jesús. Ellas no tenían la fuerza necesaria para moverla. Para su sorpresa, esa preocupación pronto se desvanecería. Al acercarse a la tumba, vieron que la piedra había sido removida. Vacía. La tumba estaba vacía.


Se suponía que habrían soldados custodiando la tumba, para evitar el "robo" del cuerpo de Jesús. Pero resulta que ha habido un terremoto. Sucedió que un ángel de Dios ha hecho rodar la piedra, y los soldados huyeron.

Dentro de la tumba sólo quedaron las vendas. Esas que fueron vistas por Pedro y Juan, cuando llegaron.

Es interesante el hecho de que una mujer, María, tiene el valor de quedarse allí, en la tumba. Aunque llorando, se quedó para mirar dentro, y pudo ver a dos ángeles vestidos de blanco, sentados uno a la cabeza y uno a los pies donde había yacido el cuerpo de Jesús. Y le dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Les dijo: “Han quitado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto”. Después de decir estas cosas, ella se volvió atrás y vio a Jesús de pie, pero no discernió que era Jesús. Jesús le dijo: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Ella, imaginándose que era el jardinero, le dijo: “Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo quitaré”. Jesús le dijo: “¡María!”. Al volverse, le dijo ella en hebreo: “¡Rabboni!” que significa: “¡Maestro!”. 



Jesús le dijo: “Deja de colgarte de mí. Porque todavía no he ascendido al Padre. Pero ponte en camino a mis hermanos y diles: ‘Asciendo a mi Padre y Padre de ustedes y a mi Dios y Dios de ustedes’”. María Magdalena fue y llevó las nuevas a los discípulos: “¡He visto al Señor!”, y que él le había dicho estas cosas.

La fe de María Magdalena le había hecho ir temprano a una tumba. Una tumba donde yacía muerto el hombre que ella creía que era el Mesías. Ese es uno de los secretos de la fe. Que hay momentos en los que todo parece estar muerto, en una tumba. ¿Qué hay de nuestra fe? Es posible que nos preguntemos si todas nuestras luchas han sido en vano. Cuando hemos lidiado con ciertas circunstancias, es como si una enorme piedra nos cerrara la puerta a la fe de que las cosas cambiarán.

Jesús resucitado se aparece a María Magdalena. Con otro cuerpo, y le llama por su nombre. Es un ser que ya vivió, murió, y ahora venció a la muerte. Jesús resucitado es nuestra garantía de victoria sobre cualquier circunstancia, situación o lucha. La fe es batalla, confrontación. Es una cuestión de entender que la fe tiene un profunda dimensión espiritual, que se manifiesta en cualquier circunstancia de nuestra vida.

Si fuera tan fácil tener fe, cualquiera la tendría. Pero no se trata de una cuestión automática. La fe implica que, si quiero ver a ese Jesús resucitado, me toca no permitirme flaquear en el momento más oscuro, porque tal vez esté a segundos del amanecer.

Hay una fe doctrinal, una que te enseñan en la religión. Hay una fe, que es la que uno tiene porque se la ha labrado a pulso, a veces por ensayo y error. El error, no porque Dios falle, sino porque son nuestras expectativas equivocadas, impaciencia o dudas nos hacen vacilar. 
















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