Jesús, el Nazareno
Temprano aquel
domingo en la mañana, apenas días después de su muerte, la tumba de Jesús
recibió visitas. María Magdalena, y María la madre de Santiago, y Salomé,
compraron especias para ir a ungir el cuerpo de Jesús. Su preocupación era poder
entrar a la tumba, pero la pesada piedra que cerraba la entrada, era un
obstáculo.
Pero la tumba
está vacía. María Magdalena corre a buscar a Pedro y Juan. Las demás mujeres se
quedan junto a la tumba. Y entonces aparece un ángel, que las invita a entrar
en la tumba, y luego, otro ángel. ÉL les dijo: “Dejen de aturdirse. Ustedes
buscan a Jesús el Nazareno, que fue crucificado. Fue levantado”.
El ángel se
refirió a Jesús como el “Nazareno”. A Jesús le llamaban así, debido al hecho de
haber vivido en Nazaret. Proféticamente, las Escrituras señalan el nombre
“nazareno” como señal identificadora del Mesías. Llama la atención el hecho de
que hasta espíritus malignos llamaron a Jesús como el “Nazareno”: “¿Qué tenemos
que ver contigo, Jesús Nazareno? ¿Viniste a destruirnos? Sé quién eres con
exactitud, el Santo de Dios” -Marcos 1:24. La palabra “nazareno” proviene del
hebreo né·tser, que significa “brote”, “retoño” o “rama”.
Esto quiere
decir que, la palabra Nazareno, transmite la idea de una rama que brota nueva,
fructífera por sí misma. Y sin duda alguna que Jesús tiene un carácter
renovador, una fuerza poderosa que nos hace capaces de reinventarnos, y darnos
el poder de dar fruto. Los que tuvieron la oportunidad de conocerle y escuchar
su enseñanza, captaron la diferencia entre ese singular “nazareno”, y los
judíos. Jesús transmitía frescura, renovación, una auténtica posibilidad de
renovación emocional, mental y espiritual. Los judíos, estaban obsoletos,
apegados a gastadas tradiciones, pesadas para la gente.
Hoy día, Jesús
el Nazareno, también nos transmite frescura y renovación. Si repasamos por
ejemplo, el “Padrenuestro”, vemos una guía de oración y meditación espiritual.
Declarar que tenemos un Padre, que es “nuestro” y que está en los Cielos, nos
recuerda que Jesús nos enseñó que somos hijos e hijas de Dios. El poder de
Jesús, resucitado, Vivo, abogando por el Padre a favor nuestro, nos aporta cada
día, una oportunidad renovada de triunfo y fuerza.