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"Santo, Santo, Santo es Jehová": la visión de Isaías

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Isaías es un hombre que vive en medio de una de las épocas más turbulentas de la historia bíblica, durante el Siglo VIII a. C. Había inestabilidad social y política, la corrupción en el sistema de justicia era cosa común y corriente, así que no había una impartición de justicia para todos. Lo más paradójico de esta situación, es que se trataba de la triste condición en la que se encontraba una nación singular, que estaba en pacto con Dios. Israel era una nación que tenía un magnífico Templo consagrado a Dios, pero el sistema religioso era eso: una fachada, una farsa que decía “adorar a Jehová”, pero era peor que el resto de las naciones paganas. 

En tiempos como esos, Dios comisionó como profeta a un hombre: Isaías. Lo fue durante más de 50 años. ¿Cómo era Isaías?

Era un hombre sencillo, común y corriente. Estaba casado y tuvo 2 hijos. Él llamó a su esposa “profetisa”, lo que indicaba que ella tenía también su propia asignación profética de parte de Dios. Era una familia en la que la adoración a Dios era el centro de sus vidas, y Dios les bendijo por su obediencia y fe. Isaías y su esposa tuvieron dos hijos: Sear-jasub, y Maher-salal-has-baz. 

Isaías: de padre de familia a padre de familia y profeta

¿Cómo Isaías llegó a ser profeta de Dios? Él mismo describe su experiencia, que podemos leer en el capítulo 6 de su libro profético. Tiene una visión sobrenatural de Dios, en la que ve a Jehová sentado en un trono excelso y elevado, y sus vestiduras llenando el Templo. Estaba acompañado de seres espirituales singulares, llamados serafines, con 6 alas. Con 2 se cubrían el rostro, con 2 se cubrían los pies, y con 2 volaban. Clamaron con voz fuerte:

Santo, Santo, Santo es Jehová de los ejércitos.
La plenitud de toda la tierra es su gloria.

Al sonido de este poderoso canto de alabanza a Jehová, tiembla todo el Templo, y este comienza a llenarse de un humo, simbolizando la Presencia de Dios.

Isaías, lleno de emoción y reverencia clama: 

“¡Ay de mí! Pues puedo darme por muerto, porque soy hombre inmundo de labios, y en medio de un pueblo de labios inmundos vivo. Sí, mis ojos han visto al Rey, Jehová de los ejércitos”.

Ante esa declaración de Isaías, uno de los serafines voló a donde él, portando una brasa relumbrante, que él había tomado con tenazas del Altar del Templo. Con ella, toca la boca de Isaías y le dice:

“¡Ve! Esto ha tocado tus labios, y tus errores se fueron de ti, y tu pecado queda perdonado”. 

La voz de Jehová se hace oír, y pregunta:

“¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?”

http://www.bibleview.org/en/Bible/Prophets/Isaiah/normal.jpgIsaías responde: “¡Aquí estoy yo! Envíame a ”. 

Así, respondiendo a la petición de Dios, Isaías dice que él es el que será el portavoz de Dios. En lo sucesivo, Jehová inspirará a Isaías para que dé a conocer sus mensajes a la nación de Israel, y a otras naciones. Las profecías de Isaías, registradas en su libro de 66 capítulos, contienen un importante cúmulo de información, cuyo cumplimiento profético se extiende hasta los tiempos en que “la Tierra verdaderamente esté llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar” (Isaías 11:9).

Isaías cumplió con su comisión de profeta, y siguió siendo un esposo y padre de familia. Sin duda, entendió que tan importante era salir a proclamar el mensaje profético, como el “edificar su casa”. Nunca vemos a Dios diciéndole “déjalo todo y sólo di profecías”. Isaías junto a su esposa edificó una familia en la que todos adoraban a Dios. 

Jehová: Santo, Santo, Santo

Jehová es Santo, dicho 3 veces por los serafines. ¿Qué significa eso y qué nos enseña?

La primera vez que en las Escrituras aparece la palabra santo, que en hebreo es qódesch, es en el texto de Éxodo 3:5, que dice: “No te acerques. Quítate las sandalias de tus pies, porque el lugar donde estás de pie es suelo santo”.
http://4.bp.blogspot.com/_1KTYEB10gAw/S7IwiaAOTfI/AAAAAAAACj4/sI72-eJEKbY/s1600/LJAS0019.JPGFue el ángel que habló a Moisés en la zarza ardiente, el que por primera vez menciona en las Escrituras la palabra santo. Este ángel fue el Arcángel Miguel, cuyo nombre significa “¿Quién es como Dios?”. Al proclamar Él la santidad del lugar en el que se hace manifiesta la Presencia de Dios, nos hace comprender que hay una singularidad, un carácter especial y solemne con relación a lo que tenga que ver con Dios. Pensemos en esto: si era santo un lugar en el que apareció la zarza ardiente, con la voz de Dios hablando a Moisés, ¿es acaso menos santa la persona misma de Jehová? 

Los serafines proclaman con fuerte voz una realidad que Isaías debe tener presente siempre: que Jehová es Santo, Santo, Santo. El hecho de mencionarlo 3 veces le da vigor, poder y fuerza a la necesidad de tener esto muy presente en el corazón. 

¿Qué significa que Jehová sea Santo?

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Rollos del Mar Muerto: fragmento del libro de Isaías
Significa que Él, más que cualquier otro, es el Ser más excelsa y superlativamente sagrado, único en pureza y excelencia espiritual. Su excelencia y majestad son absolutas, cualitativamente, no podemos cuantificar cuán santo es Jehová, pues lo es en grado supremo, absoluto y eterno. 

La persona de Jehová es Santa. Su nombre es sagrado. ¿Cómo nos enseña a orar Cristo Jesús? En la famosa oración del Padrenuestro, lo primero que nos enseña a orar es:

“Santificado sea Tu Nombre”

Para Cristo Jesús era santo el nombre de Dios, y la persona de Jehová. La santidad está vinculada a todo lo que tenga que ver con el Divino. Jesús, quien enseñó que había que adorar al Padre con espíritu y verdad, destacó de diversas maneras la necesidad de considerar siempre la santidad de Jehová. Veamos cómo lo hizo. 

¿Recordamos qué le sucede a Isaías? Él reconoce su condición inmunda. Él sabe que sus labios son inmundos, en error. Un serafín toca sus labios, y los purifica, él queda limpio de todo error, apto para servir al Dios Santo.
Este detalle nos hace recordar esta enseñanza de Jesús:

De la abundancia del corazón habla la boca (Mateo 12:34).

Esto nos muestra que hay relación entre lo que sale de nuestra boca, y lo que hay en el corazón. Qué decimos, depende de qué hay en nuestro corazón. Y, ¿qué hay en nuestro corazón?

Jesús mismo responde qué hay en el corazón:

“Lo que se origina del hombre es lo que contamina al hombre.
Porque de adentro, del corazón de los hombres, se originan: razonamientos dañinos, fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, codicias, actos de maldad, engaño, conducta irrefrenada, ojos llenos de envidia, lo blasfemo, la altanería, lo irracional. 

Todas estas cosas malas se originan de dentro y contaminan al hombre”.
Marcos 7:20-23

Evidentemente, entendemos lo que dijo Jesús. Los actos malos, aquellos que están en desarmonía con los Principios Divinos, se originan en el corazón de las personas. Recordando el Principio de Causalidad, ¿dónde está la causa u origen de todo mal? De dentro del corazón.

Jesús nos insta a examinar qué tenemos dentro del corazón, qué pensamos, cómo pensamos y cómo sentimos respecto de las cosas: buenas o malas. Porque si de dentro del corazón se origina todo lo mala, ¿no sucede también que dentro del corazón puede salir todo lo bueno?

Hagamos el siguiente reemplazo de acciones:

Lo negativo que sale del corazón
Lo espiritual que sale del corazón
razonamientos dañinos
razonamientos beneficiosos
fornicaciones
castidad
robos
respeto a la propiedad de otro
asesinatos
respeto a la vida humana
adulterios
fidelidad a la pareja (y a sí mismo)
codicias
desinterés por lo ajeno
actos de maldad
actos de bondad
engaño
veracidad
conducta irrefrenada
moderación
ojos llenos de envidia
alegría por el bienestar de otro
lo blasfemo
temor reverente
altanería
humildad
lo irracional
lo racional

Si iniciamos la renovación de la mente, no conformándose a los pensamientos, opiniones y creencias de la gente que no respeta a Dios, pidiendo espíritu santo y dejándose guiar por él, podemos hacer una metamorfosis de lo que pensamos y hacemos. Y lo que pensamos, sintamos y hagamos, al estar en armonía con los caminos de Dios, nos introducen en una vida de santidad. “Tienen que ser santos, porque Yo soy Santo”, es la exhortación de Dios a quienes desean adorarle (1 Pedro 1:15-16). .



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