La fe de Rahab
La fe sin obras está muerta
Santiago 2:26
Así de simple. De una manera clara, Santiago advirtió en su carta, que si uno no respalda la fe que dice tener con obras, es una fe muerta. Sencillamente, es como si esa fe no existiera. Ahora bien, usó a 2 personajes bíblicos conocidos como ejemplos de personas que demostraron su fe con obras: Abrahán y Rahab.
Que Abrahán esté incluido como ejemplo de un hombre de fe con obras, no nos extraña. Abrahán es el “padre de los que tienen fe” (Romanos 4:11). Pero, ¿por qué Rahab es un ejemplo de una persona que tuvo fe acompañada de obras? ¿Qué podemos aprender en estos tiempos difíciles sobre su ejemplo de fe con obras?
Rahab era una prostituta, que vivía en Jericó. Sin embargo, un buen día, recibió la visita de 2 hombres, israelitas. Ellos no estaban en búsqueda de placer, sino que estaban en una misión encomendada por Josué, el líder de Israel. Debían espiar a la ciudad de Jericó, ver cómo era la reacción de la gente ante el inminente ataque de los israelitas, pues era el momento de iniciar la conquista de Canaán, la Tierra Prometida a los descendientes de Abrahán.
Rahab los recibió con hospitalidad. Pero la noticia de que 2 israelitas estaban en su casa, pronto llegó a oídos del rey de Jericó, quien mandó soldados a casa de la mujer, para atrapar a los hombres.
Rahab no entregó a los israelitas a los soldados. Con rapidez, escondió a los 2 exploradores entre unos tallos de lino que se secaban sobre la azotea de su casa. Al llegar los soldados para detenerlos, les dijo que los hombres habían llegado, pero se fueron. Incluso, dijo a los soldados que fueran a buscarlos entre los vados del río Jordán.
Esa noche, los 2 espías durmieron seguros, en casa de Rahab. ¿Qué la impulsó a protegerlos?
Antes que ellos se durmieran, ella subió al terrado y les dijo:
“Sé que Jehová les ha dado esta tierra, porque el temor de ustedes ha caído sobre nosotros, y todos los habitantes del país ya han temblado por su causa.
Porque hemos oído que Jehová hizo secar las aguas del Mar Rojo delante de ustedes cuando salieron de Egipto, y también lo que han hecho con los dos reyes de los amorreos que estaban al otro lado del Jordán, con Sehón y Og, a los cuales han destruido.
Al oír esto ha desfallecido nuestro corazón, y no ha quedado hombre alguno con ánimo para resistirlos, porque Jehová, su Dios, es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra”.
Las palabras de Rahab eran sinceras. Ella reconocía que aquellos 2 hombres eran israelitas, que tenían un Dios, Jehová, que peleaba por ellos. Fue el mismo Jehová que secó las aguas del Mar Rojo, y que derrotó a Sehón y Og, reyes amorreos, a favor de Israel. Así que, ahora que estaban cerca de Jericó para conquistarla, Rahab tenía claro que sin duda alguna, este poderoso Dios, Jehová, pelearía y vencería al rey de Jericó. Jehová es “Dios arriba en los Cielos, y abajo en la Tierra”, reconoció Rahab (Josué 2:9-11).
Rahab tenía conocimiento de lo que había pasado, y de lo que iba a pasar. De modo que se dispuso a pedir a los 2 hombres una cosa:
Les ruego pues, ahora, que me juren por Jehová, que como he tenido misericordia de ustedes, así la tendrán ustedes de la casa de mi padre, de lo cual me darán una señal segura: que salvarán la vida a mi padre y a mi madre, a mis hermanos y hermanas, y a todo cuanto les pertenece, y que librarán nuestras vidas de la muerte” (Josué 2:12-13).
Los israelitas, juraron a Rahab protegerla a ella y su familia, siempre y cuando ella respetara una señal: atar un cordón de color grana a la ventana por la cual los haría descolgar, y reunir en su casa a toda su familia, y mantenerse allí. Ella sería tratada con bondad y lealtad, si cumplía con esa señal acordada.
Después de aquella conversación, Rahab despidió a los hombres, quienes tras 3 días de estar escondidos, llegaron a Josué, y le contaron de todo lo acontecido. Josué, respetó lo acordado por aquellos hombres, siempre y cuando, Rahab mantuviera su palabra.
Hasta este punto de la historia, vemos a Rahab teniendo fe respaldada con obras. Tuvo fe, en que el Dios de Israel, era misericordioso, y que podría ella salvar su vida y la de su familia. Y demostró esa fe, protegiendo a los 2 espías de ser atrapados por el rey de Jericó. Todo lo que Rahab sabía, de Jehová lo había escuchado. Y en base a ello, ejerció fe. No la detuvo el ser prostituta, cananea, y estar condenada a una muerte segura. Lo poco que sabía de Dios, la motivó a hacer lo que fuera posible para ganarse el favor de Dios.
El ejemplo de Rahab nos muestra que no existen impedimentos o límites para acercarse a Jehová. No importa el pasado que se haya tenido, las experiencias de vida que uno haya tenido. Nadie está tan lejos de la posibilidad de acercarse a Dios. Y Rahab lo demuestra. No importa si es poco o mucho lo que uno conoce de Dios. Lo importante es acercarse a Él, y Él se acercará a nosotros, como hizo con Rahab.
Sabemos por el relato del libro de Josué, que hubo un tiempo entre la llegada de los espías a Jericó, y la destrucción de la ciudad. Las Escrituras nos muestran que durante 6 días, soldados israelitas marcharon una vez al día alrededor de Jericó, seguidos por 7 sacerdotes que tocaban cuernos. Detrás iban sacerdotes que llevaban el Arca y detrás, una retaguardia.
Durante todo ese tiempo, que debió parecer largo a los ojos de Rahab y su familia, sencillamente, tuvo que conformarse con ver y esperar. Y nada más.
Rahab tuvo fe para actuar, y fe para esperar. La fe con obras, requiere la combinación de acciones y paciencia. Muchos pensamientos pudieron haber pasado por su mente. ¿Cumplirían su palabra los espías? ¿Realmente valía la pena esperar?
En estos tiempos, es posible que veamos los acontecimientos mundiales, noticias y reportes de sucesos que causan temor y ansiedad. Jesús predijo que habrían temor, ansiedad, angustia e incertidumbre al ver que los “poderes de los cielos son sacudidos” (Lucas 21:25, 26). ¿Qué puede hacer uno en estos tiempos, ante tantas situaciones?
Seguir el ejemplo de Rahab. Tener fe en el poder salvador de Jehová. Él nos hace morar en la “sombra del Omnipotente” (Salmo 91:1), y es nuestro Pastor, que nos acompaña siempre (Salmo 23:1). Rahab sí sabía que era inevitable que Jericó fuera destruida, pero era evitable que ella y su familia lo fueran.
Cuando tuvo que demostrar su fe con obras, se arriesgó y demostró esa fe, respaldando a los israelitas exploradores. Y en el momento de esperar y confiar lo hizo.
Lo sabemos porque al séptimo día de marchar alrededor de Jericó, marcharon los israelitas alrededor de la ciudad 7 veces. Al tocar los cuernos en la última vuelta alrededor de Jericó, todo el pueblo lanzó un grito de guerra, y, repentinamente, las murallas de la ciudad empezaron a desplomarse (Josué 6:1-20).
Los israelitas entraron en Jericó e iniciaron la destrucción. Sí, todas las murallas de Jericó cayeron, menos una sección: la que tenía atado el cordón grana, el que Rahab ató. Ahí estaba.
Josué dijo a los dos hombres que habían reconocido la tierra: «Entren en casa de la mujer ramera, y hagan salir de allí a la mujer y a todo lo que sea suyo, como lo juraron».
Los espías entraron y sacaron a Rahab, a su padre, a su madre, a sus hermanos y todo lo que era suyo; también sacaron a toda su parentela, y los pusieron fuera del campamento de Israel. Josué salvó la vida a Rahab, la ramera, a la casa de su padre y a todo lo que ella tenía, y ella habitó entre los israelitas. Más que eso, Rahab llegó a ser una de las antepasadas de un glorioso Ser: Jesucristo.
Rahab en estos tiempos nos hace recordar el valor de tener fe en el poder salvador de Jehová. Sí, Jehová salvó a Rahab, y lo hizo de muchas maneras. Una de ellas, es que salvó su vida y la de su familia de una muerte segura. En tiempos de juicio divino, es bueno tener presente que Dios no es injusto para “barrer al justo con el malvado” (Génesis 18:23). Si nos hemos aferrado a Jehová como nuestro Salvador por medio de Cristo Jesús, no hay nada que temer. Tengamos presente esta promesa divina:
Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.
Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida y se traspasen los montes al corazón del mar.
Aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza.
Salmo 46:1-3