Orando como enseñó Jesús: El Juez y la Viuda
Entonces pasó a decirles una ilustración respecto a lo necesario que les era orar siempre y no desistir, 2 diciendo: “En cierta ciudad había cierto juez que no le tenía temor a Dios ni tenía respeto a hombre. 3 Pues bien, había en aquella ciudad una viuda, y ella seguía yendo a él, y decía: ‘Ve que se me rinda justicia de mi adversario en juicio’. 4 Pues, por algún tiempo él no quiso, pero después dijo dentro de sí: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a hombre, 5 de todos modos, porque esta viuda me causa molestia de continuo, veré que se le rinda justicia, para que no siga viniendo y aporreándome hasta acabar conmigo’”. 6 Entonces dijo el Señor: “¡Oigan lo que dijo el juez, aunque era injusto! 7 De seguro, entonces, ¿no hará Dios que se haga justicia a sus escogidos que claman a él día y noche, aun cuando es sufrido para con ellos? 8 Les digo: Él hará que se les haga justicia rápidamente. Sin embargo, cuando llegue el Hijo del hombre, ¿verdaderamente hallará la fe sobre la tierra?”.
"Cuando llegue el Hijo del hombre, ¿verdaderamente hallará la fe sobre la tierra?".
Esa pregunta la dejó plantada Jesús, cual semilla que dará su fruto a su tiempo. Nadie nos enseñó a acercarnos a Dios como Jesús. Él es "el camino, la verdad y la vida" (Juan 14:6).
Su pregunta sobre si verdaderamente hallará la fe sobre la tierra, no es una pregunta abstracta, sin resultados prácticos. Uno de los elementos que Cristo espera hallar es la fe. Fe verdadera, genuina.
Fe unida a la oración.
Si analizamos esta ilustración, notamos elementos importantes. Primero, se indica lo necesario de orar siempre y no desistir. Son dos acciones. Orar y perseverar en la acción.
Una viuda es el ejemplo a seguir, en esta parábola. La viuda era una mujer anciana, sin hijos, sin un respaldo económico, sin alguien que intercediera por ella. Asumimos que era una viuda fiel judía, que conocía muy bien estas palabras:
Salmo 68:5 (Jehová) padre de huérfanos de padre y juez de viudas.
La viuda necesitaba que se le rindiera justicia en un juicio. ¿A quién acudía en busca de solución? Al Juez. No era un Juez de buena reputación como tal. "Ni temía a Dios ni respetaba a hombre", decía de sí mismo el Juez. ¿Respetar a una pobre viuda? Ni pensarlo.
La viuda estaba consciente de que todo estaba en su contra. Probablemente, hasta quienes le conocieran le aconsejarían no acudir al Juez en busca de ayuda.
Pero ella iba. Día tras día. La fe de la viuda no se basaba en el Juez, ni su reputación, ni su buena voluntad. Se basaba en ella misma, en su perseverancia, en su confianza en que en algún momento, su constancia tenaz daría resultados. Y los dio, puesto que el Juez actuó en su favor.
Hay que ser como la viuda. Perseverante en la fe, seguir orando, convencerse de que vale la pena orar y actuar.
Nosotros, a diferencia de la viuda, no acudimos a un Juez injusto. Acudimos a Jehová, que es sufrido, o paciente y misericordioso con nosotros.
La oración es una vía de dos canales: Jehová y Yo. El lado de Dios está siempre abierto. Queda de parte nuestra mantener abierto el nuestro.
Esa pregunta la dejó plantada Jesús, cual semilla que dará su fruto a su tiempo. Nadie nos enseñó a acercarnos a Dios como Jesús. Él es "el camino, la verdad y la vida" (Juan 14:6).
Su pregunta sobre si verdaderamente hallará la fe sobre la tierra, no es una pregunta abstracta, sin resultados prácticos. Uno de los elementos que Cristo espera hallar es la fe. Fe verdadera, genuina.
Fe unida a la oración.
Si analizamos esta ilustración, notamos elementos importantes. Primero, se indica lo necesario de orar siempre y no desistir. Son dos acciones. Orar y perseverar en la acción.
Una viuda es el ejemplo a seguir, en esta parábola. La viuda era una mujer anciana, sin hijos, sin un respaldo económico, sin alguien que intercediera por ella. Asumimos que era una viuda fiel judía, que conocía muy bien estas palabras:
Salmo 68:5 (Jehová) padre de huérfanos de padre y juez de viudas.
La viuda necesitaba que se le rindiera justicia en un juicio. ¿A quién acudía en busca de solución? Al Juez. No era un Juez de buena reputación como tal. "Ni temía a Dios ni respetaba a hombre", decía de sí mismo el Juez. ¿Respetar a una pobre viuda? Ni pensarlo.
La viuda estaba consciente de que todo estaba en su contra. Probablemente, hasta quienes le conocieran le aconsejarían no acudir al Juez en busca de ayuda.
Pero ella iba. Día tras día. La fe de la viuda no se basaba en el Juez, ni su reputación, ni su buena voluntad. Se basaba en ella misma, en su perseverancia, en su confianza en que en algún momento, su constancia tenaz daría resultados. Y los dio, puesto que el Juez actuó en su favor.
Hay que ser como la viuda. Perseverante en la fe, seguir orando, convencerse de que vale la pena orar y actuar.
Nosotros, a diferencia de la viuda, no acudimos a un Juez injusto. Acudimos a Jehová, que es sufrido, o paciente y misericordioso con nosotros.
La oración es una vía de dos canales: Jehová y Yo. El lado de Dios está siempre abierto. Queda de parte nuestra mantener abierto el nuestro.