El espíritu de Nicodemo
Cuando
Jesús murió, no estaban sus discípulos más cercanos para hacerse cargo de los
preparativos para su entierro. Ni sus hermanos, Santiago, José, Simón o Judas.
Entonces, ¿no sería enterrado dignamente aquel hombre que tanto enseñó sobre el
amor al Padre y la fe en Él?
Durante
la ejecución de Jesús, estaba presente 1
discípulo de Jesús, llamado José, de la
ciudad de Arimatea. Este José es discípulo de Jesús, pero por temor, no se ha identificado como
seguidor de Él. Sin embargo, a pesar de lo que pueda pensar la gente, acude a
Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato entrega entonces el cadáver a
José.
José,
con cuidado y esmero, toma el cadáver de Jesús, envolviéndolo en lino, el más
fino que había en aquella época. Nicodemo, quien también es discípulo
secreto de Jesús, ayuda con lo preparación del cadáver, de hecho trae un rollo,
que pesaba un poco más de 30 kgs., que contiene mirra y áloes de la más excelsa
calidad. Con ellos, envuelven el cuerpo de Jesús, como solían hacer los judíos para
el entierro.
Detengámonos
por un momento a pensar en Nicodemo.
Él está allí, junto a José de Arimatea, envolviendo lentamente el cuerpo
ensangrentado, golpeado, de Jesús. Debía estar adolorido, confundido, lleno de
preguntas. ¿Cómo es posible que
Jesús, el Hijo de Dios, haya terminado así
su vida?
Fresca
en su memoria debía estar aquella primera conversación con Jesús. Era de noche,
cuando él llegó a su cita con Jesús.
Le
dijo:
“Rabí, sabemos que como maestro has venido
de Dios, porque nadie puede realizar estas señales que tú ejecutas a
menos que Dios esté con él”
Juan
3:2
Nicodemo
acude a Jesús por una razón de peso:
reconoce que es un Maestro, que ha venido de Dios, y que Dios está con Él. ¿Cómo lo sabe? ¿Acaso escuchó una voz del
cielo que se lo dijo? ¿O una visión divina se lo reveló?
No.
Nicodemo
es un fariseo, maestro de la Ley,
miembro del Sanedrín judío. Pero más allá de sus credenciales como maestro judío,
es un hombre que sabía discernir, ver las cosas como son. Nicodemo dice
que Jesús viene de Dios, y que Dios está con Él, por una razón: las señales que Jesús ejecutaba.
Hasta
ese momento, Jesús había realizado una gran
señal: había convertido agua en vino. Además, en Jerusalén, estando
en el Templo, hizo un azote de cuerdas, y purificó al Templo. Estaba lleno de
bueyes, ovejas y palomas, y tenderetes en los que se vendían cosas “necesarias”
para hacer sacrificios y ofrendas. No parecía el Templo de Jehová, la Casa de Dios, sino un mercado
persa, un lugar cualquiera en
Jerusalén. “¡Dejen de hacer de la casa de mi Padre un mercado!”, dijo a todos
de la manera más enérgica.
Para
Nicodemo, estas eran señales. Las
señales son indicativos de algo. Eran prodigios, actos extraordinarios, que
respaldaban la autenticidad de Jesús como profeta, como alguien que venía de Dios. Y que su obra era respaldada por Dios.
Jesús
conversó tantas cosas importantes con Nicodemo aquella noche. Fue a Nicodemo a
quien reveló que, para ver el Reino de Dios, había que nacer de nuevo, del agua y del espíritu. Y las famosas palabras que
leemos en Juan 3:16, las escuchó Nicodemo en “primicia” universal, él fue el
primero en saber que Jesús daría su vida por la Humanidad, y que la vida
eterna sería posible por ejercer fe en Él. Y todo por el amor del Padre,
Jehová, a la Humanidad,
para que recobrara lo que perdió por el pecado de Adán.
Sin
embargo, ahora Nicodemo había hecho público algo que era secreto: su relación
con Jesús. Era su discípulo, aunque callado, por temor.
¿Temor? ¿A qué? ¿A quiénes?
Nicodemo
era un hombre que ocupaba una posición de prestigio, social, económico,
político y religioso. Pero al escuchar a Jesús, al ver sus obras, entonces su
fe en el sistema de creencias judío, en la religión judía, se desmoronó, cual
castillo de naipes.
Las
obras que ejecutó Jesús a lo largo de Su ministerio, demostraron vez tras vez,
que fue el Padre, Jehová, quien lo envió, y quien le respaldaba. Su enseñanza
era verdadera, clara, y, por primera vez Nicodemo, que era maestro de la Ley, estaba en presencia de un
auténtico maestro de esa Ley: Jesús. Y es que Jesús, con Su enseñanza, basada
en el amor al Padre, el amor al prójimo como a uno mismo, su exhortación
continua a la oración, a la misericordia, a no dejarse contaminar por las
tradiciones farisaicas, y principalmente, su difusión del Reino de Dios, había
demostrado que Él enseñaba la verdad.
Él tenía dichos de “vida eterna”, y su religión judía, sólo tenía enseñanza que
llevaba a la gente a sentirse culpable, menospreciada y sin esperanza.
Pero,
a pesar de toda la evidencia irrefutable que demostraba que Jesús era el
Mesías, a Nicodemo le ganó el temor. Perdería conexiones con amigos, vecinos,
familia, gente que lo veía como una columna de la fe judía. ¿Qué pensarían sus
hijos, o sus compañeros del Sanedrín, al verlo
seguir a Jesús?
El
espíritu de Nicodemo es el de temor.
Al qué dirán, a quedar mal con otros, el miedo al ostracismo social, porque,
seguir a Jesús, era algo polémico, que no era bien visto por otros. Lo más
grave era que Nicodemo, a diferencia de otros, estaba claro en que Jesús venía
de Dios, y que sus obras lo respaldaban.
Nicodemo
sabía que Jesús era el Mesías. Pero su temor a lo que dijeran otros, le impidió
seguir de lleno a Jesús. Según la tradición, Nicodemo sí se hizo discípulo de
Jesús. Eso indica que Nicodemo pasó del temor
al valor, y se hizo seguidor de
Jesús.
Nicodemo
manifestó un espíritu de temor, pero también de valor, pues finalmente, se
decidió a seguir a Jesucristo. Esto nos hace reflexionar en estas palabras del
Apocalipsis 21:8:
“Pero
los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicadores y
hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos, tendrán su parte en el lago
que arde con fuego y azufre, es decir, en la muerte segunda”
En
el Apocalipsis, se condena a los homicidas, hechiceros, idólatras y mentirosos
como merecedores del juicio divino. Bien. Pero, las 2 primeras clases de
personas que se mencionan son las cobardes
e incrédulas. Es decir, que ser
cobarde e incrédulo, a los ojos de Dios, es tan grave, como ser homicida o
hechicero. Parece increíble, ¿cierto?
El
cobarde o “gallina”, como coloquialmente se le llama, es una persona que no
actúa porque tiene miedo, por temor. ¿Ejemplo? El del esclavo que enterró el
talento, porque tuvo “miedo” del amo (Mateo 25:25).
Quien
deja de actuar a favor de la causa de Cristo, no ha recibido el espíritu de
“poder, amor y dominio propio” (2 Timoteo 1:7). Evidentemente, Dios no pide que
una persona sea superhéroe, sino que confíe en Él. “Dios es nuestro refugio y
fuerza”, cantaban los salmistas (Salmo 46:1).
Y
ser incrédulo, es ser una persona sin fe. En el griego original transmite la
idea de una persona que no se deja persuadir hacia la fe. Es una persona que
resiste tercamente el sonido de la verdad. Y una persona incrédula, no se
moviliza hacia Dios, ni las cosas de Dios.
Nicodemo
nos demuestra que se puede ser discernidor, y ver la verdad, reconocerla. Pero
podemos aprender de su vida que debemos seguir a Cristo sin dilación, ni
demoras, con fe y valor. Muchos hoy día están indecisos, por temor al qué
dirán, y no saben si lo correcto es seguir a Jesús o no. No se trata de
posponer la decisión más importante de nuestra vida, pues para Dios, somos responsables
de lo que sabemos y creemos, y si sabemos qué tiempos estamos viviendo, y qué
conocimiento tenemos sobre el Padre y el Hijo. Si estamos convencidos de la
urgencia de los tiempos, y sabemos que debemos cambiar nuestro sistema errado
de creencias, es hora de hacerlo. Aprendamos de Nicodemo.