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La Bendición de Jehová

E invocó Jabes al Dios de Israel, diciendo: ¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras de mal, para que no me dañe! Y le otorgó Dios lo que pidió.
1Cró 4:10
 
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. 
Ef 1:3

Dios te bendiga. ¡Qué grato es escuchar esas palabras! Vivir con la bendición de Dios, abrir nuestras vidas a Él, recibir su toque, su favor, su bondad, su misericordia, es algo que desean los creyentes fervorosamente.

Pero, ¿qué dicen las Escrituras sobre la bendición de Dios?

La palabra traducida bendecir en el Antiguo Testamento significa bendecir, arrodillarse, alabar, saludar. Aquí se debe introducir otra palabra; los hebreos, aún en la actualidad, usan la palabra shalom para bendecir. Shalom, en su sentido técnico significa “paz”, aunque es mucho más que eso. Shalom comunica el deseo de paz, de prosperidad, bienestar, salud, realización plena, seguridad, armonía social. Este concepto está relacionado con el pacto de la presencia de Dios; todos precisamos este shalom, esta bendición. Es la presencia, es la gracia de Dios que produce en nuestra vida lo que ninguna otra cosa es capaz de producir.

Para los antiguos, la bendición de Dios involucraba una fuerza benévola, bienhechora, que se podía trasmitir a otros, y se contrastaba con el poder destructor de la maldición.

Un ejemplo del poder de la bendición lo hallamos en este relato bíblico.

Hace cerca de 35 siglos, en las laderas de un monte, dos figuras extrañas se reunieron en un lugar donde pudieron contemplar una parte del vasto pueblo de Israel, extendido ante ellos en las llanuras, a punto de entrar en la tierra prometida. Estas dos figuras eran un rey y un vidente, un profeta. El rey estaba asustado, muy preocupado, porque había observado y había oído también que la bendición del Dios de Israel sobre este pueblo, desde la liberación de la esclavitud en Egipto, que había cruzado un desierto enorme y había vencido a pueblos y naciones poderosas.

Este rey de Moab, Balac, decidió contratar los servicios de este reconocido vidente y adivino, de nombre Balaam. El rey Balac lo llevó a un punto alto desde el cual podía ver una buena parte del pueblo de Israel y le dio una sola instrucción: “Maldícemelos”. Balaam le avisó que no podía decir ni hacer nada que Dios no le permitiese. Sin embargo, como el rey Balac le ofreció una verdadera fortuna, lo acompañó hasta ese lugar. Por su instrucción, Balac construyó siete altares y sobre cada uno ofreció en holocausto un carnero y un novillo.

Completadas estas instrucciones, Balaam se puso como en otras situaciones, en trance para recibir revelación. Pero cuando abrió su boca, para la sorpresa indignada de Balac, contemplando el pueblo Balaam dijo algo así: “He sido llamado para maldecir a Israel, pero ¿cómo puedo maldecir a alguien a quien Jehová no ha maldecido? Como profeta veo a este pueblo delante de mí ahora. Morará aparte de todas las naciones. Cuando mueran los demás pueblos, este pueblo será conservado ¿Quién podrá contarlo? Es un pueblo que Jehová justifica por medio de su pacto. Quisiera yo formar parte de este pueblo al morir”.

Apenas terminó cuando Balac comenzó a gritar: “Pare, pare, te llamé para maldecir, y les has llenado de bendiciones”.

Balaam le respondió: “Yo no puedo decir otra cosa que lo que Dios pone en mi boca”. Entonces Balac lo llevó a otro lugar, al monte Mizpá. Subieron al monte, repitieron la misma ceremonia con los altares, los sacrificios y el trance, y cuando Balac esperaba que Balaam maldijera al pueblo de Israel, otra vez sale con algo así: “Jehová no es como el hombre que cambia de parecer y maldice lo que antes bendijo. Es fiel a su pacto y sus promesas, y no tiene por qué maldecir a Israel. Jehová mismo mora entre este pueblo. Ellos dan gritos de exaltación. Él los trajo de Egipto; son invencibles; no hay magia o adivinación que sirva contra ellos, porque Jehová Dios vive entre ellos, dándose a conocer y hablándoles”. Balac comenzó nuevamente a gritar, lo obligó a parar y le dijo: “Por favor, no digas más nada … si no los vas maldecir, no digas nada más”.

Luego Balaam decidió intentar una vez más. Ni él mismo creía lo que él decía. Esperaba que este Dios que no cambiaba de parecer —como acaba de afirmar— cambiara de parecer, pero esta vez, en lugar de entrar en trance, aunque replicó la ceremonia de los altares y los sacrificios, se quedó así, y cuando vino la palabra dijo: “Veo el destino y el futuro de Israel: Cuán hermosas son tus moradas, oh Israel, cuán bendecidas por Jehová, eres invencible. Vencerás a todos tus enemigos. Eres la bendición de la tierra. Benditos todos los que te bendicen, y malditos todos los que te maldicen”. Cuando Balac, enfurecido, lo despidió, este le dijo: “Tengo una palabra más que decir”, y fue la más brava de todas: “No ahora, sino en el futuro distante, veo una estrella, un cetro que surge de Israel, es decir un rey que destruirá a Moab … De Jacob saldrá el que tendrá el dominio”.

Balac se fue con gran furia; Balaam se fue por su lado, pero con esta escena tenemos una vívida ilustración del poder de la bendición, bendición que Dios trae sobre uno o sobre miles, sobre pueblos enteros. Cuando Jehová determina que va a hacer una obra, no hay diablos en el mundo que puedan detener su mano. Jehová Dios ha hablado una palabra de bendición, y acompañará su palabra hasta completar su glorioso propósito. !A su nombre: gloria!

Fue tan trascendente esta bendición que Moisés se la recordaba continuamente al pueblo:
Pero Jehová tu Dios no quiso escuchar a Balaam. Jehová tu Dios te convirtió la maldición en bendición, porque Jehová tu Dios te amaba (Deut. 23:5).

OTRA ESCENA DE BENDICIÓN
 
Hay otras escenas en la Biblia que ilustran el poder de la bendición, como por ejemplo, cuando dos hermanos mellizos deseaban la bendición de su padre Isaac. Los dos hermanos fueron Jacob y Esaú. Cuando Isaac, anciano y ciego, mandó a su hijo favorito Esaú a cazar un animal y prepararlo un guiso, para que luego de comerlo pudiera bendecir a su hijo, Rebeca la madre y el otro hijo Jacob oyeron a escondidas la petición que Isaac hizo a Esaú. Antes de que Esaú pudiera cumplir con su cometido de cazar y preparar el animal y traer el guiso a su padre, la madre elaboró un complot involucrando a su hijo Jacob.

La historia es muy interesante, pero me limito a decir que cuando Jacob para engañar a su padre, este, todavía con dudas, al final concluyó que era Esaú, y le dio a Jacob la bendición que en su corazón quería dar al otro hijo Esaú. Lo interesante, lo curioso, lo paradójico para muchos es que esa bendición que dio a su hijo Jacob, que con toda intención quería darle al otro, quedó para Jacob. De modo que cuando Esaú llegó con lágrimas pidiendo que su padre le bendijera, él le dijo: “He dado todo ya a tu hermano”.


Esaú lloró más: “Padre, ¿no queda nada para mi?” Y como buscando en los resabios de lo que quedara, le extendió la mano, y lo bendijo de alguna manera. No lo conformó ni a él ni al hijo. La bendición ya estaba otorgada.

La bendición de Jehová enriquece, dice un proverbio. Es algo serio: cuando uno la imparte, produce un efecto. No se puede jugar con ella. No se puede decir: “¡Te la di, y luego me enojé y te la quito!” No.

Todos éstos llegaron a ser las doce tribus de Israel, y esto fue lo que su padre les dijo al bendecirlos; a cada uno lo bendijo con su respectiva bendición (Gén. 49:28).

LA BENDICIÓN ES FIRME
 
Después de esto, uno se pregunta: ¿Por qué le importó tanto la bendición de Dios a esta gente? En Prov. 10:22 leemos: “La bendición de Jehová es la que enriquece, y Él no añade tristeza con ella”. Hay varios textos en los que especifica la palabra de Dios que él envía, él manda, él ordena su bendición.

Pedir a Jehová Su bendición sobre nuestras vidas, significa invocar su favor. Que obre a favor nuestro, para nuestro bien, que nos dé honra y gloria, poder y Su Presencia continua, constante. Pedirla es muestra de dependencia de Él, desde allí comenzamos a valorar la bendición de Dios. Ya sabemos en lo más profundo de nuestro ser que la bendición no es algo sicológico. Es un toque de Dios, es la mano de Dios en nuestras vidas, con la seguridad de que Él está con nosotros. La bendición divina, Su gracia, eso que es inefable, eso que nadie sabe definir, sin eso no tiene ni sentido vivir. Precisamos la bendición de Dios.

¿Cómo habrá sido cuando Jesús bendijo a sus discípulos? Leemos en las Escrituras en Lucas 24, al final del libro que el Cristo resucitado, a punto de ascender al cielo, llamó a sus discípulos y los bendijo. ¿Qué les diría, cómo los bendijo, qué efecto tuvo Su bendición en ellos?

A NOSOTROS TAMBIÉN, Jehová y Jesucristo nos pueden bendecir
 
En esos momentos en los que parece todo inútil o perdido, en esos que parece que Dios te ha halado en tu fuero interior, en momentos de consternación y dolor, de confusión, cuando no sabías si debieras seguir empujando contra una pared que parecía inamovible, o tirar la toalla. En esos momentos, ¿cómo se manifiesta la bendición divina? Ese impulso interno que parece decir “Sigue, sigue, sigue, estoy contigo.” Son palabras, pero esas palabras son de bendición, porque, ¿es bendecido quien se rinde y se da por vencido?

Cuando parece que se cierran puertas, pero se abren otras mejores, eso es bendición divina.



La bendición de Dios es sobrenatural. Es importante que sepamos oír la voz de Dios y actuar de acuerdo con la palabra de Dios, a fin de bendecir a otros. Las Escrituras insinúan que es nuestro deber bendecir a los que nos rodean. Comenzando por Jehová Dios, bendecirnos a nosotros mismos y a nuestra familia. Quizá el arma más poderosa que Dios nos ha dado es el poder de la bendición.
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