La telaraña del espionaje
Diez personas fueron arrestadas en los Estados Unidos
por un supuesto caso de espionaje, en el que se presume que los
implicados trabajaban para el Gobierno ruso.
Entre los arrestados constan Vicky Peláez, de origen peruano y columnista del periodico hispano El Diario, y su esposo, Juan Lázaro, de origen uruguayo.
Según la cadena británica BBC, existen varios documentos judiciales producto de una prolongada investigación de las autoridades estadounidenses, que indican que la pareja realizaba viajes a un país sudamericano no identificado, desde el cual pasaban mensajes encubiertos a las autoridades rusas y recibían dinero a cambio de sus servicios.
Esta noticia sorprende un poco, por el momento actual que estamos viviendo, en el que pareciera que las grandes potencias buscan convivir en paz, y buscar la tan anhelada "paz y seguridad" para los pueblos del mundo.
Pero al mirar al pasado, se hace evidente la existencia de una relación añeja: la política y lo militar. La Nueva Enciclopedia Larousse define el espionaje como la acción realizada por un “conjunto de personas que se dedican a espiar [...] y [...] revelar secretos militares, políticos o económicos a una potencia extranjera”.
Estas actividades no son nuevas. Los egipcios estuvieron entre los primeros que organizaron un servicio secreto de espionaje. El rey Tutmosis III se valió de espías para introducir en la ciudad de Jaffa a unos doscientos soldados escondidos en sacos de harina.
En el año 400 a. E.C., el chino Sun Tzu escribió un libro titulado Ping Fa (El arte de la guerra), en el que destacaba la importancia de tener un cuerpo de espías bien organizado. Y en el siglo XV de nuestra era, los países europeos comenzaron a usar sus embajadas en las capitales extranjeras con fines de espionaje. La diplomacia y el espionaje cruzaron las fronteras europeas. El nacionalismo invadió Europa, y con él vino la necesidad de configurar ejércitos, cuerpos diplomáticos y agentes. Se desarrollaron técnicas para idear y descifrar códigos. El espionaje (la obtención y análisis de la información) y el contraespionaje (la acción de impedir que otros obtuviesen información secreta) llegaron a ser partes separadas de una misma red. El cardenal francés Richelieu y Federico el Grande de Prusia pusieron en marcha impresionantes redes de espionaje. La trama del servicio secreto británico en un tiempo fue impulsada por Daniel Defoe, el autor de la obra Robinson Crusoe.
Claro, los tiempos han cambiado. Antes, el desarrollo del espionaje se vería restringido por un gran obstáculo: la comunicación. Para transmitir sus mensajes, los agentes tenían que valerse del transporte por mar, de caballos o de palomas mensajeras. Al no existir medios de comunicación rápidos, los ejércitos enemigos podían reunir sus tropas a poca distancia el uno del otro sin ni siquiera saberlo. En 1815 Napoleón llegó a conclusiones erróneas sobre el movimiento de las tropas enemigas que se hallaban a pocos kilómetros de distancia. Perdió la batalla de Waterloo y, con ella, un imperio. Más tarde, la tecnología moderna habría de revolucionar los servicios de espionaje.
Estamos en una era de globalización. Esto ha planteado nuevos desafíos a los servicios de inteligencia. Hay novedosas variantes de espionaje, de dar a conocer información "clasificada". Según la revista alemana Der Spiegel, “el miedo es el alma misma del espionaje. Mientras más insegura sea la situación mundial, este se convierte en una profesión más segura”. ¿Con qué resultado? “No hay ningún país en la Tierra que crea que se puede prescindir de los servicios secretos.” El espionaje se alimenta de la sospecha y la engendra. De ahí que exista una multitud de servicios de inteligencia: estratégicos (necesarios para los planificadores de las más altas esferas), militares (tierra, mar y aire), económicos, científicos, geográficos y varios más. Cada uno añade su pieza al rompecabezas.
Estamos en una era de globalización. Esto ha planteado nuevos desafíos a los servicios de inteligencia. Hay novedosas variantes de espionaje, de dar a conocer información "clasificada". Según la revista alemana Der Spiegel, “el miedo es el alma misma del espionaje. Mientras más insegura sea la situación mundial, este se convierte en una profesión más segura”. ¿Con qué resultado? “No hay ningún país en la Tierra que crea que se puede prescindir de los servicios secretos.” El espionaje se alimenta de la sospecha y la engendra. De ahí que exista una multitud de servicios de inteligencia: estratégicos (necesarios para los planificadores de las más altas esferas), militares (tierra, mar y aire), económicos, científicos, geográficos y varios más. Cada uno añade su pieza al rompecabezas.
Es evidente que el espionaje ha ampliado sus horizontes. Anteriormente, la información secreta había que buscarla en círculos militares o de influencia política. Hoy, sin embargo, las fuentes de los secretos nacionales están más diversificadas. ¿Por qué?
El enorme incremento de armamentos desde la II Guerra Mundial implica que hay varias naciones que están produciendo armamento sutilizado. Pero el país que además tenga la tecnología capaz de procesar decisiones con un mínimo de tiempo o de dirigir su potencial destructivo hacia determinados objetivos con mayor precisión claramente tiene en su mano la carta ganadora. Esta clase de conocimiento técnico está hoy al alcance de los fabricantes, desde el que fabrica rodamientos hasta el que hace videojuegos.
En consecuencia, centenares de compañías y millones de empleados se han convertido en el objetivo del espionaje industrial, científico, y tecnológico.
Este es el botín de la guerra secreta. La red de espionaje que pueda sacar de un país información técnica especializada, desarrollada a unos costes altísimos, tiene en sus manos un valioso trofeo. No hay duda: una red de espionaje puede ahorrar grandes sumas de dinero. Pero también puede tener enormes gastos presupuestarios. En una sección de The Sunday Times dedicada a los libros, hace años se dio un cálculo aproximado según el cual el costo del espionaje mundial se eleva a la impresionante cifra de veintinueve mil millones de dólares al año. Imagínese, esa cantidad de dinero invertida en espionaje hace más de 20 años. ¿Quién paga los costos del espionaje? Estos gastos colosales que supone el espionaje se cargan al gasto público, los impuestos que usted paga.
¿Qué mueve a alguien a ser espía?
Dinero. Independientemente del nacionalismo.
La literatura y el cine encarnan el mundo del espionaje con héroes bronceados al sol, provistos de artilugios tecnológicos de primera línea. Esta imagen idealizada, cuidadosamente representada por actores y actrices bien trajeados, que ofrecen los medios de difusión está completamente alejada de la realidad. Es cierto que hay agentes topo y que se emplean minicámaras, pero esto ocurre a un grado muy pequeño. Recoger información secreta para los servicios de inteligencia es un trabajo mayormente tedioso. Implica pasar horas examinando semanarios comerciales y financieros, o revistas científicas, con el fin de atisbar algún detalle aparentemente trivial que, junto a otros, proporcione un cuadro completo e inteligible.