Sólo Dios es Juez
¿Verdad que es fácil ver errores en otras personas?
¿Juzgarlas y cuestionarlas?
Sí, es fácil hacerlo.
Uno de los consejos más impactantes que hace Jesús en el Sermón del Monte es el siguiente:
¿Juzgarlas y cuestionarlas?
Sí, es fácil hacerlo.
Uno de los consejos más impactantes que hace Jesús en el Sermón del Monte es el siguiente:
1 No juzguen a los demás, y así Dios no los juzgará a ustedes. 2
Si son muy duros para juzgar a otras personas, Dios será igualmente
duro con ustedes. Él los tratará como ustedes traten a los demás.
3 ¿Por qué te fijas en lo malo que hacen otros, y no te das cuenta de
las muchas cosas malas que haces tú? Es como si te fijaras que en el ojo
del otro hay una basurita, y no te dieras cuenta de que en tu ojo hay
una rama. 4 ¿Cómo te atreves a decirle a otro: “Déjame sacarte la basurita que tienes en el ojo”, si en tu ojo tienes una rama? 5
¡Hipócrita! Primero saca la rama que tienes en tu ojo, y así podrás ver
bien para sacar la basurita que está en el ojo del otro.
Mateo 7:1-5
En el griego original, el verbo que se traduce juzgar es krino. Significa aprobar, estimar, tener una opinión sobre lo correcto e incorrecto, dictar sentencia. Se refiere a los que actúan como jueces o árbitros en los asuntos de la vida común, y que emiten un juicio sobre los hechos y las palabras de los demás.
Todos estamos expuestos a ser juzgados. A que se tenga una opinión de nosotros, que no necesariamente corresponda con la realidad de quiénes somos verdaderamente. La pregunta es: ¿qué tan acertado puede ser el juicio que otros hagan sobre uno? ¿conocen todos los hechos? ¿qué motivaciones existen detrás de las palabras y acciones?
Lo cierto es que somos juzgados por lo que se ve exteriormente. Eso nos recuerda la parábola de Jesús de las ovejas y las cabras. ¿En qué se basa? En el juicio que hicieron personas sobre otras. Veamos:
Jesús primero menciona la venida del Hijo del Hombre, sentado sobre un Trono. Es Rey y Juez, el único autorizado y facultado por YHWH para juzgar. Y viene con gran esplendor y poder. Todas las naciones son puestas delante de este Rey - Juez. Evidentemente, no es un suceso anunciado por Internet o por cadena de noticias global alguna. Es un acontecimiento que sucede en el horario divino. ¿Cuándo? Puede ser en el futuro, en el presente, o tal vez un suceso que ya se desencadenó y continúa. Sólo Dios lo sabe.
El caso es que el juicio se basa en el cómo se juzgó a ciertas personas: los hermanos de Cristo. Y no son los hermanos de Cristo más connotados, los más poderosos e influyentes, sino los más humildes. Por supuesto, nos preguntamos a quiénes Jesús considera Sus hermanos. Evidentemente, los hermanos de Cristo son hijos e hijas de Dios, YHWH, el Padre. ¿Te consideras hijo o hija de Dios y hermano o hermana de Cristo? Entonces esta parábola es contigo. De cómo Dios y Jesús ven el cómo otros te tratan a ti y de cómo tú tratas a otras personas.
Jesús habla de los más humildes de Sus hermanos y hermanas. Describe a personas que están con hambre, sed, sin hogar, sin tener dónde dormir, sin ropa, enfermos, en la cárcel. Por cierto que, en algunos momentos de su vida, Jesús estuvo en condiciones similares. Tuvo momentos de hambre, de sed, sin tener un hogar estable, y en los momentos previos a su muerte, el que jamás enfermó por estar sin pecado, sufrió heridas y latigazos clavado en una cruz. Cómo debieron doler esos clavos en las muñecas de sus manos, en sus pies, y el dolor que sentía por haber sido flagelado con un látigo que le desgarró la piel hasta llegar a sus músculos más profundos. Y en medio de todo ese dolor, parte de sus ropas más íntimas, fueron apostadas por soldados romanos. Y frente a la cruz en la que murió, sólo estaban su madre, María, María la esposa de Clopas, María Magdalena y otras mujeres. Uno pensaría que Jesucristo, Hijo de Dios, el Mesías, alguien que hizo tanto bien por otros, en los peores momentos de su vida, estarían junto a Él las personas a las que alimentó milagrosamente, o curó de sus enfermedades, o a las que con su enseñanza sanó las heridas de sus almas. Pero, no, estaba, prácticamente, solo.
Y uno se pregunta: ¿cómo es que Jesús fue tratado así? Bueno, fue... juzgado. El que enseñó que no juzgaran a otros, fue Él mismo víctima del juicio dañino y distorsionado de escribas, fariseos, líderes religiosos de su tiempo, y Poncio Pilato, que, al fin y al cabo, por mucho que se lavó las manos, no lo liberó.
¿Significa esto que el consejo de Jesús no es válido? En absoluto. Significa que es necesario practicar lo que enseñó. Jesús dejó el juicio en manos del Padre, y el Padre siempre dicta un juicio justo. No obstante, en tiempos en que el Hijo del Hombre juzgue a las personas con todo derecho sobre la base del cómo trataron a otros, a los más humildes hermanos y hermanas de Cristo, vale la pena reflexionar en el cómo vemos a otros y les tratamos.
En nuestros tiempos, más que en cualquier otro, la gente se deja llevar por las etiquetas del status. Particularmente en el terreno religioso eso se ve. La gente juzga a otros por la "etiqueta" religiosa que alguien lleve o afirme llevar. Hay quienes piensan que sus encumbrados líderes religiosos son los "grandes" hermanos de Cristo, aquellos dignos de ser tomados en cuenta, hasta con aires de pleitesía. No importa que esos líderes les enseñen falsedades, o les hagan sentir indignos a los ojos de Dios. El punto es que ellos portan títulos, como los que usaban los grandes rabíes y sacerdotes del judaísmo a los que Jesús denunció como víboras. Y aunque a los ojos de Dios son "víboras", a los ojos de ciertas personas son los hombres de Dios "ungidos" por el espíritu santo para "enseñar" o para hacer grandes obras de sanidad.
El caso es que la parábola deja en claro que no es bueno dejarse llevar por las apariencias. En nuestra sociedad, hay personas que son marginadas, por todo tipo de razones. Y lo más curioso es que quienes son más recalcitrantes en ese maltrato, son precisamente los que se hacen pasar por piadosos hombres o mujeres de Dios.
Las Escrituras son claras: no juzgar, porque el juicio es de Dios (Deuteronomio 1:17). En la parábola Jesús usa la palabra cuándo. Se refiere a momentos puntuales y específicos en los que se nos presenta la oportunidad de mostrar que no juzgamos a otros y les prestamos ayuda, o los juzgamos, y no los ayudamos. Porque, si de antemano viene Jesús y nos dice "hey, ayuda a esta persona porque es importante para mí", entonces, cualquiera le ayudaría. Pero así o funciona. Las ovejas y las cabras son separadas de acuerdo a cómo reaccionaron con esas personas en condición desvalida, y les prestaron ayuda o no. Y sin duda alguna, todos tenemos todos los días la oportunidad de dar apoyo a otros.
El apóstol Pablo señaló que todos somos juzgados por Dios, y que de Él viene nuestra valoración. Así lo destacó en 1 Corintios 4:1-5:
Todos estamos expuestos a ser juzgados. A que se tenga una opinión de nosotros, que no necesariamente corresponda con la realidad de quiénes somos verdaderamente. La pregunta es: ¿qué tan acertado puede ser el juicio que otros hagan sobre uno? ¿conocen todos los hechos? ¿qué motivaciones existen detrás de las palabras y acciones?
Lo cierto es que somos juzgados por lo que se ve exteriormente. Eso nos recuerda la parábola de Jesús de las ovejas y las cabras. ¿En qué se basa? En el juicio que hicieron personas sobre otras. Veamos:
31 »Cuando venga el Hijo del hombre con todos sus ángeles, vendrá con gran esplendor, y se sentará en su grandioso trono. 32
Entonces todas las naciones se reunirán en su presencia. El Hijo del
hombre los separará, así como un pastor separa a sus ovejas de sus
cabras. 33 Él pondrá a las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.
34
»Entonces el rey dirá a los que estén a su derecha: “¡Vengan, ustedes
han sido bendecidos por mi Padre! Reciban el reino que ha sido preparado
para ustedes desde el comienzo del mundo.
35 Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer. Tuve sed y me dieron de beber. Fui extranjero y me hospedaron.
36 No tenía ropa y ustedes me vistieron. Estuve enfermo y me cuidaron. Estuve en la cárcel y me visitaron”.
37
»Entonces los que hacen la voluntad de Dios le preguntarán: “Señor,
¿cuándo vimos que tenías hambre y te dimos de comer? o ¿cuándo te vimos
con sed y te dimos de beber? 38 ¿Cuándo te vimos sin tener dónde quedarte y te invitamos a nuestra casa? o ¿cuándo te vimos sin ropa y te vestimos? 39 ¿Y cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos?” 40
Entonces el rey les responderá: “Les digo la verdad: cada vez que
ustedes hicieron algo por mis hermanos más humildes, también lo hicieron
por mí”.
41
»Luego les dirá a los que estén a su izquierda: “Aléjense de mí,
malditos. Váyanse al fuego eterno que está preparado para el diablo y
sus ángeles.
42 Porque tuve hambre y no me dieron de comer. Tuve sed y no me dieron de beber. 43 Fui extranjero y no me hospedaron. Estaba sin ropa y no me vistieron. Estuve enfermo y en la cárcel y no me visitaron”.
44
»Entonces ellos también le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te servimos? 45 El rey les responderá: “Les digo la verdad: cada vez que no ayudaron a uno de estos más humildes, no me ayudaron a mí”.
46 »Entonces esos irán al castigo eterno; pero los que hacen la voluntad de Dios irán a la vida eterna.
Mateo 25:31-46
Jesús primero menciona la venida del Hijo del Hombre, sentado sobre un Trono. Es Rey y Juez, el único autorizado y facultado por YHWH para juzgar. Y viene con gran esplendor y poder. Todas las naciones son puestas delante de este Rey - Juez. Evidentemente, no es un suceso anunciado por Internet o por cadena de noticias global alguna. Es un acontecimiento que sucede en el horario divino. ¿Cuándo? Puede ser en el futuro, en el presente, o tal vez un suceso que ya se desencadenó y continúa. Sólo Dios lo sabe.
El caso es que el juicio se basa en el cómo se juzgó a ciertas personas: los hermanos de Cristo. Y no son los hermanos de Cristo más connotados, los más poderosos e influyentes, sino los más humildes. Por supuesto, nos preguntamos a quiénes Jesús considera Sus hermanos. Evidentemente, los hermanos de Cristo son hijos e hijas de Dios, YHWH, el Padre. ¿Te consideras hijo o hija de Dios y hermano o hermana de Cristo? Entonces esta parábola es contigo. De cómo Dios y Jesús ven el cómo otros te tratan a ti y de cómo tú tratas a otras personas.
Jesús habla de los más humildes de Sus hermanos y hermanas. Describe a personas que están con hambre, sed, sin hogar, sin tener dónde dormir, sin ropa, enfermos, en la cárcel. Por cierto que, en algunos momentos de su vida, Jesús estuvo en condiciones similares. Tuvo momentos de hambre, de sed, sin tener un hogar estable, y en los momentos previos a su muerte, el que jamás enfermó por estar sin pecado, sufrió heridas y latigazos clavado en una cruz. Cómo debieron doler esos clavos en las muñecas de sus manos, en sus pies, y el dolor que sentía por haber sido flagelado con un látigo que le desgarró la piel hasta llegar a sus músculos más profundos. Y en medio de todo ese dolor, parte de sus ropas más íntimas, fueron apostadas por soldados romanos. Y frente a la cruz en la que murió, sólo estaban su madre, María, María la esposa de Clopas, María Magdalena y otras mujeres. Uno pensaría que Jesucristo, Hijo de Dios, el Mesías, alguien que hizo tanto bien por otros, en los peores momentos de su vida, estarían junto a Él las personas a las que alimentó milagrosamente, o curó de sus enfermedades, o a las que con su enseñanza sanó las heridas de sus almas. Pero, no, estaba, prácticamente, solo.
Y uno se pregunta: ¿cómo es que Jesús fue tratado así? Bueno, fue... juzgado. El que enseñó que no juzgaran a otros, fue Él mismo víctima del juicio dañino y distorsionado de escribas, fariseos, líderes religiosos de su tiempo, y Poncio Pilato, que, al fin y al cabo, por mucho que se lavó las manos, no lo liberó.
¿Significa esto que el consejo de Jesús no es válido? En absoluto. Significa que es necesario practicar lo que enseñó. Jesús dejó el juicio en manos del Padre, y el Padre siempre dicta un juicio justo. No obstante, en tiempos en que el Hijo del Hombre juzgue a las personas con todo derecho sobre la base del cómo trataron a otros, a los más humildes hermanos y hermanas de Cristo, vale la pena reflexionar en el cómo vemos a otros y les tratamos.
En nuestros tiempos, más que en cualquier otro, la gente se deja llevar por las etiquetas del status. Particularmente en el terreno religioso eso se ve. La gente juzga a otros por la "etiqueta" religiosa que alguien lleve o afirme llevar. Hay quienes piensan que sus encumbrados líderes religiosos son los "grandes" hermanos de Cristo, aquellos dignos de ser tomados en cuenta, hasta con aires de pleitesía. No importa que esos líderes les enseñen falsedades, o les hagan sentir indignos a los ojos de Dios. El punto es que ellos portan títulos, como los que usaban los grandes rabíes y sacerdotes del judaísmo a los que Jesús denunció como víboras. Y aunque a los ojos de Dios son "víboras", a los ojos de ciertas personas son los hombres de Dios "ungidos" por el espíritu santo para "enseñar" o para hacer grandes obras de sanidad.
El caso es que la parábola deja en claro que no es bueno dejarse llevar por las apariencias. En nuestra sociedad, hay personas que son marginadas, por todo tipo de razones. Y lo más curioso es que quienes son más recalcitrantes en ese maltrato, son precisamente los que se hacen pasar por piadosos hombres o mujeres de Dios.
Las Escrituras son claras: no juzgar, porque el juicio es de Dios (Deuteronomio 1:17). En la parábola Jesús usa la palabra cuándo. Se refiere a momentos puntuales y específicos en los que se nos presenta la oportunidad de mostrar que no juzgamos a otros y les prestamos ayuda, o los juzgamos, y no los ayudamos. Porque, si de antemano viene Jesús y nos dice "hey, ayuda a esta persona porque es importante para mí", entonces, cualquiera le ayudaría. Pero así o funciona. Las ovejas y las cabras son separadas de acuerdo a cómo reaccionaron con esas personas en condición desvalida, y les prestaron ayuda o no. Y sin duda alguna, todos tenemos todos los días la oportunidad de dar apoyo a otros.
El apóstol Pablo señaló que todos somos juzgados por Dios, y que de Él viene nuestra valoración. Así lo destacó en 1 Corintios 4:1-5:
1 Por tanto, que los hombres nos consideren como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios.
2 Ahora bien, lo que se requiere de los administradores es que cada uno sea hallado fiel.
3 En cuanto a mí, en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros o por tribunal humano. ¡Ni aun yo mismo me juzgo!
4 Aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor.
5
Así que no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el
cual aclarará también lo oculto de las tinieblas y manifestará las
intenciones de los corazones.
Entonces, cada uno recibirá su alabanza de
Dios.