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Jesucristo, Médico del corazón


¿Quién es Jesucristo?

¿Cómo describirlo en pocas palabras?

Este singular desafío lo enfrentó un hombre que conoció personalmente a Jesucristo. Alguien que habló con Él, que caminó con Él, que hasta tomó vino y comió pescado a la brasa que Él le preparó para desayunar. Alguien que fue enviado por Dios a una casa en la que un hombre llamado Cornelio, familiares y amigos, le escucharían atentos, expectantes, sus palabras este hombre, Jesucristo. Nos referimos a Pedro, aquel ex pescador de Galilea, a quien ahora le tocaba ejercer el oficio de apóstol, alguien “enviado” a dar testimonio de Jesucristo.


Parte de su explicación sobre quién era Jesucristo se muestra a continuación:
 

El mensaje que YHWH envió a Israel, predicando el evangelio de paz por medio de Jesucristo, que Él es Señor de todos.

Ustedes saben lo que ocurrió en toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que Juan predicó, cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el espíritu santo y con poder, el cual anduvo haciendo bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él.
Hechos 10:37-38


Pedro describió a Jesús como alguien enviado por YHWH, que predicaba un evangelio de paz, y que además, después de haber sido ungido con espíritu santo y poder, anduvo ”haciendo bien y sanando a todos los oprimidos”. Sí, Pedro dio testimonio de un Jesucristo que hacía el bien y sanaba a los oprimidos. De hecho, en los evangelios, se destacan los relatos de curaciones milagrosas que hizo Jesucristo. Y, como bien podemos recordar, hubo casos en los que Jesucristo curó a personas hasta bajo el riesgo de caer en controversia con los fariseos, porque, según ellos, infringía la Ley Sabática. Para ellos la salud de una persona no era tan importante como el insistir tercamente en el cumplimiento que ellos le habían dado a la Ley.


Pedro tenía muy frescas en su memoria las escenas de las varias curaciones milagrosas que hizo Jesucristo. Por supuesto, nosotros tenemos memoria para recordar algunas, como la del hombre con la mano seca, la mujer que padecía de 12 largos años con flujo de sangre abundante (tenga en cuenta el lector/lectora que en aquel tiempo no existían las toallas sanitarias, protectores y demás productos que hoy en día sí existen para la salud íntima de la mujer), el hombre que estaba ciego de nacimiento, o los 10 leprosos, en los que sólo uno se devolvió a agradecer a Jesucristo por sanarle. (Al final de este tema, hay un anexo detallado de los diversos milagros de curaciones que hizo Jesucristo). 


Obviamente, estas demostraciones de poder divino que demostró Jesucristo, y que Pedro relató a Cornelio y su casa, nos muestran que realmente era el singular Hijo de Dios, que nos enseñó el “Camino, Verdad y Vida” para acceder al Padre. Pero vivimos en el siglo XXI, y relatos como estos fortalecen nuestra fe en Él, y somos conscientes de que necesitamos a Jesucristo como sanador. Sí, como el sanador de nuestro corazón.


Porque, razonemos por un momento: si Jesucristo podía, por el poder de Dios sanar enfermos y hasta resucitar, ¿no puede sanarnos el corazón, curarnos emocional y psicológicamente? 


Hoy día, existen diversas especialidades médicas que tratan las enfermedades. Hay neurólogos, traumatólogos, cardiólogos, urólogos, ginecólogos, y la lista sigue. Pero, si tenemos un problema con nuestro corazón, con nuestras emociones y con las diversas circunstancias que nos han afligido o afligen, ¿a qué médico de estos acudimos?


Existe la psicología, la psiquiatría, la orientación, existen terapeutas, y sin duda alguna, que una visita a uno de estos especialistas bien puede ayudar a superar traumas, fobias o a evitarlas. 


¿Por qué no acudir a Dios?


¿Por qué no creer que Jesucristo puede ayudarme aquí y ahora a descubrir, confrontar y superar esas “enfermedades” de nuestro corazón figurativo?


Si el mismo poder que estuvo disponible para curar las dolencias del cuerpo físico estuvo disponible hace 2.000 años, ¿no lo estará ahora para ayudarnos?


En este momento, existen diversas circunstancias que hemos vivido o estamos viviendo. Conflictos familiares, abusos de todo tipo, ser víctimas de la violencia, el prejuicio o la discriminación de todo tipo imaginable merma la autoestima y el sentido de valor personal de cualquiera. Piense por ejemplo, en qué sentido de autoestima y autovaloración podría tener el hombre con la mano seca a quien Jesucristo curó. ¿Qué vida laboral podría tener? Y qué decir de la mujer con 12 años de flujo de sangre, ¿cómo podría siquiera pensar en casarse, tener una familia, sentirse bien consigo misma si tenía que lidiar todos los días todo el día con una condición desagradable en lo más íntimo de su ser?


¿Cuántas personas en sus vidas han tenido un pasado o un presente que ha dejado dolorosas huellas en su corazón? 


El caso es que existe esperanza. ¿Cuál? Activar la fe, fe en Jesucristo como aquel que, Enviado por Dios, puede curar nuestro corazón. Jesucristo como Sacerdote Celestial es idóneo para ayudarnos, así como lo explica Pablo en Hebreos 4:14-16:


Por lo tanto, ya que tenemos un gran Sumo Sacerdote que entró en el cielo, Jesús el Hijo de Dios, aferrémonos a lo que creemos. 15 Nuestro Sumo Sacerdote (Jesucristo) comprende nuestras debilidades, porque enfrentó todas y cada una de las pruebas que enfrentamos nosotros, sin embargo él nunca pecó. 16 Así que acerquémonos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. Allí recibiremos su misericordia y encontraremos la gracia que nos ayudará cuando más la necesitemos.


Podemos acercarnos a un Trono, el de la gracia divina de Dios. Allí, alguien aboga por nosotros: Jesucristo. Tendremos la misericordia divina y la gracia de Dios que nos ayudará cuando más lo necesitemos. Y si en este momento tenemos el corazón triste, afligido, estamos resentidos porque fuimos víctimas de algún daño, no esperemos más para acudir a Dios en oración, pidiéndole que nos ayude a sanar el corazón. El poder de la oración es eficaz, y la misericordia de Dios también.


Una de las cosas que el Divino Médico, Jesucristo, nos enseña a través de Sus curaciones, es que las personas a las que curó eran amadas por Dios. Eran amadas, antes de ser curadas, y seguían siendo amadas después de curadas. Eran amadas por Dios sin etiquetas ni prejuicios, muy diferente a lo que enseñaban los fariseos. Jesucristo demostraba siempre a las personas que eran amadas por Dios, y les ayudaba a comprender que su autoestima y valoración personal debían estar en alto nivel. Para Jesucristo, el haber estado enfermos o haber estado en esa condición, no era razón para sentirse despreciados por Dios o que valían menos que nadie.


Una persona que desee sanar su corazón de las enfermedades o dolencias emocionales causadas por diversas razones que hayan vivido, lo primero que debe entender es que Dios la ama. Que haber vivido lo que vivió no significa que Dios no la ame o que la haya abandonado a su suerte. No importa qué haya vivido en su vida, Dios la ama. Y su autoestima y valoración personal no depende de lo que haya vivido. No es menos que nadie. Ni más que nadie. Es. Y puede ser una persona con un corazón sano, libre del resentimiento, el odio o el rencor por lo que haya vivido.


Dios sana y cura todas las heridas del alma. Recuerde:
Él (YHWH) sana a los quebrantados de corazón
y venda sus heridas.
Salmo 147:3
Permita que Dios sane su corazón y vende sus heridas.


Anexo, tomado de 
http://es.wikipedia.org/wiki/Milagros_de_Jes%C3%BAs#Curaciones_hechas_de_modo_gen.C3.A9rico



Siete curaciones de espíritus inmundos

En estos pasajes se puede observar que incluso los demonios se postran ante Jesús, lo obedecen y lo reconocen como el Santo Hijo de Dios.


•    El de la región de Gerasa (Mt. 8:28-34, Mc. 5:1-20, Lc. 8:26-29): Era poseído por muchos espíritus inmundos que se hacían llamar Legión, que fueron expulsados y entraron en un hato de cerdos, que luego murieron.
•    El mudo (Mt. 9:32-34): La gente estaba asombrada y los fariseos afirmaban que gracias al príncipe de los demonios Jesús realizaba sus exorcismos.
•    El endemoniado ciego y mudo (Mt. 12:22-23, Lc. 11:14-15)
•    La hija de la cananea (Mt. 15:21-28, Mc. 7:24-30): Fue un milagro llevado a cabo en la región de Tiro y de Sidón, por petición y gracia a la fe de la madre de la víctima.
•    El niño epiléptico (Mt. 17:14-21, Mc. 9:14-29, Lc. 9:37-43): Los discípulos que acompañaban a Jesús no pudieron curar al niño porque tenían falta de fe.
•    El de la sinagoga en Cafarnaúm (Mc. 1:21-28, Lc. 4:31-37): Fue sanado en los días de reposo,
•    María Magdalena (Lc. 8:1-3): De la cual salieron 7 demonios. También sanó a otras muchachas, entre ellas: Juana, mujer de Chuza intendente de Herodes, y Susana.
 

Cinco curaciones de paralíticos

•    El criado del centurión en Cafarnaún (Mt. 8:5-13, Lc. 7:1-10): Fue curado distancia por petición y gracias a la fe del centurión.
No está claro si el relatado en el Evangelio de Juan es el mismo milagro, ya que el beneficiario es en este caso el hijo de un cortesano, aunque los detalles de la narración son idénticos.
•    Un paralítico de Cafarnaún (Mt. 9:1-18, Mr. 2:1-12, Lc. 5:17-26): quien estaba postrado, y también le fueron perdonados sus pecados. Los escribas acusaron a Jesús de blasfemo.
•    El hombre de la mano seca (Mt. 12:9-14, Mc. 3:1-6, Lc. 6:6-11): debido a este milagro los fariseos se enfurecieron y murmuraban planeando la destrucción de Jesús.
•    La mujer en la sinagoga que estaba encorvada y no podía enderezarse (Lc. 13:10-17): esta curación tuvo lugar también en sábado y en una sinagoga, por lo cual Jesús fue criticado.
•    El de Jerusalén (Jn. 5:1-18): este hombre llevaba 38 años enfermo y fue sanado un sábado en un estanque llamado Betesda en hebreo.


Cuatro curaciones de ciegos


•    Los dos ciegos de Cafarnaúm (Mt.9:27-31).
•    Bartimeo, el de Jericó (Mt. 20:29-34, Mc. 10:46-52, Lc. 18:35-43, también encontrado en el Corán): Él le suplicó misericordia y Jesús le dijo que fue salvado gracias a su fe.
•    El de Betsaida (Mc. 8:22-26): A quien sanó poniéndole saliva en los ojos e imponiéndole las manos
•    El de nacimiento (Jn. 9:1-41): Jesús lo sanó restregando lodo hecho con su propia saliva, en los ojos del ciego, quien luego se lavó en la piscina de Siloe (enviado).


Dos curaciones de leprosos


•    De un leproso de Galilea (Mt. 8:1-4, Mc. 1:40-45, Lc. 5:12-16, también encontrado en el Evangelio Egerton y en el Corán): fue curado al ser tocado por la mano de Jesús.
•    De diez leprosos (Lc. 17:11-19): iban camino a Jerusalén y Jesús los curó con el poder de su palabra.


Otras seis curaciones


•    La fiebre de la suegra de Pedro (Mt. 8:14-15, Mc. 1:29-31, Lc. 4:38-39): fue sanada en su casa en Cafarnaúm, al ser tomada por la mano de Jesús.
•    La mujer con flujo de sangre (Mt. 9:20-22, Mc. 5:25-34, Lc. 8:41-48): quien se sanó al tocar el manto de Jesús.
•    Un sordomudo en la Decápolis (Mc. 7:31-37): a quien sanó metiéndole los dedos en los oídos, escupiendo, tocándole la lengua y diciendo: "Effatá", que significa "ábrete".
•    El hidrópico (Lc. 14:1-6): Esta curación fue hecha un sábado en la casa de uno de los principales fariseos.
•    La oreja de Malco (Lc. 22:50-51): quien fue herido por un discípulo de Jesús, a quien Jesús reprendió por ello.
•    El hijo del alto oficial del rey (Jn. 4:46-54): Jesús y el oficial se encontraban en Caná, y el niño que moría se encontraba en Cafarnaún.


Curaciones hechas de modo genérico

Además de las ya mencionadas curaciones, hay pasajes que hacen referencia a ocasiones en que Jesús curó de modo genérico diversas enfermedades. Se mencionan cinco a continuación:

    Recorriendo Galilea (Mt. 4:23-25, Lc. 16:17-19).
    Al ponerse el sol (Mt. 8:16-17, Mr. 1:32-34, Lc. 4:40-41).
    Junto al mar de Galilea (Mt. 15:29-31).
    En el Templo (Mt. 21:14-15).
    Cuando se retira al mar con sus discípulos (Mc 3:7-12).

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