Jesús comienza a ser conocido. Poco a poco, aquel humilde carpintero de Nazaret, logra dirigir la atención de la gente hacia Su mensaje: El Reino de los Cielos.
Pocos
meses después de Su bautismo, el impacto de Su mensaje se hace notar,
particularmente en Judea. La gente habla de Él, y llega a hacer
discípulos y bautizar más que Juan el Bautista. Este hecho, hace que los
fariseos enciendan las alarmas, pues Juan el Bautista era ya una
amenaza, y ahora este desconocido Jesús, parece lograr más éxito que el
mismo Juan.
Jesús
entendió que era el momento de cambiar de dirección. Decide irse de
Judea, e ir a Samaria. Allí, a eso de las 12 del mediodía estaba solo,
sentado en un lugar histórico: la Fuente de Jacob. En ese sitio, Jacob
sacaba agua para él y su familia, sus siervos y su ganado.
No
nos es difícil entender lo que representaba una fuente de agua en medio
de Samaria. El agua, hace 2.000 años y ahora, es vital, y poseerla, un
asunto de vida o muerte. Jesús estaba ahí, sentado, esperando a los
discípulos que fueron a comprar víveres.
El resto de la historia la conocemos. Jesús promete dar a esa mujer, o a cualquiera que tenga fe, agua, agua que
da vida eterna. Es tan poderosa el agua que da Jesús, que cualquiera
que beba de Su agua, no volverá a tener sed jamás. Y esa agua que Él da,
se convierte en uno en una fuente de agua que brotará para impartir
vida eterna a otros.
Imaginémonos
por un momento esta promesa. Darnos agua que quita la sed, y que hace
que dentro de uno mismo, se genere una fuente inagotable de agua, que
mana agua dadora de vida eterna para otros.
La
samaritana sin duda, estaría sorprendida de que un judío hablase con
ella de asuntos espirituales. Por ser mujer, samaritana, y su historial
de relaciones con hombres, no sería alguien a tomar en cuenta para
hablar este tipo de temas.
Jesús
también habló de adorar al Padre en espíritu y verdad, y de que el
Padre buscaba personas que le adoraran de la forma que Él lo deseaba.
Esto, evidentemente, contrastaba con la opinión de fariseos, saduceos, y
demás líderes religiosos, quienes enseñaban que se servía a Dios como
ellos lo decían.
La
conversación de Jesús y la samaritana, y Su trato hacia ella nos
muestran a un Jesús que reflejaba la misericordia de Dios, y Su
compasión. Para Jesús, la samaritana no era un ser indigno o caso
perdido, no la consideró un ser de segunda o última categoría, por ser
mujer, samaritana, o por su vida privada.
Cuánto
contrasta la actitud de Jesús con la de los líderes de iglesias,
religiones u organizaciones, quienes se creen "superiores" a personas de
otras nacionalidades, creencias religiosas, o que minimizan el rol de
la mujer. Igualmente, se colocan en una posición de jueces sobre la vida
privada de la gente, haciéndolo como si ocuparan la posición de Dios.
En
este relato, vemos a un Jesús que nos enseña misericordia, lo que Dios
realmente busca de cada un@ de nosotr@s, y que somos dignos de respeto y
de acceder a YHWH, independientemente de cuáles sean las circunstancias
de nuestra vida.