Aprender de las experiencias
Aprender de las experiencias |
A lo largo de nuestra vida, diariamente, acumulamos un amplio caudal de vivencias que nos generan un aprendizaje. Dichas vivencias permiten que desarrollemos un tipo de conocimiento y sabiduría, que va acumulándose con el tiempo.
Nuestras vivencias pueden ser
consideradas como “buenas” o “malas”. O “positivas” o “negativas”. Ahora, cómo
una vivencia se transforma en experiencia,
y esa experiencia, cómo la convertimos en una experiencia positiva, que genera sabiduría práctica que
enriquezca nuestra vida y la de otros, es sin duda, una de las grandes
interrogantes de la vida.
Es un hecho, que nuestras
vivencias tienen un alto impacto en nuestra vida. Si fueron gratas, dulces,
llenas de alegría, amor y satisfacción, se convierten en recuerdos memorables.
Pero si esas vivencias son amargas, ingratas, nos causaron un hondo sentimiento
de malestar y sufrimiento, cambian las cosas.
En primer lugar, porque no
queremos tener ese tipo de vivencias. Nuestro mecanismo de autoprotección,
buscará evitarlas, posponerlas o hacer que otros sean responsables, o
culpables, por haberlas causado. Es por ello que se responsabiliza a otros: los
padres, la pareja, la familia, el trabajo, las circunstancias, etc. La lista es
interminable, a la hora de fijar responsabilidades sobre nuestras amargas
vivencias.
Puede que, en efecto, haya
responsables. ¿Y? Eso, a final de cuentas, no determina el cómo cada uno/una,
convierte esa vivencia en una experiencia positiva.
Somos responsables de nuestra
propia vida y sentido de aprendizaje, de tomar como valores y referencias de
vida aquello que queramos. Llega un punto en el que, estamos cara a cara nosotr@s
mism@s con lo vivido. Y qué hacer con ello.
Culpar a otros con
recriminación y afirmar que se es una víctima de: las circunstancias, malos
padres, mala suerte, etc., no genera un auténtico aprendizaje positivo. Es la
medida en que estaremos renunciando al poder que tienen nuestras decisiones,
para crear nuestra propia realidad.
Generalmente no entendemos la
razón por la cual suceden algunas cosas. Sobre todo cuando estamos pasando por
un periodo difícil. Sin embargo, es el mejor momento para enfocarnos en el
aprendizaje.
Las lecciones más grandes en
la vida nos cuestan generalmente muy caro, ya sea a nivel emocional o
económico. Pero el aprendizaje es invaluable. Como dice el dicho, “Aprende de
los errores de los demás que no tendrás tiempo de cometerlos todos tú mismo”. Cuando se es el protagonista
de una vivencia dolorosa, es muy difícil ver las cosas objetivamente. Pero,
precisamente, es esa vivencia la que nos genera la gran posibilidad de aprender
y crecer.
Por ejemplo, las Escrituras
nos relatan la historia de José. Su madre muere cuando él apenas es un niño, y
tiene que crecer en medio de 10 medios hermanos, hijos de mujeres que no eran
las amadas de Jacob, su padre. Fue odiado por ellos, y vendido como esclavo y
llevado a Egipto. Y allí, es acusado de abuso sexual y traición, encarcelado,
esperando largos años hasta ser liberado.
Llama la atención el cómo
José maneja esas vivencias. Negar que las vivió, era imposible, así como es
imposible que neguemos en nuestro corazón lo vivido. José tiene dos hijos. El
mayor se llama Manasés, que significa “Dios me ha hecho olvidar todas mis
desgracias y toda la casa de mi padre”. Y Efraín es el segundo, cuyo nombre
significa “Dios me ha hecho fructífero en la tierra de mi miseria”.
Hay una transición emocional
y espiritual en José. Su primer hijo representa el hecho de que Dios le hizo
olvidar sus desgracias, y la casa de su padre. Para él, sus desgracias ya
pasaron, quedaron atrás, y el futuro estaba por delante, al lado de su esposa e
hijo. Olvidar, en el sentido de que
ese dolor, resentimiento e ira, quedaron atrás, y hay un reenfoque hacia
adelante.
Vivir recordando las
vivencias amargas, hablando de ellas, generando más rencor y resentimiento
hacia quienes nos hicieron daño, nos obliga a seguir viendo hacia atrás. ¿Eso
nos sirve? No, puesto que nos mantendrá en el pasado y la amargura.
Evidentemente, José entendió y asumió qué vida quería: una vida sumida en la
amargura y rencor, o centrarse en las nuevas perspectivas para su vida.
Efraín representa las
posibilidades de generar una experiencia positiva a partir de vivencias
dolorosas. Cada persona tiene cualidades y circunstancias únicas, y el
potencial ilimitado para alcanzar la grandeza y una capacidad única para
impactar al mundo para bien. Todo depende de cómo entendamos que podemos
aprender de lo vivido, y usarlo para nuestro bien y el de otros.
Siendo realistas, eso no se
logra de la noche a la mañana. Pero en la medida en que se genera el deseo y la
intención de no dejarnos determinar por lo que haya sucedido, en que entendamos
que no somos lo que otros piensen o crean sino lo que queramos ser, todo cambia.