El nacimiento de Jesús: lecciones espirituales
Nombre: Jesús
Madre: María
Padre: YHWH
Padre adoptivo: José
Lugar de nacimiento: Belén
Ocupación: Rey de Reyes
Señor de Señores
Cordero de Dios
El nacimiento de Jesús es, sin lugar a dudas, uno de los acontecimientos más importantes que ha sucedido en esta Tierra. La trascendencia de ese evento pocas veces es examinada con detalle, desde el punto de vista espiritual.
¿Qué lecciones espirituales puede darnos el recordar el nacimiento de Jesús? Examinemos el relato bíblico, registrado en Lucas 2:1-20.
José y María: camino a Belén
José y María vivían en Nazaret. María estaba embarazada. Y ya se acercaba al momento de dar a luz.
Era un momento de mucha emoción y expectativa para la pareja, que sabía quién era el ilustre personaje que estaba allí, en el cálido vientre de María. Era el Mesías, el Hijo de Dios, el que habían esperado los judíos desde hacía siglos, y, ¡por fin! estaba ahí entre ellos. Nadie sabía quién era realmente esa criatura, sólo José y María. Supieron ser discretos, para asegurar el desarrollo del propósito de Dios.
Todo marchaba bien hasta que... en aquellos días se promulgó un edicto de parte de Augusto César, de que todo el mundo fuera empadronado. Era un censo, ordenado por el César de Roma. Todos debían inscribirse en el censo, cada uno en su ciudad. No había nada que hacer: José y María, debían viajar hacia Belén de Judea, la ciudad en la que había nacido David, y José. Por cierto que, José y María, eran descendientes ambos del Rey David, el gran rey de Israel.
La mujer que portaba en su vientre al Hijo de Dios, tuvo que viajar en un asno junto a su esposo, en un viaje ordenado por la potencia política de aquel tiempo. Esto sin duda nos enseña:
Jesús, el Hijo de Dios, viajó en las circunstancias más difíciles, estando en el vientre de María, en un asno. Fue el mismo que, siendo el Hijo de Dios, estuvo dispuesto a sentir suyo el dolor y la desesperación de un hombre ciego, o de una madre que perdió a su hijo, o el llanto de una mujer, una prostituta, que quería cambiar su vida. Jesús, que era un hombre santo, perfecto, del cielo, sentía el dolor del hombre y la mujer, que se sienten perdidos, angustiados, lejos de Dios, de aquellos que sienten el peso de las circunstancias en su vida y de su pasado.
Ese Jesús, nos enseña humildad. A no sentir que somos más o mejores que otros. Simplemente somos. Si Él, el Ser más poderoso del Universo, después de YHWH, estuvo dispuesto a vivir las vicisitudes de la pobreza, de la escasez, en las peores circunstancias, lo hizo para enseñarnos algo: que podemos salir adelante, que podemos transformarnos en algo mejor de lo que somos. Nos marcó un camino de excelencia, de perseverancia, nos dejó un ideal de lo que significa sentirnos "hermanos y hermanas", porque somos hijos e hijas de Dios, sin etiquetarnos o hacernos sentir menospreciados.
Jesús: su nacimiento
Estando en Belén, se cumplieron los días del alumbramiento.
No había hoteles, posadas, no había un lugar para Jesús en ese momento, en el momento de salir a la vida, a este mundo.
Cuando Jesús iba a nacer, no había un lugar digno para Él. Hoy día, en estos momentos, tampoco parece haber lugar para que Jesús esté y se manifieste en la vida de muchos. Jesús no tiene lugar donde Él quiere habitar: en el corazón, en el espíritu, en la consciencia. Jesús no puede habitar en un lugar lujoso, adornado, físico. Jesús habita en un corazón que vibre en la frecuencia correcta: la de Dios.
Jesús pudo haber tenido un mejor recibimiento en este mundo. Pero no hubo lugar para Él,
José y María, fueron al único lugar disponible: un establo. Dio a luz a su hijo primogénito, Jesús, y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre.
Un pesebre, en aquellos tiempos, era una especie de caja, en la que ponían el forraje para que comieran los bueyes, caballos, y otros animales domésticos. Allí, envuelto en pañales, fue acostado Jesús.
El Rey del Universo... acostado en una caja donde comen animales. ¿Es eso verosímil?
Estamos acostumbrados a que nos deslumbre lo complejo, lo sofisticado, lo grandilocuente, lo que está lleno de pompa. En cambio Dios, nos sorprende con lo sencillo, con lo simple, para enseñarnos lo complejo de lo simple.
A Dios, lo grande y pomposo, lo encumbrado, no le asombra. Sabe que eso es algo fatuo, superficial. Dios es grande, es sublime. Pero, para que le conozcamos y nos demos cuenta de lo que verdaderamente es importante, nos hace reflexionar en su sencillez, a pesar de ser Dios.
¡Cuántas personas que a sí mismas se etiquetan de "grandes", realmente son "pequeños" ante Dios!
El más grande, enseñó aquel Niño acostado en un pesebre, sentado en un Trono a la Diestra de Dios, es el que se hace un niñito, y llega a ser servidor de otros. Ese, es el que no necesita saber qué lugar tiene en el Reino de los Cielos: sabe que es el único que puede estar a la Diestra de Dios y de Su Hijo.
El anuncio de los ángeles
Esa noche, había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y se les presentó un ángel de Dios y la gloria de Dios los rodeó de resplandor, y tuvieron gran temor.
Padre: YHWH
Padre adoptivo: José
Lugar de nacimiento: Belén
Ocupación: Rey de Reyes
Señor de Señores
Cordero de Dios
El nacimiento de Jesús es, sin lugar a dudas, uno de los acontecimientos más importantes que ha sucedido en esta Tierra. La trascendencia de ese evento pocas veces es examinada con detalle, desde el punto de vista espiritual.
¿Qué lecciones espirituales puede darnos el recordar el nacimiento de Jesús? Examinemos el relato bíblico, registrado en Lucas 2:1-20.
José y María: camino a Belén
Era un momento de mucha emoción y expectativa para la pareja, que sabía quién era el ilustre personaje que estaba allí, en el cálido vientre de María. Era el Mesías, el Hijo de Dios, el que habían esperado los judíos desde hacía siglos, y, ¡por fin! estaba ahí entre ellos. Nadie sabía quién era realmente esa criatura, sólo José y María. Supieron ser discretos, para asegurar el desarrollo del propósito de Dios.
Todo marchaba bien hasta que... en aquellos días se promulgó un edicto de parte de Augusto César, de que todo el mundo fuera empadronado. Era un censo, ordenado por el César de Roma. Todos debían inscribirse en el censo, cada uno en su ciudad. No había nada que hacer: José y María, debían viajar hacia Belén de Judea, la ciudad en la que había nacido David, y José. Por cierto que, José y María, eran descendientes ambos del Rey David, el gran rey de Israel.
¿Cómo fue el viaje? ¿Viajaron en un lujoso carruaje, tirado por hermosos corceles de pura sangre? ¿Un carruaje bellamente adornado por sedas de la India, con un grato aroma a olíbano? No. Viajaron en un asno.
La mujer que portaba en su vientre al Hijo de Dios, tuvo que viajar en un asno junto a su esposo, en un viaje ordenado por la potencia política de aquel tiempo. Esto sin duda nos enseña:
Ese Jesús, nos enseña humildad. A no sentir que somos más o mejores que otros. Simplemente somos. Si Él, el Ser más poderoso del Universo, después de YHWH, estuvo dispuesto a vivir las vicisitudes de la pobreza, de la escasez, en las peores circunstancias, lo hizo para enseñarnos algo: que podemos salir adelante, que podemos transformarnos en algo mejor de lo que somos. Nos marcó un camino de excelencia, de perseverancia, nos dejó un ideal de lo que significa sentirnos "hermanos y hermanas", porque somos hijos e hijas de Dios, sin etiquetarnos o hacernos sentir menospreciados.
Jesús: su nacimiento
Estando en Belén, se cumplieron los días del alumbramiento.
No había hoteles, posadas, no había un lugar para Jesús en ese momento, en el momento de salir a la vida, a este mundo.
Cuando Jesús iba a nacer, no había un lugar digno para Él. Hoy día, en estos momentos, tampoco parece haber lugar para que Jesús esté y se manifieste en la vida de muchos. Jesús no tiene lugar donde Él quiere habitar: en el corazón, en el espíritu, en la consciencia. Jesús no puede habitar en un lugar lujoso, adornado, físico. Jesús habita en un corazón que vibre en la frecuencia correcta: la de Dios.
Jesús pudo haber tenido un mejor recibimiento en este mundo. Pero no hubo lugar para Él,
José y María, fueron al único lugar disponible: un establo. Dio a luz a su hijo primogénito, Jesús, y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre.
Un pesebre, en aquellos tiempos, era una especie de caja, en la que ponían el forraje para que comieran los bueyes, caballos, y otros animales domésticos. Allí, envuelto en pañales, fue acostado Jesús.
El Rey del Universo... acostado en una caja donde comen animales. ¿Es eso verosímil?
Estamos acostumbrados a que nos deslumbre lo complejo, lo sofisticado, lo grandilocuente, lo que está lleno de pompa. En cambio Dios, nos sorprende con lo sencillo, con lo simple, para enseñarnos lo complejo de lo simple.
A Dios, lo grande y pomposo, lo encumbrado, no le asombra. Sabe que eso es algo fatuo, superficial. Dios es grande, es sublime. Pero, para que le conozcamos y nos demos cuenta de lo que verdaderamente es importante, nos hace reflexionar en su sencillez, a pesar de ser Dios.
¡Cuántas personas que a sí mismas se etiquetan de "grandes", realmente son "pequeños" ante Dios!
El más grande, enseñó aquel Niño acostado en un pesebre, sentado en un Trono a la Diestra de Dios, es el que se hace un niñito, y llega a ser servidor de otros. Ese, es el que no necesita saber qué lugar tiene en el Reino de los Cielos: sabe que es el único que puede estar a la Diestra de Dios y de Su Hijo.
Imagen actual de Belén |
Pastores trabajando a las afueras del campo, guardando las vigilas de la noche sobre el rebaño. Allí, al aire libre, un ángel de Dios les anunció una gran noticia: el nacimiento del Salvador, Cristo el Señor.
Pero el ángel les dijo:
-No teman, porque yo les doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo:
Que les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor.
Esto les servirá de señal: hallarán al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.
Repentinamente apareció con el ángel una gran multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios y decían:
«¡Gloria a Dios en las alturas
y en la tierra paz,
buena voluntad de Dios para con los hombres!»
Un ángel anunció, y otros, felices huestes de ángeles, celebraban con júbilo que el Hijo de Dios, el Salvador, hubiera nacido ya. Estos pastores lo dejaron todo atrás para ir a ver con sus propios ojos al Salvador del Mundo. La señal: encontrarían al niño, acostado en un pesebre. Los ángeles no sentían vergüenza del niño acostado en el pesebre. Sentían orgullo del nacimiento del Salvador del Mundo. Y eso, alababa a Dios.
Jesús es el Salvador del Mundo. ¿Es Jesús el Salvador de mi mundo, de mi vida?
Estas palabras cobran significado especial:
Los ángeles proclaman que Jesús de Nazaret es causa de Gloria a Dios en las alturas, en el Cielo de los Cielos. Y es para los hombres y mujeres, muestra de la buena voluntad de Dios y paz. ¡Cuánto deseamos que la paz de Dios esté en nuestras vidas! Para eso, es necesario ser como los pastores: acudir a Jesús, captar las señales celestiales que nos conducen a Él, y acogerlo con amor en nuestros corazones, en nuestro espíritu.
El nacimiento de Jesús: las reacciones de los pastores y de María
Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros:
-Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido y que Dios nos ha manifestado.
Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.
Al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño.
Eso hicieron los ángeles: ir a ver lo que había sucedido, que Dios les había manifestado. Cuando Dios anuncia algo, ¿qué hacer? lo que hicieron los pastores: ir de prisa a ver lo que Dios quiere manifestar, y tener los ojos del corazón abiertos para ver lo que Dios nos muestre.
María escuchaba, meditaba en su corazón. María, la madre de Jesús, cumplió un rol positivo y decisivo en la vida de Jesús. Jesús, sabemos que no tuvo una mujer a su lado, como esposa. Tuvo una madre, con la que tuvo una relación íntima y estrecha, que supuso en ocasiones, confrontaciones entre madre e hijo.
Una de las lecciones espirituales que aprendemos de Jesús, es que supo relacionarse con lo femenino en su vida. Y su madre, María, fue una guía directriz en su vida en ese aspecto. Ese Jesús, que miraba y trataba a la mujer con dignidad, dándoles valor, autoestima y respeto, era un Jesús que sentía conexión con la mujer: la madre, la esposa, la hija, la viuda, la enferma, en resumen, cualquier mujer. ¿Los fariseos? Preferían evitar toda confrontación con la mujer, preferían evitarlas, estigmatizarlas como si fueran seres de baja categoría.
Jesús, no. Él no tuvo reparos en confesar claramente a una mujer, la samaritana, que era el Cristo. ¿Por qué no? No temía a la mujer, ni temía el sentido de compromiso e intimidad que una mujer demanda de lo masculino de un hombre, en este caso, la claridad de la enseñanza de Jesús.
María es una mujer real. Una de carne y hueso, que no tiene "pelos en la lengua" para decirle a su Hijo que en una boda se acabó el vino y sugerirle que haga algo. Sí, María supo dar a Jesús el amor, la lealtad, la firmeza y cariño del amor de madre, ese amor abnegado pero confrontador a veces.
El relato del nacimiento de Jesús finaliza con la imagen de los pastores que se volvieron, glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho.
El nacimiento de Jesús es una muestra de la sabiduría de Dios, y nos enseña al Jesús humano, que nace en las peores circunstancias, pero con la aprobación y el amor de Dios. Y fue ese amor de Dios por Jesús el que guió y marcó su vida y su accionar en este mundo, para salvarnos. Y es ese mismo amor, el que Dios siente por nosotros, el que puede ayudarnos a salvarnos de nosotros mismos, de lo oscuro y difícil de nuestras vidas, y transformarlo en algo de valor para nosotros y para Dios.
-No teman, porque yo les doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo:
Que les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor.
Esto les servirá de señal: hallarán al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.
Repentinamente apareció con el ángel una gran multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios y decían:
«¡Gloria a Dios en las alturas
y en la tierra paz,
buena voluntad de Dios para con los hombres!»
Un ángel anunció, y otros, felices huestes de ángeles, celebraban con júbilo que el Hijo de Dios, el Salvador, hubiera nacido ya. Estos pastores lo dejaron todo atrás para ir a ver con sus propios ojos al Salvador del Mundo. La señal: encontrarían al niño, acostado en un pesebre. Los ángeles no sentían vergüenza del niño acostado en el pesebre. Sentían orgullo del nacimiento del Salvador del Mundo. Y eso, alababa a Dios.
Jesús es el Salvador del Mundo. ¿Es Jesús el Salvador de mi mundo, de mi vida?
Estas palabras cobran significado especial:
«¡Gloria a Dios en las alturas
y en la tierra paz,uena voluntad de Dios para con los hombres!»
Los ángeles proclaman que Jesús de Nazaret es causa de Gloria a Dios en las alturas, en el Cielo de los Cielos. Y es para los hombres y mujeres, muestra de la buena voluntad de Dios y paz. ¡Cuánto deseamos que la paz de Dios esté en nuestras vidas! Para eso, es necesario ser como los pastores: acudir a Jesús, captar las señales celestiales que nos conducen a Él, y acogerlo con amor en nuestros corazones, en nuestro espíritu.
El nacimiento de Jesús: las reacciones de los pastores y de María
Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros:
-Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido y que Dios nos ha manifestado.
Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.
Al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño.
Eso hicieron los ángeles: ir a ver lo que había sucedido, que Dios les había manifestado. Cuando Dios anuncia algo, ¿qué hacer? lo que hicieron los pastores: ir de prisa a ver lo que Dios quiere manifestar, y tener los ojos del corazón abiertos para ver lo que Dios nos muestre.
María escuchaba, meditaba en su corazón. María, la madre de Jesús, cumplió un rol positivo y decisivo en la vida de Jesús. Jesús, sabemos que no tuvo una mujer a su lado, como esposa. Tuvo una madre, con la que tuvo una relación íntima y estrecha, que supuso en ocasiones, confrontaciones entre madre e hijo.
Una de las lecciones espirituales que aprendemos de Jesús, es que supo relacionarse con lo femenino en su vida. Y su madre, María, fue una guía directriz en su vida en ese aspecto. Ese Jesús, que miraba y trataba a la mujer con dignidad, dándoles valor, autoestima y respeto, era un Jesús que sentía conexión con la mujer: la madre, la esposa, la hija, la viuda, la enferma, en resumen, cualquier mujer. ¿Los fariseos? Preferían evitar toda confrontación con la mujer, preferían evitarlas, estigmatizarlas como si fueran seres de baja categoría.
Jesús, no. Él no tuvo reparos en confesar claramente a una mujer, la samaritana, que era el Cristo. ¿Por qué no? No temía a la mujer, ni temía el sentido de compromiso e intimidad que una mujer demanda de lo masculino de un hombre, en este caso, la claridad de la enseñanza de Jesús.
María es una mujer real. Una de carne y hueso, que no tiene "pelos en la lengua" para decirle a su Hijo que en una boda se acabó el vino y sugerirle que haga algo. Sí, María supo dar a Jesús el amor, la lealtad, la firmeza y cariño del amor de madre, ese amor abnegado pero confrontador a veces.
El relato del nacimiento de Jesús finaliza con la imagen de los pastores que se volvieron, glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho.
El nacimiento de Jesús es una muestra de la sabiduría de Dios, y nos enseña al Jesús humano, que nace en las peores circunstancias, pero con la aprobación y el amor de Dios. Y fue ese amor de Dios por Jesús el que guió y marcó su vida y su accionar en este mundo, para salvarnos. Y es ese mismo amor, el que Dios siente por nosotros, el que puede ayudarnos a salvarnos de nosotros mismos, de lo oscuro y difícil de nuestras vidas, y transformarlo en algo de valor para nosotros y para Dios.