Por qué Jesús lavó los pies de 12 hombres
En Jerusalén, ya es de noche. Se oye en las calles el bullicio de voces y la agitación propia de la celebración de la Pascua en los hogares. Es 14 de Nisán. En obediencia al mandato expreso de YHWH a Israel, hay que celebrar la liberación de la esclavitud en Egipto. Y Jesús junto con 12 hombres, también está celebrando la Pascua.
Pero esta Pascua para Jesús es especial, pues es Su última Pascua. Es más, ésta es la última noche que Jesús estará vivo y Él lo sabe. La labor está prácticamente culminada, pues en menos de un día, Jesús habrá completado Su misión en esta Tierra, como lo quería el Padre. Sin embargo, hay que vivir el presente, y el presente es la celebración de la Pascua.
¿Con quiénes esta Jesús celebrando la Pascua? No está con María, ni con sus medio hermanos Santiago, José, Simón ni Judas, ni con sus medio hermanas, hijos e hijas de José y María. Ni está celebrando la Pascua con una esposa, hijos e hijas, a quienes enseña la historia del Éxodo de Egipto. Por el contrario, son 12 hombres los que lo acompañan en esta ocasión tan especial.
Estos son:
Pedro, Andrés su hermano, Santiago y su hermano Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago hijo de Alfeo, Simón llamado “el celoso”, Judas Tadeo y Judas Iscariote.
A ellos llamó Jesús "apóstoles", y los ha ido entrenando para que sean "enviados" especiales de Él a las personas. ¿Objetivo? Ellos, los 12, transmitirían a otras personas lo que Jesús enseñó.
Pedro, Andrés su hermano, Santiago y su hermano Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago hijo de Alfeo, Simón llamado “el celoso”, Judas Tadeo y Judas Iscariote.
A ellos llamó Jesús "apóstoles", y los ha ido entrenando para que sean "enviados" especiales de Él a las personas. ¿Objetivo? Ellos, los 12, transmitirían a otras personas lo que Jesús enseñó.
Y, ¿qué enseñaba Jesús?
Jesús ha enseñado sobre la oración, la fe, el perdón, el amor al Padre, a uno mismo y al prójimo, y sobre el Reino de Dios. Sin embargo, Jesús sabe que entre estos 12 hombres hay un problema que no les ayuda a ser exitosos en su misión de apóstoles. ¿Cuál?
Su actitud.
¿Cómo corregirla?
Tras el inicio de la cena pascual, Jesús se levantó de la cena y se quitó el manto. Tomó una toalla, se la ciñó, y luego echó agua en una vasija. ¿Para qué?
Tras el inicio de la cena pascual, Jesús se levantó de la cena y se quitó el manto. Tomó una toalla, se la ciñó, y luego echó agua en una vasija. ¿Para qué?
Para lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida.
¿Por qué?
En esos tiempos, era costumbre que antes de iniciar la comida, se les lavaran los pies a los invitados a la cena. Las personas usaban sandalias para caminar por las calles y caminos llenos de piedra y polvo. La hospitalidad indicaba que el dueño de casa pusiera una palangana de agua y toalla a disposición de la visita para que ellos mismos se lavaran sus pies. Y si el dueño de casa era rico y tenía sirvientes, pues eran ellos los que lavaban los pies.
Pero en esta cena pascual de Jesús y Sus 12 apóstoles, la cena se desarrolla en una casa donde ninguno es anfitrión, y no hay sirviente que haga la labor de lavar los pies. Pues bien, ¿no era lógico que uno de los 12 apóstoles se encargara de esta labor, de por lo menos dejar la palangana de agua para que se laven los pies todos, incluyendo el Maestro?
Ninguno de los apóstoles se creía que era su responsabilidad asumir la tarea de lavar los pies a otros. Para ellos, ser apóstol, era pertenecer a un club de élite, que les serviría de trampolín para ascender en la escala social y económica ante otros. ¿Se imagina los negocios, las oportunidades económicas que tendrían por delante aquellos hombres por el simple hecho de ser "apóstoles" de Jesús?
Para ellos, lo importante era el status, ser "alguien" en el seno de la sociedad judía. Por ello peleaban por ser el "mayor", el "más importante", el más destacado de ellos. Pero Jesús jamás dijo a alguno de ellos que era el mayor.
Es simple: los 12 apóstoles luchaban por ser el más importante, el más destacado, y hacer una labor tan humilde y servil como lavarles los pies a los rivales, era sencillamente imposible.
Podemos entender que había egoísmo en el corazón de los apóstoles. Para ellos, estar con Jesús había cambiado sus vidas, y tuvieron la fe para dejarlo todo y seguirlo. Pero no era suficiente para ser apóstoles de Jesús. Tenían que despojarse de todo egoísmo y egocentrismo, para ser eficaces maestros de las enseñanzas de Jesucristo.
El egoísmo es diferente al amor propio, que es necesario y saludable.
La diferencia entre el amor propio y el egoísmo es que mientras el
primero es el sentimiento de respeto por uno mismo, que no puede ceder
su propio espacio, el segundo es la pretensión de utilizar a los otros
para su propio beneficio, manipulándolos como objetos. En este caso, los 12 apóstoles buscan sólo su propio beneficio. ¿Buscar el beneficio para otros? Ni pensarlo.
Ahora bien, Jesús observa que Su acto de lavar los pies de todos Sus apóstoles impacta a todos, pero la atención se centra en 2 de ellos: Pedro y Judas Iscariote.
Cuando llegó a Simón Pedro, éste Le dijo: “Señor, ¿Tú me vas a lavar a mí los pies?”. Jesús le respondió:
“Ahora tú no comprendes lo que Yo hago, pero lo entenderás después.”
“¡Jamás me lavarás los pies!” Le dijo Pedro.
“Si no te lavo, no tienes parte conmigo,” le respondió Jesús.
Simón Pedro Le dijo: “Señor, entonces no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.”
Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse, excepto los pies, pues está todo limpio; y ustedes están limpios, pero no todos.”
Porque sabía quién Lo iba a entregar; por eso dijo: “No todos están limpios.”
Jesús dijo a Pedro que si no le lavaba los pies, no tendría ninguna parte con Él. Jesús quería que Sus apóstoles fueran partícipes con Él de Sus enseñanzas, que aprendieran. También le dijo que lo que Él hacía no lo entendería ahora pero sí después.
Tanto Pedro como otros 10 apóstoles tenían la capacidad genuina de cambiar. De transformar su egoísmo, su deseo de prominencia, y ser realmente los verdaderos portadores de las enseñanzas de Jesús. Él había hablado del amor, del servir a otros, y eso fue lo que dijo e hizo Jesús. Él no decía a otros que hicieran una cosa y hacía otra. Jesús hacía lo que decía.
Uno puede pensar que Jesús lavó los pies de los 12 apóstoles para enseñarles humildad. El hecho de ver a alguien santo y glorioso, como el Hijo de Dios, lavándole los pies sucios a uno, debe ser impactante y le muestra a uno la importancia de despojarse mentalmente de toda idea o pensamiento de creerse que es más de lo que verdaderamente es. Jesús no iba a dejar de ser el Hijo de Dios, Rey de Reyes y Señor de Señores por lavar los pies de 12 hombres. Quien sabe quién es, no pretende buscar que otro le aumente el valor propio y su autoestima. Y Jesús sabía quién era, y qué deseaba lograr.
Quería lograr que Sus apóstoles aprendieran a amar a otros, a valorar su dignidad y brindarles la ayuda que necesitan. Y Jesús amaba, valoraba la dignidad de las personas y quería ayudarlas. Por eso les lavó los pies a todos los apóstoles.
Conocemos la historia, y sabemos que de los 12 apóstoles, 11 eran leales a Jesús y 1, no. Y ese era Judas Iscariote. A él se refirió Jesús cuando dijo que "el que se ha bañado no necesita lavarse, excepto los pies, pues está todo limpio; y ustedes están limpios, pero no todos. Porque sabía quién Lo iba a entregar; por eso dijo: No todos están limpios".
Los 11 apóstoles leales estaban limpios. Eran hombres de fe, que amaban a Jesús, y se habían comprometido al máximo con la misión del Maestro. Sin embargo, necesitaban que Jesús "lavara sus pies". Los pies representan nuestro andar, nuestro caminar, el rumbo que tomamos. Los 11 apóstoles tenían las cualidades espirituales, mentales y emocionales para enseñar a otros lo que Jesús les dijo. Pero tenían que tener pies limpios.
Los pies representan nuestras inclinaciones, hacia dónde se dirigen nuestras actitudes, motivos y decisiones. Las actitudes, motivaciones y decisiones de nuestra vida son importantes. ¿Hacia dónde van nuestras inclinaciones de corazón?
Pedro y los 10 apóstoles leales necesitaban corrección, y se dejaron corregir. Lo sabemos porque sólo Judas Iscariote fue el que dejó a Jesús. Si queremos andar en el "camino, verdad y vida" que es Jesús para acercarnos al Padre, tenemos que tener esa misma disposición. Pedro tenía que quitarse de su corazón esa actitud farisaica de creerse "justo y bueno". Tenía que ser más amoroso, abierto y tolerante para con otros, pues sólo así estaría en capacidad de ser pastor de las almas de hombres y mujeres, tanto él como los otros apóstoles leales.
Jesús lavó los pies de 12 hombres para enseñarnos. Enseñarnos que está dispuesto a lavar nuestro andar con amor y decisión, a tomar al agua purificadora de la Palabra de Dios, y hacernos conscientes de nuestra necesidad espiritual, nuestra necesidad de Dios y de amor. Amor, hacia Dios, a nosotros mismos y a otros.
También los lavó, porque sabe que nuestros pies pueden ensuciarse de actitudes e ideas negativas. Así le pasó a Judas Iscariote, quien aunque estuvo con el Maestro, en su corazón no echó raíces el amor a Dios y a Jesús mismo. Por ello está el recordatorio amoroso de no abandonar ese "primer amor" a YHWH, ese que nos da fuerzas y ánimo día a día.
E, indudablemente, lavó los pies de esos 12 hombres porque quería enseñar humildad. No esa humildad fingida y ritualista, sino aquella auténtica y genuina que brota de un corazón puro rebosante de amor, ternura y aceptación hacia otros. Imaginarnos al Ser más glorioso y Santo del Universo después de YHWH lavar los sucios pies de 12 hombres, incluyendo los del traidor, sin que ello significara una pérdida de Su identidad divina. Cuánto nos enseña esto a entender que la verdadera humildad no consiste en andar alardeando de lo "bueno" que soy o de lo mucho que hago, pues Dios sí ve lo que hay en el corazón, y sabe qué motiva nuestras acciones.
Ser humilde a la manera de Jesús no significa dejarse pisotear o menoscabar, manipular o presionar por nadie, sino a tener una clara identidad de que eres hijo o hija de Dios y a actuar a imitación del Padre, con honor y dignidad, para con uno mismo y para con otros. No por complacer a otros, sino porque sabes que es lo correcto.
Jesús lavó los pies de 12 hombres para enseñarnos. Enseñarnos que está dispuesto a lavar nuestro andar con amor y decisión, a tomar al agua purificadora de la Palabra de Dios, y hacernos conscientes de nuestra necesidad espiritual, nuestra necesidad de Dios y de amor. Amor, hacia Dios, a nosotros mismos y a otros.
También los lavó, porque sabe que nuestros pies pueden ensuciarse de actitudes e ideas negativas. Así le pasó a Judas Iscariote, quien aunque estuvo con el Maestro, en su corazón no echó raíces el amor a Dios y a Jesús mismo. Por ello está el recordatorio amoroso de no abandonar ese "primer amor" a YHWH, ese que nos da fuerzas y ánimo día a día.
E, indudablemente, lavó los pies de esos 12 hombres porque quería enseñar humildad. No esa humildad fingida y ritualista, sino aquella auténtica y genuina que brota de un corazón puro rebosante de amor, ternura y aceptación hacia otros. Imaginarnos al Ser más glorioso y Santo del Universo después de YHWH lavar los sucios pies de 12 hombres, incluyendo los del traidor, sin que ello significara una pérdida de Su identidad divina. Cuánto nos enseña esto a entender que la verdadera humildad no consiste en andar alardeando de lo "bueno" que soy o de lo mucho que hago, pues Dios sí ve lo que hay en el corazón, y sabe qué motiva nuestras acciones.
Ser humilde a la manera de Jesús no significa dejarse pisotear o menoscabar, manipular o presionar por nadie, sino a tener una clara identidad de que eres hijo o hija de Dios y a actuar a imitación del Padre, con honor y dignidad, para con uno mismo y para con otros. No por complacer a otros, sino porque sabes que es lo correcto.