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Abrahán: un hombre "temeroso de Dios"

http://www.parabolas.net/0595img.jpgAbrahán, Sara e Isaac, conforman una familia sólida. Isaac, el esperado hijo de la promesa, ya es todo un hombre de alrededor de 25 años. Y son 50 los años que han pasado, desde que Abrahán y Sara escucharon la voz de Dios, y salieron de Ur. Pasaron varias cosas en todo ese tiempo: el encuentro de Abrahán con Melquisedec, la destrucción de Sodoma y Gomorra, el nacimiento de Isaac. Pero aquí están los 3, junto a quienes viven con ellos, en la Tierra Prometida.

Abrahán es un hombre que ha demostrado fe a lo largo de su vida. Tuvo fe para salir de Ur, una ciudad próspera y pujante, e irse a Canaán, la Tierra Prometida, sin más garantía que la palabra de Dios. También tuvo fe para esperar con paciencia el cumplimiento de la promesa divina de darle descendencia, a pesar de ser un hombre de 99 años y su esposa, estéril, de 89 años. Pero la promesa era de Dios, y Dios no miente y cumple, y aunque pareció tardar, llegó al tiempo debido.

La espera por el hijo de la promesa no fue fácil. Fueron alrededor de 25 años, esperando ese hijo, desde la salida de Ur. Ciertamente para Sara, verse avanzando en edad sin poder concebir un hijo, era desgastante emocionalmente. Las palabras de consuelo y ánimo de Abrahán a veces no bastaban para quitar de su corazón la sensación de frustración y fracaso. Pero algo en ella siempre le hacía refugiarse en la palabra de Dios, en su promesa. Ella también, en la noche, como solía hacer Abrahán, se recordaba a sí misma que sería la "madre" de una gran nación, incontable, como las estrellas de la noche. Ambos se alimentaban de su amor y su fe.

Por ello, el nacimiento de Isaac fue recibido con felicidad por ambos. Verlo por fin, después de tanto esperarlo, era muestra de que YHWH cumplía su promesa. Cuando pronunió sus primeras palabras, verlo aprender a caminar, a hacerse un hombre, llenó sus corazones de alegría. Sin duda, la espera había valido la pena.

Un día, Abrahán escuchó una voz. Una voz, conocida, grata, y amada, le habló:

—Abrahán.

Éste respondió: 

—Aquí estoy. 

Y Dios le dijo:

—Toma ahora a tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, vete a tierra de Moria y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré.  

Eso fue todo.
Abrahán escuchó la orden divina. No hubo una discusión sobre el asunto. Ni un "¿por qué?" o un ¿qué significa esto?", o "¿estás seguro Dios de que eso es lo que quieres?".  

Abrahán tenía 50 años escuchando la voz de Dios. La conocía.  Sabía quién le hablaba, qué quería decirle, y cómo esa voz llenaba su alma de esperanza y confianza. Obviamente, las preguntas podrían tomar protagonismo en su mente, dejarse enredar en una espiral de cuestionamientos. Al fin y al cabo, Dios quería a su hijo, el único y amado.

Pero, no había nada que especular al respecto. Así que Abrahán se levantó muy de mañana, ensilló su asno, tomó consigo a dos de sus siervos y a Isaac, su hijo. Después cortó leña para el holocausto, se levantó y fue al lugar que Dios le había dicho, el monte Moria. Pasaron 3 días de camino, hasta que al tercer día alzó Abrahán sus ojos y vio de lejos el lugar. Sí, lo vio de lejos a ese monte Moria, pero muy dentro de su corazón sabía a qué iba. Era el momento de actuar. Dijo:

—Esperen aquí con el asno. Yo y el muchacho iremos hasta
allá, adoraremos y volveremos a vosotros.

Las palabras de Abrahán eran seguras, claras. Él iba con Isaac a una cosa: adorar a Dios. Él e Isaac iban al monte Moria a adorar a YHWH. Era cosa de padre, hijo y Dios. Y tras culminar con esa adoración, volverían de regreso.

Así veía Abrahán lo que Dios pidió de Él: un acto de adoración al Todopoderoso. Abrahán tenía claras en su mente las palabras de Dios y su significado. Dios pedía un sacrificio, y un sacrificio es un acto de adoración a YHWH. 

¿Qué entendía Abrahán que significaba ir a adorar a Dios? 

YHWH es el Santo, Santo, Santo, el Todopoderoso. El Creador, de Cielo y Tierra. Era la Fuente de la Vida de todo cuanto existe. Y era YHWH el que le había dado a Abrahán a Isaac como hijo de una promesa. Abrahán era consciente de lo que significaba adorar a Dios. Implicaba rendirle reverencia, un acto sagrado para acercarse a Él. ¿Qué motivaba a Abrahán a ofrecer a su único hijo amado, como un acto de adoración a Dios?

Dios le pidió que lo hiciera. Abrahán, que conoce a YHWH, sabe que Dios no se complace con rituales y ceremonias, o acciones mecánicas. Es la obediencia a Dios, el hacer Su voluntad con el amor y la fe como fundamento, lo que implica adorarle. Considerar la voluntad de mayor importancia o valor que la propia opinión o creencia personal sobre el asunto. Abrahán sentía en su corazón el espíritu de las palabras de "no como yo quiera, Padre, sino como Tú quieres". Y el Padre quería un sacrificio: el de Isaac.

Abrahán tomó la leña del holocausto y la puso sobre Isaac, su hijo, luego tomó en su mano el fuego y el cuchillo y se fueron los dos juntos.

Isaac estaba acostumbrado a acompañar a su padre a ofrecer sacrificios y a adorar a Dios. Pero, en este caso, no hay un animal que sacrificar.

Isaac preguntó a su padre: 

—Padre mío.

Él respondió:

—Aquí estoy, hijo mío.

Isaac le dijo:

—Tenemos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?

Abrahán respondió:

Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío.

Isaac entendió que no había de qué preocuparse. YHWH se encargaría de proveer el sacrificio.

Cuando llegaron al lugar que Dios había dicho, edificó allí Abrahán un altar, compuso la leña, ató a Isaac, su hijo, y lo puso en el altar sobre la leña. 

Isaac no se resistió. Estuvo dispuesto a colocarse sobre el altar, y ser atado. Él era el sacrificio.
No hubo cuestionamientos, ni preguntas. Ambos, Abrahán e Isaac, se pusieron en ese lugar en las manos de Dios. Uno, Abrahán, estaba allí por orden de Dios. E Isaac estaba allí, porque Dios pidió que fuera el sacrificio. 

Extendió Abrahán su mano y tomó el cuchillo para iniciar el sacrificio. Entonces, una voz se oyó: era el ángel de YHWH que hablaba desde el cielo: 

—¡Abrahán, Abrahán!

Él respondió:

—Aquí estoy.
El ángel le dijo: 

—No extiendas tu mano sobre el muchacho ni le hagas nada, pues ahora sé que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste a tu hijo, tu único hijo.

Las palabras del ángel de Dios fueron claves. Abrahán demostró en ese momento que era un hombre temeroso de Dios. Sí, él había demostrado tener fe, valor, paciencia, y otras cualidades. Pero era en ese momento, con el cuchillo en alto para iniciar el sacrificio de Isaac, el momento en que demostró que era temeroso de Dios. Y lo hizo llegando hasta el final de lo que Dios le pidió. No cuestionó, dudó o se negó a hacer lo que YHWH le pidió, independientemente de lo que pudiera significar. Y lo hizo. 

Entonces alzó Abrahán sus ojos y vio a sus espaldas un carnero trabado por los cuernos en un zarzal. Abrahán tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.

Y llamó Abrahán a aquel lugar Jehová-yiré, que significa "Jehová proveerá".  

De nuevo el ángel de YHWH llamó a Abrahán desde el cielo, y le dijo:

—Por mí mismo he jurado, dice YHWH, que por cuanto has hecho esto y no me has rehusado a tu hijo, tu único hijo, de cierto te bendeciré y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; tu descendencia se adueñará de las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz. 

Dios juró a Abrahán bendecirlo, multiplicar su descendencia, y que esa Descendencia, que es Cristo, sería el canal de bendición para otros. Porque Abrahán escuchó la voz de Dios.

Regresó Abrahán adonde estaban sus siervos, y juntos se levantaron y se fueron a Beerseba.

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Abrahán obedeció a Dios y demostró temer a Dios. Para Abrahán, el temer a Dios estaba más allá de todo cuestionamiento que él pudiera hacer a la orden de Dios.

Algo que es valioso para cualquier persona que desee adorar al Padre con espíritu y verdad, como enseñó Jesús (Juan 4:24).
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