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Lo que enseñó Jesús sobre la justicia y el amor de Dios

Jesús tenía una visión particular sobre los asuntos que ponía a pensar a las personas. Por ejemplo, al hablar a una mujer samaritana sobre adorar al Padre en espíritu y verdad, aquello fue una novedad para ella, que creía que había que adorar a Dios única y exclusivamente en Jerusalén, en el Templo (Juan 4:22-24). Pero vino Jesús y por primera vez le dijo que Jehová no necesita de templos ni lugares santos o sagrados para adorarle, sino que desea ser adorado en espíritu y verdad





Y es que al profundizar en las enseñanzas de aquel singular hombre, el Hijo de Dios, siempre vemos que sus palabras eran de un origen sobrehumano. Sí, lo eran, pues Jesucristo no enseñaba otra cosa que no fuera lo que el Padre le había enseñado. "Lo que enseño no me pertenece, sino a mi Padre que que me ha enviado", declaró (Juan 7:16).


Por ello, al leer en los Evangelios lo que enseñó Jesús sobre la justicia y el amor de Dios, vemos que hay diferencias entre los conceptos generales y tradicionales que existen sobre lo que es realmente la justicia y el amor de Dios y lo que Jesús enseñó.


En Lucas 11:37-54 encontramos un relato que nos enseña el concepto de lo que es la justicia y el amor de Dios, según lo mostró Jesucristo. Vemos a Jesús siendo invitado por un fariseo a comer. Sin duda, no se trataría de una comida para pasar un buen rato, sino que se convertiría en un una polémica. Y así fue.


Jesucristo era un personaje polémico. Había gente que estaba en contra de Él y otra que estaba a favor de Él. No era fácil ir a sentarse a escuchar la enseñanza de Jesús, porque uno podía salir con las orejas hirviendo por la rabia o la indignación causada por sus palabras. Sí, hay una enseñanza de Jesús que es fácil de digerir, con la que la gente estaría de acuerdo, como la de que hay que amar a Dios con todo el corazón, las fuerzas y el ser. Nadie cuestionaría eso. Pero, ¿qué pasaba en ocasiones cuando Jesús decía cosas no gratas de quienes sólo querían que les endulzaran el oído? 



Sus palabras a veces eran ofensivas para la gente, y le tildaban de diversas maneras. A Jesús le decían que estaba loco, endemoniado, samaritano (que era un gran insulto en aquella época), o lo desacreditaban diciendo que era amigo de recaudadores de impuestos y prostitutas.


Definitivamente, de una comida de Jesús con fariseos iban a salir confrontaciones, y así fue en esta ocasión.


Jesús llegó, y se sentó a comer. El fariseo que lo invita se sorprende, porque los fariseos enseñaban que antes de comer había que lavarse las manos, y hasta los codos. Para ellos, el comer era un ritual ceremonial. La Ley de Dios no exigía eso pero ellos querían demostrar que eran más santos y puros que cualquier otra persona.



Claro, el problema no era de lavarse las manos o no. El problema era de cuál era el motivo que llevaba a los fariseos a lavarse las manos. ¿Era por amor a Dios o por aparentar ser piadosos? 


Jesús señala a los fariseos cuál era el problema:


-Ustedes los fariseos limpian por fuera el vaso y el plato, pero por dentro ustedes están llenos de lo que han conseguido por medio del robo y la maldad. 


-¡Ay de ustedes, fariseos!, que separan para Dios la décima parte de la menta, de la ruda y de toda clase de legumbres, pero no hacen caso de la justicia y el amor a DiosEsto es lo que deben hacer, sin dejar de hacer lo otro.


(Lucas 11:37-42)


El problema era del corazón, de lo que había adentro de sí mismos. Para Dios lo importante no es lo externo sino lo interno. El corazón, como centro de nuestro verdadero YO, de quién somos realmente, es aquello que Dios examina con cuidado, más allá de lo que veamos exteriormente. Cuando Jehová le dijo a Samuel por qué no elegía como Rey de Israel a un hombre alto y bien parecido como Eliab, hermano mayor de David le dijo que "no como ve el hombre es como Dios ve. El hombre ve lo que está la vista, pero Jehová ve lo que es el corazón" (1 Samuel 16:7).


Cuando pensamos en la justicia y el amor de Dios, pensamos en Sus leyes y normas. Nos vienen a la mente los 10 mandamientos o los juicios de Dios. ¿Es esa la base de la justicia divina?


La justicia divina se manifiesta por los Principios Eternos que rigen el Universo, por los tratos de Dios con Su Creación. Hay un lugar y un propósito para cada ser viviente, sea en los Cielos o en la Tierra. Lo establece Jehová, y Él ha dado Leyes que rigen todo cuanto existe. Pero eso lo sabe Jesús, y sin embargo, da un paso más adelante con respecto a lo que enseñaban los fariseos, pues dirige los asuntos al corazón, a lo que hay dentro de nosotros mismos, sobre aquello que verdaderamente nos motiva.


A los fariseos les importaba ser vistos por hombres, no por Dios. Jesús enseña que Dios ve el corazón de cada persona y sus motivaciones. Porque lo que nos motiva está implicado en lo que decimos y hacemos. Los fariseos convirtieron el acto de comer en un ritual para demostrar su piedad. Eran minuciosos en cumplir la Ley, y eso lo destaca Jesús, pero lo más importante, que era el actuar conforme a la justicia divina y el amor de Dios, eran cosas ignoradas por ellos.


¿No decía le Ley que había que pagar el diezmo hasta de hierbas comunes y corrientes? Sí, pero más importante era el captar el espíritu de amor y justicia que emanaban de las Leyes divinas y actuar en consecuencia. Para los fariseos, un animal caído en un hoyo era más importante que una persona enferma, porque significaba dinero. Ellos sólo pensaban en sí mismos, en el dinero, en quedar bien con otros. Pero la persona de Dios y el valor de hombres y mujeres, no eran para ellos de valor, y eso lo señala Jesús.



En nosotros existe el peligro de caer en una condición de dejarnos llevar por las apariencias, por lo externo, y no por lo interno. La justicia de Dios se fija en qué somos en nuestro corazón, que es el mismo corazón que demuestra si valora las Leyes divinas y si le ama profundamente. No se puede decir que se ama a Dios pero se pisotea a otras personas física, emocional o espiritualmente. Ni se puede decir que se ama a Dios pero se ama más al dinero, o a la fama, la posición, o se busca dar una apariencia de piedad ante otros.


Obviamente, Jehová sabe cuánto valor e importancia le damos a la justicia divina, esa que le da valor a lo espiritual, a lo que nos motiva a actuar. Por cierto que, al oír estas denuncias, los fariseos se sintieron ofendidos por Jesús. Sabían discernir que las palabras de Jesús les denunciaban, pero no tenían el valor y la fuerza para examinarse a sí mismos y por lo menos darse la oportunidad de cambiar para adorar a Jehová en espíritu y verdad.





Existe el concepto de que la justicia de Dios se basa en "no hagas" esto o "no hagas" aquello. Se ve como restrictiva, que coarta la libertad, como si Dios tuviera necesidad de afirmarse a sí mismo que Él es el que manda. Dios ha establecido leyes por nuestro bien, para beneficiarnos, pero la obediencia a las leyes divinas requiere apreciar y valorar el por qué de esas leyes, y cómo contribuyen a nuestro bienestar. Jesús dirigía la atención de las personas a reflexionar en la misericordia y el amor de Dios. Definitivamente, entender que Jehová nos ama y valora por lo que somos, sabiendo que tenemos el potencial de ser mejores, y de obedecerle por amor a Él, y amarnos a nosotros mismos y a otros, nos da la base para actuar conforme a la verdadera justicia y amor de Dios.


La justicia y el amor de Dios son profundos y sobrepasan nuestro entendimiento. No obstante, al escudriñar las enseñanzas de Jesús, observamos que lo que enseñó realmente Jesús sobre muchas cosas, es muy diferente a lo que tradicionalmente se enseña. No cabe duda de que vale la pena examinar los Evangelios y absorber en el corazón la verdadera enseñanza de Jesús de Nazaret, y aprender de Él verdades que están ocultas en las Escrituras, para que, como Él mismo expresó, "conozcamos la verdad, y la verdad nos haga libres".



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