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David, un hombre conforme al corazón de Dios


David: ¿quién fue?

Su nombre aparece más de 1.000 veces en la Biblia.
Significa "Amado" su nombre, y es David, el rey David. Fue soldado, hombre de estado, y rey. Valiente luchador en el campo de batalla,supo aguantar dificultades. Este líder y comandante audaz, que jamás se dejó intimidar, tuvo la suficiente humildad y sabiduría para reconocer sus errores.

La primera vez que aparece David en el registro bíblico estaba vigilando las ovejas de su padre en un campo próximo a Belén. Samuel, enviado por Dios a la casa de Jesé, padre de David, para elegir a uno de sus hijos como futuro rey, había rechazado a los siete hermanos mayores de David, diciendo: “Jehová no ha escogido a estos”. Por último, se envió a buscar a David, que se hallaba en el campo. Cuando entró —“rubicundo, un joven de hermosos ojos y gallarda apariencia”—, hubo en el ambiente cierta expectativa, porque hasta entonces nadie sabía a qué había ido Samuel. Fue entonces cuando Samuel recibió el siguiente mandato de Jehová:
“¡Levántate, úngelo, porque este es!”. De él, precisamente, Jehová dijo: “He hallado a David hijo de Jesé, un varón agradable a mi corazón, que hará todas las cosas que yo deseo”.

Este detalle del relato bíblico es interesante. Recordando la historia, Saúl era el Rey de Israel, pero desobedeció a Dios. Ya no era digno de ser el Rey de Israel. Ciertamente siguió gobernando, hasta varios años después de ser ungido David. Pero desde el punto de vista divino, ya Saúl era pasado.

David era el menor. La tradición nos indica que el mayor de la familia sería el patriarca o jefe de la familia. Así que Jesé, el padre de David, consideraba que su hijo mayor, Eliab, era quien debía estar posicionado de primero ante el profeta Samuel para ser ungido Rey de Israel. Pero el hombre ve lo externo; Dios ve lo interno. Eliab había sido rechazado para ser Rey de Israel. La razón fue que Dios ve el corazón, y el de Eliab no sería un corazón obediente para Dios.

Así que uno a uno fueron los hijos de Jesé desfilando ante Samuel, expectantes todos de ver cuál sería elegido por Yavé por Rey. Al ver que ninguno era del agrado divino, Samuel preguntó si le quedaba algún hijo a Jesé. Sí, quedaba el menor, el que cuidaba las ovejas. ¿Puede uno imaginarse que un padre no convoque a todos sus hijos para ver si alguno de ellos sería Rey de Israel? ¿Por qué no trajo Jesé a su hijo menor David ante Samuel cuando este le pidió ver a TODOS sus hijos?

Parece que David era el "relegado" de la familia. El que hacía el trabajo más servil e indeseable. El trabajo menos reconocido por la familia. Pero fue él el elegido de Yavé para ser Rey de Israel.

Este punto de la historia nos enseña algo de nuestro propio valor. Tal vez para nuestra familia somos una especie de cero a la izquierda. No somos tal vez los más "inteligentes", los de mejor cuerpo y figura física, o hemos sido en nuestra vida relegados a ser los segundones, los del segundo lugar.

Para Yavé no estamos de segundos ni terceros. Somos de valor, y el potencial que tal vez ni siquiera nosotros vemos en nosotros mismos, Dios lo ve y es consciente de ello. "Los últimos serán primeros", dijo Jesucristo. Y eso significa que si somos valiosos para Dios, así seamos los "últimos" en la familia, o en el lugar donde estamos, podemos ser los "primeros" por el favor de Dios.

David pasó años de su vida como pastor. Esa profunda influencia le sirvió de manera positiva en el resto de su vida. La vida al aire libre le preparó para vivir como fugitivo cuando, más tarde, tuvo que huir de la furia de Saúl. También adquirió destreza en lanzar piedras con la honda, desarrolló aguante y valor, así como una buena disposición para buscar y rescatar a las ovejas que se separaban del rebaño, no dudando en matar a un oso o a un león cuando fue necesario.

Toda la formación que obtuvo mientras cuidaba de las ovejas le preparó para una función más importante: ser el líder y fundador de la nación de Israel, tal como está escrito: “Jehová escogió a David su siervo, y lo tomó de los apriscos del rebaño. De seguir las hembras que amamantaban lo trajo para ser pastor sobre Jacob, su pueblo, y sobre Israel, su herencia”. No obstante, cuando David dejó por primera vez las ovejas de su padre, no fue para desempeñar el poder del reino. Primero fue músico de la corte por recomendación de un consejero de Saúl, quien describió a David no solo como “diestro en tocar”, sino también como “valiente y poderoso y hombre de guerra y persona que habla con inteligencia y hombre bien formado, y Jehová está con él”.

Así que de joven, David ya era reconocido como "hombre de guerra", y un hombre que "habla con inteligencia".

Más tarde, por razones que no se registran, David volvió a la casa de su padre por un período indeterminado. En una ocasión fue a llevar provisiones a sus hermanos que estaban en el ejército de Saúl. En aquel momento el ejército israelita y el filisteo estaban estacionados frente a frente, y David se indignó cuando vio y oyó a Goliat escarnecer a Jehová. Así que preguntó: “¿Quién es este filisteo incircunciso para que tenga que desafiar con escarnio a las líneas de batalla del Dios vivo?” y después añadió: “Jehová, que me libró de la garra del león y de la garra del oso, él es quien me librará de la mano de este filisteo”.


Goliat reta a Israel



Una vez que se le concedió permiso, David, que había matado a un oso y a un león, se encaminó hacia Goliat con las siguientes palabras: “Yo voy a ti con el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de las líneas de batalla de Israel, a quien tú has desafiado”. Al instante, lanzó una piedra con su honda y derribó al paladín enemigo. Entonces, con la propia espada de Goliat, lo decapitó y volvió al campamento con la cabeza y la espada del gigante como trofeos de guerra.


David enfrenta a Goliat y lo vence




David: famoso en Israel

Vencer a Goliat, y por consiguiente, vencer a los filisteos que eran el peor enemigo de Israel, lanzaron a David del anonimato de pastor al protagonismo ante los ojos de todo Israel. Colocado delante de los hombres de guerra, se recibió a David con danzas y regocijo cuando volvió de una expedición victoriosa contra los filisteos. Un canto popular fue: “Saúl ha derribado sus miles, y David sus decenas de miles”.

“Todo Israel y Judá amaban a David”, y Jonatán, el propio hijo de Saúl, celebró con él un pacto de amor y amistad mutuos de por vida, cuyos beneficios se extendieron a Mefibóset y Micá, el hijo y el nieto de Jonatán respectivamente. No sólo era el favorito de Dios. También llegó a serlo para Israel.

Popularidad. La gente lo quería. ¿Por qué? Porque Israel vivía en guerra y necesitaban a un guerrero. Uno joven, valeroso, audaz y que supiera llevarlos a la guerra y traerlos victoriosos. Ese era David.

¿Y el rey Saúl? Era un individuo limitado. Fue elegido como rey, pero demostró ser ineficaz. No generó resultados. No unificó a la nación. Parecían 12 tribus disgregadas sin concierto, sin un epicentro.

La gente se dio cuenta de la diferencia abismal entre un Saúl depresivo y un alegre y valeroso David. Esto despertó la envidia de Saúl, quien continuó “mirando a David [...] con sospecha desde aquel día en adelante”. Por dos veces arrojó una lanza con la intención de clavar a David en la pared mientras este tocaba el arpa como en ocasiones anteriores, pero en ambas ocasiones Jehová lo libró. Saúl había prometido que daría su hija a aquel que matase a Goliat, pero entonces se mostraba reacio a dársela a David. Por fin consintió en que David se casase con su segunda hija, con tal de que le llevase “cien prepucios de los filisteos”, una petición irrazonable que creyó que significaría la muerte de David. Sin embargo, el valeroso David dobló la dote: se presentó a Saúl con doscientos prepucios, y se casó con Mical. Por lo tanto, dos de los hijos de Saúl, movidos por amor, habían celebrado pactos con David, y esto hizo que se acrecentase aún más el odio de Saúl. Cuando David estaba de nuevo tocando ante Saúl, el rey procuró clavarle en la pared por tercera vez.


David: el fugitivo


Durante varios años David vivió como fugitivo, sufriendo la persecución implacable de un rey terco y malvado que estaba resuelto a matarle. Primero David se refugió con el profeta Samuel en Ramá, pero cuando este dejó de ser un escondite seguro, se dirigió a la ciudad filistea de Gat, deteniéndose en el camino para ver al sumo sacerdote Ahimélec en Nob, donde obtuvo la espada de Goliat.

Se hizo pasar por loco en una ocasión, para salir con vida de Gat, la ciudad donde nació Goliat. Se hizo el loco, haciendo signos de cruz en la puerta y dejando correr la saliva por la barba. Los Salmos 34 y 56 de David se basan en esta experiencia. Luego huyó a la cueva de Adulam, donde su familia y unos cuatrocientos hombres desafortunados y angustiados se unieron a él. Puede que tanto el Salmo 57 como el 142 aludan a su estancia en esta cueva. David continuó en constante movimiento, en lo sucesivo, siempre evadiendo a Saúl y su ejército. Algunos hermosos salmos de alabanza a Jehová por proveer liberación milagrosa se basan en este tipo de experiencias. (Sl 18, 59, 63, 70).

Estando en persecución, siendo un fugitivo, la vida no es fácil. Hay noches sin dormir, interminables días en los que no pasa nada. Mientras tanto, había que seguir adelante con la vida. David cuidó a Nabal, un rico ganadero establecido y a quien David y sus hombres habían mostrado bondad, quien trató con desaire e ingratitud a David. La rápida reacción de Abigail, esposa de Nabal, impidió que David exterminara a los varones de la casa, pero Jehová hirió a Nabal, así que murió. Después David se casó con la viuda, de modo que tuvo dos esposas: Ahinoam de Jezreel y Abigail de Carmelo; durante la larga ausencia de David, Saúl había entregado a su hija Mical a otro hombre.

David no olvidó que algún día sería rey de Israel. Parecía que estar siendo perseguido por saúl, siendo fugitivo, no sería posible llegar a ser rey de Israel. Pero Dios lo había elegido. Y eso ero lo que contaba.

Por esa razón David se preparó concienzudamente para ser rey de Israel cuando Dios así lo considerara. David y sus hombres, que se unieron a él, hizo incursiones en las ciudades de los enemigos de Israel, en el sur, y de ese modo aseguró los límites de Judá y fortaleció su futura posición como rey.


David: Rey de Israel


Tras la muerte de Saúl, David se dirige a Israel, donde los líderes de su tribu, Judá, le reconocen como rey sobre su tribu en Hebrón, cuando contaba treinta años. Is-bóset, hijo de Saúl, fue hecho rey sobre las otras tribus. Unos dos años más tarde, Is-bóset fue asesinado, y sus agresores le llevaron su cabeza a David esperando recibir una recompensa, pero también a ellos se les dio muerte como había ocurrido con el presunto asesino de Saúl. Este hecho preparó el camino para que las tribus que hasta entonces habían apoyado al hijo de Saúl se uniesen a Judá, y, finalmente, se le unió a David una fuerza que ascendía a 340.822 hombres y lo hicieron rey sobre todo Israel.

Eso significa que por 7 años David gobernó en Hebrón siete años y medio antes de trasladar la capital por dirección de Jehová a Jerusalén, la fortaleza que les había arrebatado a los jebuseos. Fue allí, en Sión, donde construyó la Ciudad de David, y continuó gobernando otros treinta y tres años. David gobernó hasta los 70 años de edad, y murió.

Cuando los filisteos, enemigos de Israel, oyeron que David era rey de todo Israel, subieron para derrotarle. Como en el pasado, David inquirió de Jehová si debería ir contra ellos. “Sube”, fue la respuesta, y Jehová irrumpió contra el enemigo con una destrucción tan abrumadora que David llamó al lugar Baal-perazim, que significa “Dueño de Rompimientos a Través” o “Dueño de Irrupciones”. En un enfrentamiento posterior, la estrategia de Jehová cambió y le ordenó a David que diese la vuelta alrededor y atacase a los filisteos por detrás.

David intentó llevar el arca del pacto a Jerusalén, pero este intento fracasó cuando Uzah tocó el Arca y “el Dios verdadero lo derribó allí”. Unos tres meses después, y tras cuidadosos preparativos —como, por ejemplo, el santificar tanto a los sacerdotes como a los levitas y asegurarse de que el Arca se llevase sobre los hombros en lugar de colocarse en un carruaje, como la primera vez—, se llevó el Arca a Jerusalén. David, vestido de manera sencilla, mostró su alegría y su entusiasmo en esta gran ocasión “saltando y danzando en derredor delante de Jehová”.

David también se preocupó de organizar y ampliar la adoración de Jehová en la nueva ubicación del Arca, asignando porteros y músicos, y encargándose de que hubiese “ofrendas quemadas constantemente, por la mañana y por la tarde”.

Pensaba edificar un templo-palacio de cedro para guardar el Arca, con el fin de reemplazar la tienda en donde se hallaba. Sin embargo, a David no se le permitió construir la casa, pues Dios dijo: “Sangre en gran cantidad has vertido, y grandes guerras has hecho. No edificarás una casa a mi nombre, porque mucha sangre has vertido en la tierra delante de mí”. Sin embargo, Jehová hizo un pacto con él, prometiéndole que el reino permanecería en su familia para siempre, y con relación a este pacto, le aseguró que su hijo Salomón, cuyo nombre procede de una raíz que significa “paz”, construiría el templo.

Por consiguiente, en conformidad con este pacto del reino, Jehová permitió que David extendiese su dominio territorial desde el río de Egipto hasta el Éufrates, asegurando sus límites, manteniendo la paz con el rey de Tiro, batallando y venciendo a sus opositores en todos los flancos: filisteos, sirios, moabitas, edomitas, amalequitas y ammonitas. Estas victorias que Dios le concedió le hicieron un gobernante muy poderoso. David fue consciente de que la posición que ocupaba no era suya por conquista o herencia, sino que era por la voluntad de Jehová, quien le había colocado en el trono de esta teocracia típica.

Hacia el final de su vida, el rey David, ya con setenta años y confinado en su cama, hizo que su hijo Salomón, escogido por Jehová, fuese instalado oficialmente como rey y se sentase en el trono. David entonces aconsejó a Salomón que anduviera en los caminos de Jehová, guardase sus estatutos y mandamientos y que actuase con prudencia en todo. Si obraba así, prosperaría.

David: su legado

Uno siempre se pregunta sobre Dios muchas cosas, tratando de desvelar el misterio que siempre hay detrás de las acciones divinas.

Se dice que David era un hombre conforme al corazón de Dios. Pero la vida de David está muy lejos de tener en la cabeza una aureola de "santo". Recordamos el episodio con Bat-seba, en el que se acuesta con la mujer de otro hombre, y al enterarse de que esta se encuentra embarazada, planea el asesinato del marido para encubrir su error.

Entonces uno se pregunta: ¿un hombre así es alguien "agradable al corazón de Dios"?

Si hay alguien que sabe muy bien quién es el hombre, es Dios. Jehová nos creó a su imagen y semejanza.

Pero estamos lejos de esa imagen y semejanza de Dios, lejos de los cánones que dictaría la justicia divina. Entra entonces en juego la misericordia de Dios, ese acto divino de reconocer que somos polvo, que somos frágiles, que necesitamos ser salvados de nuestros propios errores.

Siempre que David falló, lo admitió. Enfrentó su verdad. Cuando el profeta Natán le encaró lo sucedido con Bat-seba, David no culpó a la mujer ni a nadie. Se culpó a sí mismo, asumiendo plenamente las responsabilidades por sus actos.

Seguramente aquel día cuando David siendo un joven de alrededor de 12 años, fue ungido como rey de Israel, su padre y sus hermanos se preguntaron si sería posible que el más chico de la casa fuera quien gobernara a Israel.

David fue un hombre conforme al corazón de Dios porque amó a Dios, fue temeroso de Dios, fue obediente, agradecido, audaz, un hombre de fe, paciente, que cuando Dios dijo un sí fue sí en la vida de David y cuando Dios dijo no fue un no para David. Supo esperar en Dios aún cuando eso supuso para él y su familia interminables días y noches en los que nada pasó, pero él siguió adelante.

David meditaba, imaginaba, visualizaba, se deleitaba en la Ley de Jehová, día y noche. Era agradecido, tenía fe en el poder de la oración, era humilde. Cuando tenía problemas, no esperaba a que otro le dijera qué hacer. Buscaba la guía de Dios y actuaba.

La historia demostró que David fue elegido por Jehová para ser rey de Israel, pero particularmente, fueron sus actos los que demostraron que Dios no se había equivocado. Había predicho Samuel diciéndole a Saúl que Jehová elegiría a un hombre mejor que él. Y ciertamente David fue mejor que Saúl, que sus hermanos o cualquier otro israelita que hubiera existido en ese tiempo. De hecho en la historia de Israel, ningún otro rey superó a David, en fe, en valor, y en la trascendencia histórica en el propósito de Dios.

Fueron muchas las virtudes del rey David y sin duda pesaron más que sus errores. La historia del rey David nos deja como legado las posibilidades de alcanzar una completud como hombres o mujeres, por cuanto uno esté dispuesto a asumir sus responsabilidades ante sí mismo y ante Dios.

Tan grande fue David, que Jesucristo hereda el trono de David su padre. El capítulo 7 del Segundo libro de Samuel narra cómo Jehová hace un Pacto con David: un heredero de David gobernará para siempre, y de su reino, no habrá fin, expresó después el ángel Gabriel cuando anunció a María que estaba encinta del Hijo del Altísimo.

“Yo, Jesús, [...] soy la raíz y la prole de David”.

El legado más grande de David, es Jesucristo.

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