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Yo soy de arriba: Jesucristo


Ya había dicho que era la luz del mundo. Que era aquel a quien Dios, que tanto amaba al mundo, había dado para que todo el que ejerciera fe en él tuviera vida eterna.



Había causado revuelo en la sociedad judía, aquella que era gobernada por los fariseos, por el Sanedrín para quienes, como confesaron, "no tenían más Rey que César (Tiberio César)". Sólo tenía como seguidores a hombres y mujeres comunes y corrientes: pescadores, recaudadores de impuestos, mujeres, gente de clase trabajadora. ¿Se sentía Jesús defraudado porque era seguido de personas consideradas como lo peor de su nación? No, en absoluto. Complacido les enseñaba, les devolvía la salud a los enfermos, y hasta en 2 ocasiones les proporcionó alimento a miles de personas, habiendo sido su primer milagro dar el mejor vino, vino excelente, a un banquete de bodas a los que el vino se les había acabado.

Pero la gente percibía que este hombre era diferente. "¿No es este el carpintero del pueblo?", se preguntaban extrañados los que lo habían visto crecer en medio de una familia de clase trabajadora, de este hombre que hablaba con extraordinaria sabiduría. Quizás algunos y algunas recordarían alguna vez en la que Jesús de Nazaret les fabricó una silla, o les reparó el techo de la casa. Pero este hombre ahora era otro...

Sobre la extraordinaria personalidad de Jesucristo, comenta un historiador: “El que unos cuantos hombres sencillos hubieran inventado en una sola generación una personalidad tan poderosa e interesante, una ética tan elevada y una visión tan inspiradora de la hermandad humana, sería un milagro mucho más increíble que cualquiera de los que se relatan en los Evangelios”.

Efectivamente, si hombres y mujeres sencillos hubieran inventado de su mente a Jesucristo, hubiera sido un gran milagro. Pero Jesucristo realmente existió, vivió en este mundo hace 2000 años.

Quizás quienes visitan el famoso Santo Sudario, en el que se afirma que fue usado para servir de faja mortuoria de Jesús tras su muerte y ser depositado en una tumba labrada de roca, desean ver una evidencia física que les confirme que Jesucristo realmente existió.

Porque parece una película moderna de ciencia ficción el relato de los 4 evangelios sobre Jesucristo.

El hecho es que este singular hombre realmente existió. Sus enseñanzas ciertamente parecen de otro mundo, que no es este.

Por ejemplo, para Jesús de los 613 leyes de la Ley Mosaica (según estimaciones de expertos), eran 2 los más importantes: amar, primero a Dios, y luego al prójimo, como uno se ama a sí mism@.

Para Jesús, Jehová era el Padre. Para nosotros, Jehová es Dios. la diferencia de enfoques es total, porque para Jesús la relación con Jehová era de Padre-Hijo, mientras que nosotros solemos ver la figura de Dios como el Ser Supremo, más bien que verlo como un Padre Celestial.

En los momentos clave de su vida, Jesucristo oraba a su Padre. A veces toda la noche, o hasta el punto de que su sudor era de sangre. Intensa, viva y eficaz era la vida de oración de Jesús.

En su trato con otras personas también manifestó Jesús que se regía por un código superior, el del Cielo. Esperaba que hombres sencillos como los discípulos se transformaran. La gente y hasta los apóstoles mismos se veían como pescadores, como comunes y corrientes. Jesucristo veía en ellos a reyes. Mientras que en la sociedad judía la mujer era un ser de segunda categoría, para Jesús eran dignas de testificar sobre su resurrección.

Reconocemos en Jesús que era de arriba, del Cielo. Que pensaba, sentía y actuaba diferente a nosotr@s por ser de origen divino. Por ser el Hijo de Dios. Pero Él nos enseñó que era posible seguirlo, imitarlo. También podemos ser de arriba, si imitamos a Jesús, se en nuestra vida personal lo convertimos en Señor.

Podemos ser como Jesús, con mentalidad del Cielo, si entendemos que necesitamos ver a Jehová como nuestro Padre Celestial, si hacemos de la oración parte de la vida cotidiana, si aprendemos a ver a otras personas por si potencial, por lo que pueden ser, y no por lo superficial que vemos. Podemos sentir compasión por otro, comenzando por quienes son nuestro prójimo más cercano.

Era Jesús feliz, lleno de gracia, favor de Dios o bondad inmerecida, como le queramos llamar. ¿Esta esa gracia o favor de Dios a nuestro alcance? Sí, pero para ello tenemos que hacer de la invitación de Jesús a seguirlo un camino, nuestra verdad y nuestra vida.
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