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Jesús y la misericordia hacia otras personas


Una constante en los Evangelios, son esos relatos en los que se pone de manifiesto la compasión de Jesús por la gente. Todo tipo de personas que se hallaran en diversa condición, eran objeto de su misericordia y ayuda.

Que Dios se conduele de quien sufre, del desvalido, del pobre, de la persona que ha sido despreciada o tomada en poca estima por otros, nos lo enseña Jesús, el Hijo de Dios. Un leproso, una mujer viuda, o un joven epiléptico, una prostituta o un hombre rico de dudoso origen en su riqueza, todos, fueron objeto de la compasión de Jesús. Por ejemplo, al leproso, Jesús lo sanó. A la mujer viuda, Jesús le resucitó un hijo muerto, su único. Y al joven epiléptico, lo sanó de su terrible mal.

Jesús veía a las personas como si fueran ovejas, tristes, agobiadas. ¿Qué significa eso? Que estaban desanimadas, deprimidas, angustiadas, cargadas de problemas, sintiéndose asfixiadas en su situación.

¿Cómo era posible que los judíos se sintieran tan desvalidos y desprotegidos espiritualmente? ¿No se suponía que el Dios de Israel les había ayudado siempre, y que Él era un refugio seguro para ellos?


No era eso lo que les enseñaban en sus sinagogas. Ellos iban los sábados, religiosamente, sin faltar al mandato de ir a escuchar la lectura de la Ley y su instrucción. Los fariseos, maestros de la Ley y guías religiosos del pueblo, eran los encargados de enseñar a las personas.

Tras estar sentados durante el servicio de la sinagoga, y al salir de dicha reunión, ¿cómo se sentían los hombres, mujeres y niños ese sábado de reunión en aquel lugar? Imagínese qué estímulo, guía e instrucción que fortaleciera su fe habrían recibido de unos líderes religiosos que no cesaban de llamarles "malditos", "pecadores", "ustedes tienen la culpa de lo que les pasa", o, "Dios los está castigando". 

Pero Jesús no era así. Su enseñanza era diferente, fresca, sencilla. A él se sentían atraídas personas de todo tipo. 

Jesús y los fariseos tenían 2 maneras muy distintas de ver a las personas. Para los fariseos, la gente era "maldita", que no merecía el amor de Dios.  Los pobres, eran "malditos".

Y la mujer, un ser de baja categoría. 

¿Y Jesús? 


Tenía la perspectiva divina, la de Su Padre celestial. Jesús sabía que Dios respetaba y valoraba la dignidad personal de cada quien. Miraba lo que era su corazón, lo que cada cual era realmente. Veía más allá del dinero, posición social, o lo que la gente creyera. Para Jesús, las personas tenían un valor intrínseco, por haber sido creadas a la imagen y semejanza de Dios. Y la mujer, era un ser inteligente, autónomo, por derecho propio.    



La compasión de Dios es una de sus más atrayentes cualidades. Que Dios se conduele del sufrimiento, de la angustia de una persona y de las diversas situaciones difíciles que tiene que vivir, es algo que nos enseñó Jesús en su ministerio. 

"Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes", declara la Biblia en Santiago 4:8. No importa qué opinión tengan otros de uno, lo importante es qué piensa Dios de ti. Y si Dios no te considera un caso perdido, ¿por qué no aprovechar esa oportunidad de acercarse a Dios? 

Jesús nos muestra la compasión de Dios, mostrándonos que sí es posible generar cambios en nuestra vida. 

"Mira, estoy de pie a la puerta y toco. Si alguno oye mi voz y abre mi puerta, yo entraré en su casa y cenaré con él. Y él conmigo".




Revelación 3:20


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