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Los judíos del tiempo de Jeremías

La Biblia nos hace reflexionar sobre la naturaleza humana. Sobre cómo somos realmente. Nos muestra cómo reaccionamos en diversas circunstancias, qué actitudes se manifiestan, en lo mejor y lo peor del ser humano.

Por eso hay relatos de personas que catalogamos de buenas o malas, y eso depende del cristal con que las veamos. Relatos que los hemos escuchado o leído como ejemplo de lo que es tener fe, o no tenerla, de lo que es desobedecer a Dios, o simplemente ignorarlo. Todo está allí escrito para enseñar, para que un creyente sea completamente competente, para que uno sea enseñado para su beneficio.

Una actitud humana que se manifiesta a lo largo de la Biblia, es la tendencia a sólo creer en lo que se quiere creer, más bien que creer en lo que Dios diga.

En pocas palabras: la gente cree lo que quiera creer, sea que esté en lo cierto o no. Eso no importa, lo que cuenta es su propia opinión.

Como uno actúa según lo que piensa, es obvio que es importante estar seguros de tener ideas y creencias que sean las correctas. ¿Quién determina eso, si algo es cierto o no?

Hay momentos cruciales, y eso lo muestra la Biblia, en los que asegurarse de cuál es la voluntad de Jehová sobre un asunto es de la máxima importancia. Son momentos de vida o muerte, o de tomar decisiones que no son tan fáciles, porque tienen un costo.

Por ejemplo: si usted tuviera la necesidad de tomar una decisión muy compleja, y tuviera la oportunidad de tener a su lado a un verdadero profeta de Dios, ¿qué haría? lo más sensato sería consultar con ese profeta, y pedirle consejo, sobre cuál es la voluntad de Jehová sobre el asunto. En ese caso, usted esperaría la respuesta del profeta de Dios y actuaría en consecuencia.

En el caso del profeta Jeremías, él, durante décadas (se estima que fue profeta durante más de 40 años), fue el portavoz de Dios ante los judíos. Sin entrar en detalles sobre su obra, vale recordar que él a veces fue apresado por declarar la palabra de Dios, o mensaje. Eso no era del agrado del Rey, los príncipes, los sacerdotes, los ancianos de Israel, la gente rica y los judíos comunes y corrientes. Estaban muy bien con su vida, y no querían que los molestaran con incómodas alarmas del fin del mundo (del mundo judío).

Jehová, quien era el originador de los mensajes de Jeremías, buscaba apelar al corazón de la gente, a que esta reaccionara. Cosa que jamás pasó. De hecho, no creían que algún día Nabucodonosor entraría a Jerusalén a destruirla, al fin y al cabo, ahí estaba el Templo. Sin Arca del Pacto, pero estaba el Templo. Como una especie de amuleto de protección, pero allí estaba.

Así que Jeremías, de tanto lidiar con la gente, la conoce, se la aprende de memoria. Pero, las circunstancias cambian, y a veces, la gente puede cambiar con las circunstancias.

Hay un momento en el que las palabras de Jeremías anunciando la invasión babilonia y posterior destrucción de Jerusalén, están a punto de cumplirse. Porque no es igual creer en algo, y pasan los años, y nada pasa, y de repente las circunstancias empiezan a cambiar y es inminente que va a suceder lo que predijo Jehová: la desolación a manos de Nabucodonosor.

Los babilonios avanzaban hacia Jerusalén, y había un grupo de judíos en Judea, y Jeremías estaba entre ellos. Ya no había rey, ni nadie a cargo, así que no tenían un líder que los guiara. Unos hombres, Jefes militares, deciden acercarse a Jeremías. ¿Para qué? Indica el relato (Jeremías 42):

Entonces se acercaron Johanán hijo de Carea y Azarías hijo de Osaías, junto con los jefes militares y todo el pueblo, desde el más chico hasta el más grande, y le dijeron al profeta Jeremías:—Por favor, atiende nuestra súplica y ruega al Señor tu Dios por todos nosotros los que quedamos. Como podrás darte cuenta, antes éramos muchos, pero ahora quedamos sólo unos cuantos. Ruega para que el Señor tu Dios nos indique el camino que debemos seguir, y lo que debemos hacer.

Jeremías les respondió:—Ya os he oído. Voy a rogar al Señor, a vuestro Dios, tal como me lo habéis pedido. Os comunicaré todo lo que el Señor me diga, y no os ocultaré absolutamente nada.

Ellos le dijeron a Jeremías:—Que el Señor tu Dios sea un testigo fiel y verdadero contra nosotros, si no actuamos conforme a todo lo que él nos ordene por medio de ti.

Sea o no de nuestro agrado, obedeceremos la voz del Señor nuestro Dios, a quien te enviamos a consultar. Así, al obedecer la voz del Señor nuestro Dios, nos irá bien.

Estos hombres, desde el menor hasta el mayor, prometieron que, sin importar que el mensaje de Jehová mediante Jeremías resultara de su agrado o no, obrarían en conformidad con el mensaje. Parece que por fin la gente recapacitó, se dio cuenta de que obedecer a Dios era mejor, después de todo, lo que Dios había predicho mediante Jeremías era cierto. Así que era hora de cambiar de actitud, de creer en Dios.

Diez días después de haber consultado ellos con Jeremías, llegó el mensaje de Jehová por medio de él.

Diez días después, la palabra del Señor vino a Jeremías. Éste llamó a Johanán hijo de Carea, a todos lo jefes militares que lo acompañaban, y a todo el pueblo, desde el más pequeño hasta al más grande, y les dijo:

-Así dice el Señor, Dios de Israel, a quien me enviasteis para interceder por vosotros: Si os quedáis en este país, yo os edificaré y no os derribaré, os plantaré y no os arrancaré, porque me duele haberos causado esa calamidad. No temáis al rey de Babilonia, al que ahora teméis —afirma el Señor—; no le temáis, porque yo estoy con vosotros para salvaros y libraros de su poder.

-Tendré compasión de vosotros, y de esa manera él también tendrá compasión de vosotros y os permitirá volver a vuestra tierra. Pero si desobedecéis la voz del Señor, vuestro Dios, y decís: No nos quedaremos en esta tierra, sino que nos iremos a Egipto, donde no veremos guerra, ni escucharemos el sonido de la trompeta, ni pasaremos hambre, y allí nos quedaremos a vivir, entonces prestad atención a la palabra del Señor, vosotros los que quedáis en Judá.

-Así dice el Señor Todopoderoso, el Dios de Israel: Si insistís en trasladaros a Egipto para vivir allá, la guerra que tanto teméis os alcanzará, y el hambre que os aterra os seguirá de cerca hasta Egipto, y en ese lugar moriréis. Todos los que están empeñados en trasladarse a Egipto para vivir allá, morirán por la guerra, el hambre y la peste. Ninguno sobrevivirá ni escapará a la calamidad que haré caer sobre ellos.

-Porque así dice el Señor Todopoderoso, el Dios de Israel: Así como se ha derramado mi ira y mi furor sobre los habitantes de Jerusalén, así se derramará mi furor sobre vosotros, si os vais a Egipto. Os convertiréis en objeto de maldición.

Las palabras de Dios al pueblo eran: quédense en el país, no se vayan a Egipto, dejen de temer al rey de Babilonia, y confíen en mí. Podrán trabajar, plantar, comer, beber y vivir en paz. Pero si van a Egipto, en busca de protección, morirán de hambre, o por espada o por peste.

Parece una buena oferta por parte de Dios. Quedarse en el país, y vivir en paz, y Dios les protegería. ¿Qué decidieron los líderes de la nación? Lo registra Jeremías 43:

Cuando Jeremías terminó de comunicarle al pueblo todo lo que el Señor su Dios le había encomendado decirles, Azarías hijo de Osaías, Johanán hijo de Carea, y todos los arrogantes le respondieron a Jeremías: «¡Lo que dices es una mentira! El Señor nuestro Dios no te mandó a decirnos que no vayamos a vivir a Egipto. Es Baruc hijo de Nerías el que te incita contra nosotros, para entregarnos en poder de los babilonios, para que nos maten o nos lleven cautivos a Babilonia.»

Así que ni Johanán hijo de Carea, ni los jefes militares, ni nadie del pueblo, obedecieron al mandato del Señor, de quedarse a vivir en el país de Judá.

Por el contrario, Johanán hijo de Carea y todos los jefes militares se llevaron a la gente que aún quedaba en Judá, es decir, a los que habían vuelto para vivir en Judá después de haber sido dispersados por todas las naciones: los hombres, las mujeres y los niños, las hijas del rey, y toda la gente que Nabuzaradán, comandante de la guardia, había confiado a Guedalías hijo de Ajicán, nieto de Safán, y también a Jeremías el profeta y a Baruc hijo de Nerías;

Y contrariando el mandato del Señor se dirigieron al país de Egipto, llegando hasta la ciudad de Tafnes.

La reacción de los mismos que 10 días atrás estaban desesperados porque Jeremías le preguntara a Jehová qué debían hacer, ahora le dijeron a Jeremías mentiroso, que esa no era la palabra de Dios, y que la culpa la tenía el secretario de Jeremías, Baruc. Eso de quedarse en el país, sería para que los mataran los babilonios.

Acto seguido, los líderes tomaron a toda la gente y la obligaron a irse a Egipto. ¿Qué les pasó? Murieron, como dijo Dios, porque Egipto, el que era el lugar donde quedarían seguros, también cayó en manos de Nabucodonosor, como lo predijo también Jeremías.

¿Qué pasó realmente en todo esto? Que se puso de manifiesto la actitud humana, eso de creer lo que se quiere creer. Los líderes que fueron a donde Jeremías para que le preguntara a Dios que qué harían, lo que buscaban era escuchar de boca del profeta una confirmación de sus propias ideas, de lo que ellos creían. Cuando Jeremías les dijo lo contrario, lo que Dios había dicho, fue duro para ellos, lo rechazaron. Porque ellos sólo querían escuchar que estaban en lo cierto, que ellos tenían la razón.

Cuando una persona, o personas, tienen tan arraigadas sus propias ideas, sus propias creencias, ¿qué buscan? que otros sean un eco de lo que ellos piensan. Es como una forma de autovalidarse, de sentir que están en lo cierto. Necesitan desesperadamente que otros les den la razón.

Si uno hace eso con otra persona, es parte de las relaciones humanas. Pero jugar a hacer eso con Dios es otra cosa. No hay garantías de éxito. Difícilmente sucederá que Dios juegue a darnos la razón, sencillamente porque nuestro Ego es nuestro dios. Quien sólo cree lo que quiere creer, más bien que permitir que Dios le guíe, se convierte en su propio dios, él mismo o ella misma se reverencia en una adoración de sí mismos. Y enmascara esa autoadoración de sí mismos tras una fachada de piedad. De ellos, apártate, recomienda Pablo a Timoteo.
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