Lo + nuevo

Gedeón: el hombre cauto


¿Qué siente una persona a la que le roban el dinero que le ha costado ganarse, trabajando durante todo el mes? Esa sensación de frustración la vivieron los israelitas, jornada a jornada de trabajo, durante un período de siete años. Alrededor del siglo XIII A. C., hace casi 3.300 años, los madianitas, amalequitas y otros pueblos del oriente venían y los atacaban. ¿Qué significaba ese ataque?

Al tiempo de la siembra, en la que la gente sembraba y cosechaba para poder comer, los enemigos acampaban y arruinaban las cosechas por todo el territorio de Israel, hasta la región de Gaza. No dejaban en Israel nada con vida: ni ovejas, ni bueyes ni asnos. Ni cosechas.

Ellos llegaban con su ganado y con sus tiendas, cual plaga de langostas. Tanto ellos, los pueblos invasores, como sus camellos eran incontables, e invadían el país para devastarlo.

Miseria. Hambre. Desolación. Ese era el panorama del que era el pueblo de Dios.

¿Qué hacían los israelitas?

Se hicieron escondites en las montañas y en las cuevas, y en otros lugares donde pudieran defenderse.

Vivían atemorizados y escondidos.

¿Por qué les pasaba todo ese mal?

Los israelitas hicieron lo que ofende a Dios, y Él los entregó en manos de los madianitas durante siete años.


Causa y Efecto. Si los israelitas eran fieles a Dios, Él les protegía de los enemigos, y bendeciría sus cosechas, su trabajo sería bendito.

Pero si los israelitas actuaban en contra de los términos del Pacto que Dios había hecho con ellos, les iría mal.

Cuando los israelitas clamaron a Dios por ayuda, Él les responde por medio de un profeta:

“Así dice el Señor, Dios de Israel: “Yo los saqué de Egipto, tierra de esclavitud, y los libré de su poder. También los libré del poder de todos sus opresores, a quienes expulsé de su presencia para entregarles su tierra. Dije: “Yo soy Jehová su Dios; no adoren a los dioses de los amorreos, en cuya tierra viven. Pero no me obedecieron””.

Bien.

¿Y entonces qué pasaría?

Porque los israelitas seguían teniendo el problema.

Jehová entonces envió un ángel. Este vino y se sentó bajo la encina que estaba en un lugar llamado Ofrá, la cual pertenecía a un hombre llamado Joás. Su hijo Gedeón estaba trillando trigo en un lagar, para protegerlo de los madianitas.

Así que un ángel es enviado a un hombre llamado Gedeón, que en un tiempo en que la gente no tenía nada que salvar de la cosecha, él sí había tenido la previsión de salvar su cosecha.

¿Cómo se las ingenió Gedeón para sembrar, cosechar y evitar que su comida y la de su familia estuviera a salvo de los madianitas, mientras que los demás perdían sus cosechas?

El relato bíblico indica que los israelitas se metieron en cuevas. Que se escondieron en las montañas. ¿Puede alguien que se esconde en las montañas y las cuevas proteger su propia comida? Evidentemente, no.

La alternativa era actuar con ingenio, y rápido, para proteger el grano que serviría de alimento. Eso hizo Gedeón, que cuando el ángel de Jehová fue a verle, lo encontró trabajando, no escondido en una cueva o montaña, lleno de miedo.

Cuando el ángel del Señor se le apareció a Gedeón, le dijo:—¡El Señor está contigo, guerrero valiente!

—Pero, señor —replicó Gedeón—, si Jehová está con nosotros, ¿cómo es que nos sucede todo esto? ¿Dónde están todas las maravillas que nos contaban nuestros padres, cuando decían: “¡Jehová nos sacó de Egipto!”? ¡La verdad es que Jehová nos ha abandonado, y nos deja en manos de los madianitas

El ángel de Jehová miró a Gedeón y le dijo:—Ve con la fuerza que tienes, y salvarás a Israel del poder de Madián. Yo Soy quien te envía.

—Pero, Señor —objetó Gedeón—, ¿cómo voy a salvar a Israel? Mi clan es el más débil de la tribu de Manasés, y yo soy el más insignificante de mi familia.

El ángel de Jehová le respondió:—Tú derrotarás a los madianitas como si fueran un solo hombre, porque yo estaré contigo.

—Si me he ganado tu favor, dame una señal de que en realidad eres tú quien habla conmigo —respondió Gedeón—.

Te ruego que no te vayas hasta que yo vuelva y traiga mi ofrenda y la ponga ante ti.
—Esperaré hasta que vuelvas —le dijo el ángel de Jehová.

Gedeón se fue a preparar un cabrito; además, con una medida de harina hizo panes sin levadura. Luego puso la carne en una canasta y el caldo en una olla, y los llevó y se los ofreció al ángel bajo la encina.

El ángel de Dios le dijo:
—Toma la carne y el pan sin levadura, y ponlos sobre esta roca; y derrama el caldo. Y así lo hizo Gedeón.

Entonces, con la punta del bastón que llevaba en la mano, el ángel del Señor tocó la carne y el pan sin levadura, ¡y de la roca salió fuego, que consumió la carne y el pan! Luego el ángel de Jehová desapareció de su vista.

Cuando Gedeón se dio cuenta de que se trataba del ángel de Jehová, exclamó:

—¡Ay de mí, Señor y Dios! ¡He visto al ángel del Señor cara a cara!

Pero el ángel le dijo:

—¡Quédate tranquilo! No temas. No vas a morir.

Así que Gedeón recibió la orden de parte de Jehová de ser él quien liberara a Israel de los madianitas. Pero primero debía derribar un altar que su propio padre había erigido al falso dios Baal. Cosa que Gedeón hizo, al amparo de la noche. Luego construyó un altar para Jehová, llamado Jehová-salom, que significa “Jehová es Paz”.

Mientras tanto, todos los madianitas y amalecitas, y otros pueblos del oriente, se aliaron y cruzaron el Jordán, acampando en el valle de Jezreel. Entonces Gedeón, poseído por el espíritu de Dios, tocó la trompeta, y varios hombres le siguieron.

Envió mensajeros a otros israelitas, convocándolos para que lo siguieran, para unificar fuerzas contra los madianitas.

Hasta este punto de la historia de Gedeón, se observa que actúa con inteligencia. Lo había hecho antes, cuidando y protegiendo sus cosechas, y lo haría ahora que tenía el encargo divino de librar a Israel.

Pero Gedeón era consciente de que necesitaba más garantías del respaldo divino. Así que Gedeón le dijo a Dios: “Si has de salvar a Israel por mi mano, como has prometido, mira, tenderé un vellón de lana en la era, sobre el suelo. Si el rocío cae sólo sobre el vellón y todo el suelo alrededor queda seco, entonces sabré que salvarás a Israel por mi mano, como prometiste”.

Y así sucedió. Al día siguiente Gedeón se levantó temprano, exprimió el vellón para sacarle el rocío, y llenó una taza de agua.

Entonces Gedeón le dijo a Dios: “No te enojes conmigo. Déjame hacer sólo una petición más. Permíteme hacer una prueba más con el vellón. Esta vez haz que sólo el vellón quede seco, y que todo el suelo quede cubierto de rocío”.

Así lo hizo Dios aquella noche. Sólo el vellón quedó seco, mientras que todo el suelo estaba cubierto de rocío.

¿Estuvo mal que Gedeón requiriera de Dios 2 pruebas de respaldo? No. Gedeón era un hombre de fe. Pero la necesidad de tener la certeza de que Dios estaba respaldándole, era algo que Gedeón reconocía que necesitaba.

A veces se da por sentado que la fe está peleada con la necesidad de evidencias, pruebas que respalden la fe que se tiene en Dios. Ciertamente dijo Jesús que no se debe poner a prueba a Dios, o retarle. Cosa que sería absurda hacer.


Pero si una persona sinceramente quiere confrontar su propia fe, y acrecentarla, debe buscar evidencias que aumenten su fe.

Fortalecido en su fe, Gedeón enfrenta la cercana batalla con los madianitas. Tiene a 32.000 hombres dispuestos a pelear. Los madianitas eran 135.000, así que, numéricamente, la batalla estaba perdida.

Pero Jehová le dijo a Gedeón: “Tienes demasiada gente para que yo entregue a Madián en sus manos. A fin de que Israel no vaya a jactarse contra mí y diga que su propia fortaleza lo ha librado, anúnciale ahora al pueblo: “¡Cualquiera que esté temblando de miedo, que se vuelva y se retire del monte de Galaad!””.

Así que se volvieron veintidós mil hombres, y se quedaron diez mil. Y seguían siendo muchos.


¿Cómo seleccionar de entre los 10.000 a aquellos hombres que realmente fueran los adecuados?

“Hazlos bajar al agua, y allí los seleccionaré por ti. Si digo: Este irá contigo, ése irá; pero si digo: Este no irá contigo, ése no irá”.

Gedeón cumple el mandato divino, hizo que los hombres bajaran al agua. Allí Jehová le dijo: A los que laman el agua con la lengua, como los perros, sepáralos de los que se arrodillen a beber.

Trescientos hombres lamieron el agua llevándola de la mano a la boca. Todos los demás se arrodillaron para beber.

Jehová le dijo a Gedeón: Con los trescientos hombres que lamieron el agua, yo los salvaré; y entregaré a los madianitas en tus manos. El resto, que se vaya a su casa.

¿Por qué el criterio para seleccionar a estos guerreros era cómo tomarían el agua?

Eran tiempos de guerra. La guerra en un escenario de batalla no es como enviar un correo electrónico, o mensaje de texto por celular. En plena batalla nadie te avisa que te van a atacar. El enemigo busca sorprenderte, atacarte cuando estás desprevenido.

Estos 9.700 hombres que se arrodillaron a beber agua, sencillamente fueron confiados. Tenían sed, vieron agua, y por saciar su sed, descuidaron el hecho de que en cualquier momento podían venir los madianitas y atacar. No en vano siempre dicen las Escrituras que hay que estar vigilantes, alertas. Pues bien, ni alertas ni vigilantes, sino muertos de sed estaban estos hombres a quienes Jehová separó de Gedeón para enfrentar a Madián.

El liderazgo de Gedeón con estos 300 hombres sería la envidia de un Stephen Covey, o un Daniel Goleman, o cualquiera de estos gurúes que enseñan a otros sobre el arte del liderazgo.

En el momento decisivo, Gedeón dijo a los 300 hombres:

-¡Levántense! Jehová ha entregado en sus manos al campamento madianita.

La orden era clara: Jehová les daría la victoria. Ningún grupo de hombres o mujeres está dispuesto a darlo todo, sin una señal inequívoca de que el líder tiene como objetivo único la victoria.

Gedeón dividió a los trescientos hombres en tres compañías y distribuyó entre todos ellos trompetas y cántaros vacíos, con antorchas dentro de los cántaros.

-Mírenme —les dijo—. Sigan mi ejemplo. Cuando llegue a las afueras del campamento, hagan exactamente lo mismo que me vean hacer.

-Cuando yo y todos los que están conmigo toquemos nuestras trompetas, ustedes también tocarán las suyas alrededor del campamento, y digan: “Por Jehová y por Gedeón.”

Así que Gedeón les mostró a los 300 hombres qué hacer: lo que él hacía. No tenía un doble discurso, ese de que los demás hagan lo que yo digo, no lo que yo hago.

Gedeón hacía, y decía a otros que hicieran, lo que veían que él hacía. ¿Cuántos líderes son así?

Gedeón y los cien hombres que iban con él llegaron a las afueras del campamento durante el cambio de guardia, cuando estaba a punto de comenzar el relevo de medianoche (a eso de las 2 a 6 de la mañana). Tocaron las trompetas y estrellaron contra el suelo los cántaros que llevaban.

Sonaron las trompetas e hicieron pedazos los cántaros. Tomaron las antorchas en la mano izquierda y, sosteniendo en la mano derecha las trompetas que iban a tocar, gritaron: ¡la espada de Jehová y de Gedeón!

Como cada hombre se mantuvo en su puesto alrededor del campamento, todos los madianitas salieron corriendo y dando alaridos mientras huían.

Al sonar las trescientas trompetas, Jehová hizo que los hombres de todo el campamento se atacaran entre sí con sus espadas.

Por cierto, esta victoria fue lograda en los alrededores de Meguidó, un lugar estratégico como ruta comercial y militar.

La victoria fue completada, y durante 40 años, Israel no tuvo disturbios.

Gedeón fue considerado un hombre de fe siglos después por el apóstol Pablo en su carta a los Hebreos, al enfrentarse a fuerzas muy superiores a las suyas. Los 300 de Gedeón vencieron a los 135.000 enemigos. Una proporción de 1 a 450.

Gedeón fue un hombre modesto. Era consciente de qué era, y de qué no era, y fue cauteloso. Sin duda, un ejemplo a imitar.
Con la tecnología de Blogger.