153 pescados grandes y la Fe
Jesús murió. Y resucitó.
Y ahora, ¿qué pasaría con la vida de los apóstoles?
Hay momentos en la vida propia, en la vida personal, en que uno se siente como si estuviera estacionado. La vida parece no moverse, ni para adelante ni para atrás. No pasa nada.
Así estaban los apóstoles, los 11 fieles. Sí, era un hecho que Jesús había resucitado, que estaba claro que seguía apareciéndose a ellos, dándoles entendimiento de lo que había sucedido, de cómo las profecías mesiánicas se cumplían en Él.
Pero ahora, ¿qué pasaría? Los apóstoles fueron a Jerusalén con Jesús, con la ilusión de convertirse en reyes. Ellos se veían en la gran ciudad, Jerusalén, sentados en tronos, con ropaje real, coronas, siendo los nuevos señores de la nación judía. Después de todo, Jesús les dijo que se sentarían sobre tronos (12), y juzgarían a las 12 tribus de Israel.
Jesús no les había mentido en sus promesas, sin embargo, ahora las circunstancias eran que estaban solos, sin Jesús en cuerpo presente. El Señor no les había dado instrucciones de qué hacer. Esperar, esperar, esperar, y el que espera, dice un dicho, desespera.
En el capítulo 21 del Evangelio de Juan se narra el relato de qué hicieron algunos apóstoles en un momento de desesperación, uno de esos en los que uno dice ¡no puedo más!, y salen a pescar.
Inicia así el relato:
Poco tiempo después, Jesús se apareció a los discípulos a la orilla del Lago de Tiberíades. Esto fue lo que sucedió: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás el Gemelo, Natanael, que era del pueblo de Caná de Galilea, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, y otros dos discípulos de Jesús. Pedro les dijo:
-Voy a pescar.
-Nosotros vamos contigo -dijeron ellos-.
Todos subieron a una barca y se fueron a pescar. Pero esa noche no pudieron pescar nada.
Estaban juntos 7 apóstoles. Estarían hablando, recordando cosas vividas, pero sea lo que sea que estaban haciendo, Pedro decide irse a pescar.
¿Por qué? Estaría cansado de no hacer nada, de estar en quietud. No hacer nada, y que nada pase, cansa más emocional y anímicamente. Pedro, según lo muestran los Evangelios, era un hombre siempre en movimiento, siempre en acción. Así que en ese estar en una especie de suspenso, llegó un momento que no lo soportó más, y se fue a pescar. Él dice: "voy a pescar". Esa es su decisión, se levanta y se va a pescar.
Los otros seis apóstoles, van con él.
Que Pedro era el líder del grupo de apóstoles es indudable. Por eso los otros van con él a pescar. Pero... no pescan nada en toda la noche.
Y antes del amanecer, un extraño irrumpe en la escena:
En la madrugada, Jesús estaba de pie a la orilla del lago, pero los discípulos no sabían que era él. Jesús les preguntó:
-Hijitos, ¿pescaron algo?
-No -respondieron ellos-.
Jesús les dijo:
-Echen la red por el lado derecho de la barca, y pescarán algo.
Los discípulos obedecieron, y después no podían sacar la red del agua, pues eran muchos los pescados.
Entonces el discípulo favorito de Jesús le dijo a Pedro: "¡Es el Señor!"
El extraño les pregunta si no han pescado nada. Les llama "hijitos". Es una palabra griega que se refiere a unos niños o niñas, que pueden ser unos recién nacidos. Este extraño, que sabemos es Jesús, ve a estos hombres mayores, casados, con hijos, como unos niñitos. Claro, no les llama así por su inmadurez en un sentido despectivo. Es un trato afectuoso, cariñoso.
Jesús sentía por sus discípulos cariño, ternura, compasión. Los veía como niñitos recién nacidos, indefensos, necesitados de cuidado y atención permanentes, como a un recién nacido.
Si Jesucristo es el mismo ayer, hoy, y siempre, hemos de confiar y saber que esa ternura, esa compasión cariñosa que sentía Jesús por ellos hace 2.000 años, también la siente por cada uno de nosotros. Nos ve con la ternura que siente una madre por su hijo o hija recién nacido, sabiendo que necesita constantemente de su cuidado y atención.
No importa si tenemos 100 años, o sólo 15. No importa la edad que tengamos, ni cuál sea nuestra situación. Jesucristo nos ve como hijitos, y sabe de nuestra situación.
Los apóstoles fueron al Mar de Galilea a pescar. ¿Y dónde estaba Jesús? Allí, en la orilla. Literalmente no estamos metidos en un Mar de galilea, pero sí tenemos circunstancias y dificultades que afrontar. Tal vez tenemos tiempo (a nuestros ojos es muchísimo tiempo tal vez), afrontando un problema o varios. Y pensamos que nadie se interesa en nuestros problemas. Nadie reconoce nuestros esfuerzos. Nadie ve lo que hacemos.
Jehová conoce nuestra situación. Y Jesucristo también.
Para Jesucristo no era un secreto que los apóstoles habían pasado toda la noche tratando de pescar, y no habían logrado capturar ni una sardina. Así, podemos saber que Él conoce que, figurativamente, tenemos tiempo montados en una barca (nuestra situación) en la que hemos tratado de salir adelante, logrando resultados, y nada hemos logrado, como los apóstoles con su red vacía.
Cuando Jesús dice que echen la red por el lado derecho, ellos lo hacen. No cuestionan. No dudan. No se ponen a decirle al extraño: ¿y tú quién eres para venirnos a mandar? Sencillamente tiran la red por el lado derecho. La red se llenó de peces, tantos, que no podían subirla a la barca. ¡Es el Señor! exclama Juan, pues le ha reconocido.
Sigue diciendo el relato:
Cuando Simón Pedro oyó que se trataba del Señor, se puso la ropa que se había quitado para trabajar, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron a la orilla en la barca, arrastrando la red llena de pescados, pues estaban como a cien metros de la playa.
Cuando llegaron a tierra firme, vieron una fogata, con un pescado encima, y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar".
Simón Pedro subió a la barca y arrastró la red hasta la playa. Estaba repleta, pues tenía ciento cincuenta y tres pescados grandes. A pesar de tantos pescados, la red no se rompió.
Jesús les dijo: "Vengan a desayunar".
Cuando llegan todos a la orilla, junto con los peces, ven una fogata con pescado y pan. Seguramente, estaban hambrientos, y antes de pescar, se preguntarían sobre qué comerían. Pero al llegar a la orilla, ven que el desayuno está listo. Pero el Señor les pide que traigan de los pescados. No eran pescaditos pequeños, eran pescados grandes. ¡Qué ricos serían esos pescados frescos asados a leña!
Y el relato finaliza así:
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era; ¡bien sabían que era el Señor! Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio a ellos, y también les dio el pescado.
Esa era la tercera vez que Jesús se aparecía a sus discípulos después de haber resucitado.
La historia del capítulo 21 del Evangelio de Juan continúa, pero hasta este punto la consideramos.Como se lee en la Biblia, fueron 153 los pescados grandes que resultaron de aquella pesca milagrosa. Fue un gran milagro de multiplicación, que particularmente fortaleció la fe de los apóstoles. ¿Por qué?
Jesús ascendería al Cielo, y ellos tenían una obra que efectuar. Tenían que aprender a tener fe en Jesús, en que Él les daría las provisiones que necesitarían. Jesús era consciente de lo que pensaban los apóstoles, y sus preocupaciones. No eran sólo ellos. Eran ellos, sus esposas, sus hijos e hijas y demás responsabilidades. El Maestro había dado muestras de provisión abundante estando presente. Recordemos las 2 ocasiones en las que multiplicó milagrosamente panes y peces. Y ahora, les había hecho tener una pesca milagrosa.
Quería Jesús que ellos recordaran el significado del milagro. Que estaría con ellos, cuidándoles, guiándoles, sosteniéndolos.
Igual sucede en nuestro caso. Están relatos como estos en los Evangelios. Historias que nos muestran que el poder y la capacidad de proveer de Jesucristo sigue allí, disponible. A los creyentes nos hace falta hacernos una buena memoria, y recordar estas cosas.
Para Jesucristo, no hay crisis económica, ni escasez, ni carencia, ni inflación ni desempleo. Él sabe cómo cuidar a sus ovejas. Pero debemos aprender a escuchar la voz del Pastor, y obedecer. Eso requiere hacer lo que nos corresponde, y también, tener la fe en que tendremos resultados de nuestra fe.