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Lecciones espirituales de la zarza ardiente


Nombre: Moisés

Edad: 80 años

Ocupación: pastor de ovejas

Moisés era un hombre común y corriente. Casado, con dos hijos. Desde los 40 años vivía en una tierra extranjera. Había sido un fugitivo, un hombre que huía de su pasado.

40 años después, todo marchaba como siempre. Moisés se había hecho de cargo del rebaño de su suegro, Jetró, un sacerdote de Madián. Apacentando las ovejas, un día como cualquier otro, llevó las ovejas a través del desierto y llegó hasta Horeb, monte de Dios.

Allí, a la distancia, vio que una zarza ardía en fuego, pero la zarza no se consumía. Algo muy raro. Entonces Moisés se dijo a sí mismo: «Iré ahora para contemplar esta gran visión, por qué causa la zarza no se quema».

Vemos aquí a un hombre de 80 años, trabajando, como siempre lo había hecho. Pero a lo lejos ve un fenómeno extraordinario: una zarza que arde, sin quemarse. Una zarza es un arbusto, que fácilmente se quema. Moisés viendo a lo lejos este fenómeno, pudo haber hecho dos cosas: irse, y seguir con las ovejas de su suegro, o acercarse a ver qué pasaba. Lo que sigue a continuación está relatado en la Biblia en Éxodo 3, y es una de las historias bíblicas más conocidas. Pero, ¿qué nos puede enseñar este relato? ¿qué lecciones espirituales podemos sacar de él, que nos ayuden hoy día a mantenernos alerta ante los acontecimientos que vivimos?    

Porque, según lo que vivió Moisés, él primero ve a lo lejos la zarza, pero luego decide acercarse a inspeccionarlo. ¿Hay diferencia en ese detalle? Sin duda alguna, no es igual ver una situación de lejos, a la distancia, que verla de cerca. Moisés decide inspeccionar a la zarza ardiente. Su actitud es importante, porque es debido a esta decisión que la historia bíblica da un giro radical. No era la primera vez que Moisés decidía algo semejante. Siendo un príncipe de Egipto, a los 40 años, decidió inspeccionar cómo le iba a los israelitas, que eran su pueblo, y vivía en medio de la esclavitud en Egipto, la primera potencia mundial de aquella época. Moisés pagó caro el hacer aquello. Terminó matando a un egipcio que maltrataba a un israelita, y por ello tuvo que huir, para salvar su vida.

¿Y qué pasó cuando Moisés se acercó a inspeccionar a la zarza? Jehová vio que él iba a mirar, y lo llamó de en medio de la zarza:

-¡Moisés, Moisés!
-Aquí estoy --respondió él.
Dios le dijo: 
-No te acerques; quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.

Moisés comienza a hablar con el ángel de Jehová, quien es el mismo Arcángel Miguel, o Jesucristo, antes de venir a la Tierra, cumpliendo su papel de Logos o Vocero de Dios. El ángel de Dios le pide a Moisés que se quite el calzado de los pies. ¿Por qué?

El lugar era tierra santa. Un lugar en el que estaba la Presencia de Dios. Una de las lecciones espirituales que aprendemos es que Dios nos pide una actitud de humildad y reverencia, si queremos estar en Su Presencia. NO podemos aspirar a relacionarnos con el Señor Soberano del Universo con otra actitud que no sea la de temor reverente ante Su Persona. Moisés quedaría descalzo ante Dios, y es una actitud que nos enseña a ser humildes ante Dios.

En estos tiempos en los que vivimos, una actitud similar se necesita. Vemos las noticias, vemos los "terremotos en un lugar tras otro", los "informes de guerra", las escaseces de alimento, el hambre, las pestes, la crisis financiera mundial, etc. También es evidente el ascenso y protagonismo de los organismos mundiales, que asumen un rol de vanguardia, predicho por las Escrituras, como los 10 cuernos de la bestia salvaje de color escarlata, de Revelación 17, encarnados por el G-20, organismo que maneja el poder financiero global. Los acontecimientos mundiales de manera directa, o indirecta, nos llaman la atención a mantenernos alerta. Es como ver una "zarza ardiente", porque definitivamente el cumplimiento de la infalible Palabra profética de Dios está ocurriendo, aquí y ahora, y eso es manifestación de la acción de Dios en los sucesos actuales.

El simbolismo del fuego es impactante. El fuego es atractivo, fascinante, pero tiene poder. No lo podemos mantener contenido, ni dominar. El fuego es símbolo de la Presencia y actividad eterna de Dios en la historia de la humanidad. Y es símbolo del espíritu santo, la fuerza activa poderosa de Dios. 

Mantener la alerta espiritual, en estos tiempos en los que se están manifestando los sucesos predichos por Jesucristo referentes a Su Presencia, requieren que nos "descalcemos" las sandalias. Tenemos ideas, opiniones, y creencias arraigadas, sobre el cumplimiento de estas profecías. Y, sencillamente, la evidencia clara y contundente nos obliga a pensar en otras direcciones. Nos obliga a pensar que aquellas creencias por largo tiempo sostenidas sobre la Presencia de Cristo, y su cumplimiento, deben ser desechadas. No podemos quedarnos con las sandalias usadas y gastadas, que son esas creencias equivocadas que uno haya tenido sobre la Presencia de Cristo, o la cronología que supuestamente apuntaba hacia ciertas fechas "señaladas", y que se ven con claridad que no son bíblicamente ciertas y nunca lo fueron.

¿Nos quedaremos sin saber las cosas? No. Dios desea dar a conocer Su propósito, pero no lo hará a menos que... uno decida hacer lo mismo que hizo Moisés: acercarse a la zarza ardiente, quitarse las sandalias, y escuchar la voz de Dios.

Dios siguió hablando a Moisés. Dijo:

-Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios.

conversación, Moisés cubre su rostro, y tiene miedo de mirar a Dios. Lo entendemos. Jehová conocía a Moisés. Moisés no conocía a Jehová. ¿Cómo reaccionamos ante lo desconocido? Lo evitamos, no queremos estar cerca de lo que no conocemos, y nos da miedo.

Moisés no conoce a Dios. Le tiene miedo. Si no conocemos a Dios, Su personalidad, si no tenemos una relación con Él como de hijos e hijas amados, podemos reaccionar como Moisés, escondiéndonos de Dios, teniendo miedo de Él.

¿Cómo es Dios realmente? ¿Es cruel y vengativo? ¿Es el que busca todo el día nuestros errores y defectos para echárnoslos en cara?

EN este caso, la historia de Moisés nos enseña a un Jehová que NO es así. Moisés estaba en Madián porque había matado a un egipcio, escondió el cadáver, y, al saberse el asunto, huyó por temor a que le mataran. 

¿Le echó en cara Jehová a Moisés lo que pasó? No. Moisés tuvo 40 años para pensar, repensar, y reflexionar por lo que hizo. Moisés actuó de buena fe, pero actuó mal. En este punto de la vida de Moisés, entendemos que él logró superar lo sucedido.

Hoy en día muchas personas se encuentran hundidas en sus errores y defectos. Creen que no son dignas del amor y del perdón de Dios. Que jamás podrían merecer el favor de Dios. Dios perdona y olvida, y ayuda a salir adelante. El problema es que a veces no somos capaces de perdonarnos a nosotros mismos lo que hicimos. ¿Cómo pude haber hecho esto? ¿Cómo es posible? ¿Cómo...?

Ese autodiálogo de culpa constante no sirve. No le sirve a uno, ni a otros. Moisés enmendó sus errores. Aprendió que los problemas y las diferencias no se resuelven por la fuerza. Aprendió de lo que vivió. Y hacer eso nos puede ayudar a perdonarnos, haciendo lo que podamos por remediar el asunto, y salir adelante.   

Moisés recibe de Dios la comisión de regresara Egipto y liberar a Israel de la esclavitud. Pero, ¿en nombre de qué Dios va a ir?  

Dijo Moisés a Dios: 
-Si voy a los hijos de Israel y les digo: "Jehová, el Dios de nuestros padres, me ha enviado a vosotros", me preguntarán: "¿Cuál es su nombre?" Entonces ¿qué les responderé?

Respondió Dios a Moisés:

-"Yo Resultaré Ser lo que Resultaré Ser".

Y añadió:

-Así dirás a los hijos de Israel: " «Yo Resultaré Ser» me envió a vosotros". 

Además, Dios dijo a Moisés: 
-Así dirás a los hijos de Israel: "Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros". Este es mi nombre para siempre; con él se me recordará por todos los siglos.

Yo Resultaré Ser lo que Resultaré Ser, Yo Soy El que Soy, Yo Seré que Yo Seré. Estas son algunas traducciones del verbo hebreo que constituye el nombre personal del Dios de Israel, traducido como Jehová, Yavé, Yahweh, o YHWH. 

El nombre de Dios es un verbo hebreo hayah, que significa "ser", "existir" y, a veces, también "acontecer", o "resultar". Según algunos intérpretes, el mismo verbo, al ser repetido, refuerza su significado y adquiere mayor intensidad, de manera que Yo soy el que soy equivale a Yo soy el que existe realmente y por sí mismo, no como los falsos dioses que no son ni pueden nada, como por ejemplo, las deidades egipcias. Otros señalan que la frase puede traducirse también por Yo soy lo que soy y, por lo tanto, se trata de una respuesta evasiva: Yo no doy a conocer mi nombre, porque ninguna palabra sería capaz de expresar lo que yo soy. Otros, finalmente, hacen notar que el verbo hebreo hayah no designa una mera existencia sino una presencia viva y activa, y que, por lo tanto, la frase significa Yo soy el que estaré siempre con vosotros para salvarlos.

El nombre de Dios está vinculado a la existencia de Dios. La existencia de Dios es la Realidad Absoluta, todo cuanto existe, existe, porque Jehová Es. La existencia de Dios resulta en la posibilidad de que existan otras realidades. "Digno eres tú, Jehová (Yavé), de recibir la gloria, porque a causa de tu voluntad todas las cosas existieron y fueron creadas", según lo describe Revelación 4:11.

Este hecho lo describe también la zarza ardiente en el fuego. Nosotros, los seres humanos, somos como esa zarza: débiles, frágiles. Dios es fuego: Eterno, Inmutable, Trascendente, más allá del tiempo y del espacio. El nombre de Dios nos hace pensar en la intervención de Dios en el mundo. Por ejemplo, Moisés, tras aparécersele Jehová en la zarza ardiente, no fue el mismo, y su vida cambió.

También nos recuerda el nombre de Dios que Su nombre es parte importante de la oración del Padrenuestro, la oración modelo. "Santificado sea tu Nombre", enseñó Jesús. El nombre de Dios es santo. ¿Necesita ser santificado? Sí, necesita ser tratado con respeto, reverencia y ser limpiado de todo oprobio arrojado sobre él.  

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