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Cómo evitar el engaño: el uso de las falacias


Se nos bombardea por todas partes con palabras y frases bien pensadas por analistas en marketing, encuestadores, publicistas, sociólogos, entre otros. ¿Objetivos? Variados: desde ganar elecciones hasta vender un refresco. Todo vale. Estrellas de cine son usados para ofrecer productos de belleza, los políticos para promover sus ideas, los vendedores para promocionar sus artículos y los clérigos y demás personas religiosas para exponer su doctrina y creencias. Con demasiada frecuencia ese lenguaje persuasivo, atrayente, resulta ser engañoso, poco más que palabras vacías.

Sin embargo, la gente en general se deja engañar por él con facilidad. Eso suele ocurrir cuando la gente no distingue entre una verdad y una falacia. En lógica la palabra “falacia” significa todo aquello que se aleja del razonamiento lógico. En otras palabras, una falacia es un argumento engañoso o erróneo en el que la conclusión no se infiere de proposiciones anteriores o premisas. No obstante, como las falacias suelen apelar a las emociones, y no a la razón, pueden ser muy persuasivas. Un factor clave para que una falacia no engañe es conocer cómo opera. He aquí algunas falacias más comunes usadas cotidianamente para manipular la verdad y los hechos reales.


FALACIA NÚMERO 1

Descalificación de la persona


Busca refutar o poner en duda un argumento o declaración perfectamente válido por medio de descalificar a la persona que lo presenta.

Consideremos un ejemplo. Jesucristo en cierta ocasión, intentaba informar a otros acerca de su venidera muerte y resurrección. Aunque se trataba de conceptos nuevos y difíciles de entender para sus oyentes, hubo quienes, en lugar de sopesar la solidez de las enseñanzas de Jesús, quisieron desacreditarle diciendo: “Demonio tiene, y está loco. ¿Por qué le escuchan?”.

Evidentemente, una persona endemoniada y loca, ¿qué dice? cosas que no son ciertas, o locuras.

¡Cuán fácil es tachar a alguien de “estúpido”, “loco” o “inculto”, o usar cualquier palabra descalificativa cuando dice algo que no se quiere oír!

Una táctica similar es la de desacreditar a la persona de una forma sutil e indirecta. Algunas expresiones comunes con las que de forma sutil se trata de descalificar a la persona son: “Si usted de verdad entendiese el asunto, no opinaría así”, o: “Usted cree eso solo porque le han dicho que debe creerlo”.

No obstante, aunque los intentos —directos o indirectos— de descalificar a la persona pueden intimidar y persuadir, nunca refutan lo que se ha dicho. De modo que no se deje engañar por esa falacia.

Los hechos reales, objetivos, tangibles y verificables tienen carácter autovalidante. Quienes recurren a la descalificación, nunca rebaten al argumento, ni al hecho, ni a la evidencia real y tangible de los hechos o argumentos. De modo que vale la pena examinar siempre al argumento mismo y su validez, sin caer a priori en el juego de la descalificación. Se dará cuenta de cuántos hechos reales e importantes está dejando de lado por caer en el juego de los artistas de la manipulación, que son engañados, autoengañados, y amadores de falsedades.

No se deje engañar ni ilusionar por la descalificación a otros. Sopese los hechos, y saque usted sus propias conclusiones, no lo que otro le diga lo que tiene que creer.

FALACIA NÚMERO 2

Lo dicen los "expertos"

Esta variante de intimidación verbal consiste en tomar como base las declaraciones de los llamados "expertos" o gente famosa. Por supuesto, es natural que busquemos el consejo de personas que saben más que nosotros sobre un tema específico, pero no toda afirmación fundada en lo que dice cierta autoridad se basa en razonamiento lógico.

Supóngase que su médico le dice: “Usted tiene paludismo”, y usted le pregunta: “¿Cómo lo sabe, doctor?”. ¡Qué irrazonable sería que él le dijese: “Mire, yo soy médico y sé mucho más de estas cosas que usted. Créame, usted tiene paludismo”! Aunque es probable que su diagnóstico sea acertado, afirmar que usted tiene paludismo solo porque él lo dice es un razonamiento falaz. Sus palabras tendrían mucho más peso si le presentase hechos: sus síntomas, los resultados de los análisis de sangre y otras pruebas similares.

Otro ejemplo de personas que se respaldaron en la opinión de los expertos para intimidar a otros lo vemos en cierta ocasión en la que se envió a oficiales para que arrestasen a Jesucristo, pero estos quedaron tan impresionados por su enseñanza que en lugar de arrestarle, dijeron a sus superiores: “Nunca un hombre ha hablado así”. La respuesta de los enemigos de Jesús fue: “Ustedes no se han dejado engañar también, ¿verdad? Ni uno de los gobernantes o de los fariseos ha puesto fe en él, ¿verdad?”. Observe que no hubo el más mínimo intento de refutar la enseñanza de Jesús, sino que en lo único que se fundaron los líderes judíos para que nadie hiciese caso de lo que Jesús decía fue en su propia autoridad como “expertos” en la ley de Moisés, en líderes religiosos.

Es curioso que a los líderes religiosos, políticos o defensores de ciertas creencias científicas de hoy se les vea recurrir a tácticas similares cuando no pueden probar la certeza y veracidad de sus enseñanzas y afirmaciones por medio del uso de una fuente que no sea ellos mismos. Es como si le dijeran a la gente: "tienes que creerlo porque YO lo digo". Esperan que sean obedecidos y aceptadas sus ideas sin mayor consideración que su propia palabra de "expertos".

La publicidad también suele respaldar el valor de los productos que ofrece recurriendo a la débil falacia de que eso es lo que aconsejan los expertos. Es común que ciertas celebridades hablen sobre temas que no tienen nada que ver con el campo que ellos dominan: un famoso jugador de golf quizás aconseje la compra de cierta fotocopiadora; puede que un futbolista profesional promocione frigoríficos, o que un gimnasta olímpico recomiende cierto tipo de cereal para el desayuno. Muchas personas no se detienen a pensar que probablemente tales “autoridades” sepan poco, o quizás nada, sobre los productos que ofrecen.

Ciertamente se debe tener en cuenta también que incluso los que sí son verdaderos expertos pueden, al igual que todas las demás personas, tener sus propios prejuicios. Un investigador con grandes credenciales puede afirmar que fumar no perjudica, pero si esa persona trabaja para una compañía tabacalera, ¿no resulta sospechoso su testimonio de “experto”?


FALACIA NÚMERO 3


“Todo el mundo lo hace”

Con esta falacia se apela a las emociones, prejuicios y creencias populares. La gente no quiere ser diferente. Existe el temor de expresarse en contra de alguna opinión generalizada. Esta tendencia a dar por sentado que la opinión de la mayoría es acertada se utiliza con mucho éxito en relación con la falacia de “todo el mundo lo hace”.

Pero el que haya personas que opinen o hagan cierta cosa, ¿significa que usted deba imitarlas? Además, la opinión popular no es una regla confiable para medir la verdad. A lo largo de la historia se ha dado aceptación general a un sinfín de ideas que con el tiempo han resultado falsas. Sin embargo, la falacia de “todo el mundo lo hace” persiste, y con esa consigna se insta a la gente a asumir costumbres y hábitos que pueden dañar su propia salud, sólo bajo la premisa de que es popular, o "todos lo hacen".

Sin embargo, la verdad es que no todo el mundo hace ciertas cosas dañinas y perjudiciales, y aunque sí las hiciesen, eso no sería razón para que uno imitase el mal comportamiento.

FALACIA NÚMERO 4

Solo hay dos alternativas

Con esta falacia se reduce a solo dos lo que podría ser una amplia gama de opciones. Por ejemplo, a una persona se le puede decir: "Si no acepta esto, el resultado será..." ¿Dónde está el fallo de esta forma de razonar? En que excluye otras posibilidades válidas. Los hechos muestran que siempre existen alternativas.

Por lo tanto, cuando alguien diga que hay que decidir entre dos opciones, uno debe preguntarse: “¿Es cierto que solo existen dos alternativas posibles para elegir? ¿Pudiera haber otras?”.

FALACIA NÚMERO 5


Simplificación excesiva


Esta falacia consiste en pasar por alto aspectos pertinentes a la hora de hacer una afirmación o presentar un argumento, simplificando así en exceso lo que puede ser un tema complicado. Por supuesto, no hay nada malo en simplificar un tema complejo —los buenos maestros lo hacen constantemente—, pero a veces se simplifica tanto que se llega al punto de distorsionar la verdad. Por ejemplo, uno pudiera leer: “La pobreza que existe en los países en vías de desarrollo se debe al rápido aumento de población”. Esta afirmación tiene algo de verdad, pero pasa por alto otros aspectos importantes, como la mala administración política, la explotación comercial y los factores climatológicos.

Un proverbio antiguo dice: “Cualquiera que es inexperto pone fe en toda palabra, pero el sagaz considera sus pasos”. ¿Qué significa? No caer en la trampa de las falacias, sino que, en especial cuando tenga que ver con asuntos vitales, es importante aprender a distinguir entre una refutación bien fundada de algo que se afirma y los esfuerzos baratos por descalificar a la persona que lo afirma. No debe uno dejarse engañar por falacias débiles como “los expertos lo dicen”, “todo el mundo lo hace” o “solo hay dos alternativas”, y hay que estar alerta también ante las simplificaciones excesivas. Asegurarse bien de lo que se dice, examinando los hechos o argumentos por sí mismos, bien vale la pena para no caer en las manipulaciones y agendas ocultas de otros.

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