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La Ley de Moisés: Lecciones Espirituales




La Ley de Moisés fue el conjunto de 613 estatutos legales que Jehová dio a Israel, en 1513 a. C., cuando la nación estaba en el desierto de Sinaí. Fue un código escrito, con el que se inauguró el llamado Pacto de la Ley en el monte Sinaí, en el que hubo un despliegue de manifestaciones de poder divino. Con la sangre de toros y cabras, se dio validez a dicho Pacto de la Ley, que el pueblo de Israel concordó seguir, mediante la función de mediadora de Moisés. 


La Ley de Moisés contenía importantes revelaciones divinas. Se reconocía a Jehová como el Soberano y Rey de la nación de Israel. Por consiguiente, puesto que Jehová era Dios y Rey de Israel, la desobediencia a la Ley era una ofensa y un delito de lesa majestad, es decir, una afrenta contra el Cabeza del Estado: Jehová, el Rey de Israel. 


Ciertamente, la Ley de Moisés incluía información sobre la relación que cada hombre y mujer mantendría con Dios y con su prójimo, y toda persona podía acercarse a Dios por medio del sacerdocio que estaba en manos de Aarón y sus hijos.

¿Cuál era el objetivo de la Ley de Moisés? Que los israelitas fueran un pueblo de posesión especial, un “reino de sacerdotes y una nación santa”. La Ley exigía devoción exclusiva a Jehová, la prohibición absoluta de cualquier forma de unión de fes y las regulaciones concernientes a la limpieza religiosa y a la dieta alimentaria, constituían un “muro” para mantener a la nación bien separada de las otras naciones. Es decir, la Ley de Moisés era concebido como un "tutor", que guiara a los israelitas a un objetivo mayor: el Mesías, y su enseñanza. El apóstol Pablo, un israelita versado en la Ley de Moisés, dijo bajo inspiración divina: la Ley era un ‘tutor que conducía a Cristo’, y señaló hacia él como objetivo principal: “Cristo es el fin de la Ley”. La Ley también era “una sombra de las buenas cosas por venir”, y las cosas relacionadas con ella eran “representaciones típicas”, o modelos, de manera que Jesús y los apóstoles hicieron referencia a ellas para explicar algunos asuntos celestiales y referentes a entender el mensaje de Cristo. 


¿Cómo deben ver los seguidores de Jesús la Ley de Moisés?


Jesús mismo nos lo informa. En cierta ocasión a Jesús le preguntó un fariseo, un maestro de la Ley de Moisés:  



Y uno de ellos, versado en la Ley, le preguntó, para probarlo: 

-Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley? 

Él le dijo: 

-Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. 

Este es el más grande y el primer mandamiento. 

El segundo, semejante a él, es este: ‘Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo’. 

De estos dos mandamientos pende toda la Ley, y los Profetas.

Mateo 22:35-40


Jesús cumplió toda la Ley. De hecho, sólo Él, pudo haberla cumplido. Porque era perfecto, el único que entendió el significado y objetivo de la Ley de Moisés. Su respuesta a la pregunta del fariseo, maestro de la Ley, fue sintetizar los 613 mandamientos de la Ley en 2. ¿Por qué Jesús hizo eso?


Porque entendía el objetivo de la Ley. Era el amor. El amor a Jehová, y al prójimo como a uno mismo. De esos 2 mandamientos se sustentaba toda la Ley. Quizás alguien argumente:


¿No fue Jehová quien dio la Ley? ¿No significa eso que deberían seguirse guardando los mandatos de la Ley, considerarla como una forma de acercarse a Dios?


Repasemos algunas lecciones espirituales que nos deja la Ley de Moisés. Por ejemplo, la Ley establecía cómo acercarse a la Presencia de Dios. ¿Qué simbolizaba dicha Presencia? El Arca del Pacto. El Arca estaba en un lugar cúbico, llamado el Santísimo, en el Tabernáculo. El Arca del Pacto era un símbolo, un modelo. ¿De qué? De la Presencia de Jehová. Cuando recordamos el Arca, la vemos como símbolo de algo que no está limitado a un lugar pequeño, como el Santísimo: la Presencia de Dios.


La Presencia de Dios, representada en esa luz Shekinah, no estaba ni está limitada a un lugar físico. Dios, con su poder infinito, puede, por medio de su espíritu santo, manifestar Su Presencia y Su Luz Divina. ¿Vemos? La Ley de Moisés nos ayuda por medio de un modelo, a entender una realidad superior y trascendente, más allá del tiempo y del espacio: la Presencia de Dios.


También, el sacerdocio aarónico, nos sirve de modelo, para entender una realidad mayor: el sacerdocio de Cristo, a la manera de Melquisedec. El sacerdocio, según la Ley, consistía en un servicio dado a favor del pueblo, con sacerdotes que ofrecían ofrendas, sacrificios, e instrucción de la Ley a la nación. Pero esto era un modelo, que nos ayuda a entender una realidad mayor: el sacerdocio de Cristo, en el que Él hizo un sacrificio, de una vez para siempre, a favor de toda la Humanidad, independientemente de que fueran judíos, romanos, griegos, etc.


Razón tenía Jesús al decir que era el amor el que sustentaba, o del que pendía toda la Ley. El amor a Jehová, y al prójimo, como el amor a uno mismo, fueron la razón por la cual Dios dio la Ley a la nación de Israel.


En Deuteronomio 33:4 leemos: Moisés nos impuso (a Israel, hasta la llegada de Jesús) como mandato una ley (Ley de Moisés), una posesión de la congregación de Jacob.


Sí, la Ley fue dada a Israel, con un objetivo: guiar a la nación a Cristo. Cuando Cristo llegó, y cumplió la Ley en sustancia y esencia


En Éxodo 24:8, se establecía cómo la Ley se inició:



Así que Moisés tomó la sangre y la roció sobre el pueblo y dijo: “Aquí está la sangre del pacto que Jehová ha celebrado con ustedes tocante a todas estas palabras”.


Fue la sangre de toros y de machos cabríos, la que selló el Pacto de Dios con Israel. Y Jesús, al derramar su sangre a favor de la Humanidad, selló una nueva relación de Dios con la Humanidad, con una Ley: la Ley del Cristo, que es la Ley del amor.


Desde el punto de vista de Dios, la Ley de Moisés terminó con la muerte sacrificatoria de Jesús, para establecer una nueva relación con la Humanidad, una que estuviera basada en el amor. Por eso dijo Jesús:


Tanto amó Dios al mundo que envió a Su Hijo Unigénito, 

para que quien ejerza fe en Él tenga la vida eterna   


¿No es maravilloso pensar que Dios ama a la Humanidad, y por ese amor, nos envió a Su Hijo para poder relacionarnos con Él como nuestro amado Padre?


La esencia de la enseñanza de Jesús fue el amor. La Ley de Moisés se basó en el amor, pero, según el objetivo de Dios, debía culminar. Dios la empezó, Dios la terminó, mediante Cristo Jesús.


¿Fue fácil para los judíos que se hicieron cristianos desprenderse psicológicamente de la Ley de Moisés?


En Hechos 15:5 se nos indica la respuesta:


Sin embargo, algunos de los de la secta de los fariseos que habían creído, se levantaron de sus asientos y dijeron: “Es necesario circuncidarlos y ordenarles que observen la ley de Moisés”.


Para estas personas, los que no eran judíos y se hicieron cristianos, debían circuncidarse y ordenarles que siguieran la Ley de Moisés. Note, que fueron los fariseos que se hicieron cristianos. No fue Jesús ni Jehová Dios los que afirmaron eso.


Aquí notamos un punto clave: ¿Qué punto de vista es el importante? ¿El de Dios y de Cristo? ¿O el de personas que no tenían clara la dirección divina?


La respuesta es obvia: seguir las ideas religiosas de personas erradas es peligroso. Que Jehová y Jesucristo aceptaban a cualquiera que se hiciera cristiano, lo demuestra lo sucedido con Cornelio, un hombre que recibió el espíritu santo, incluso sin bautizarse, y que al ver Pedro lo sucedido, dijo:


Ciertamente veo que con Dios no hay parcialidad, sino que en toda nación, el que le teme y obra justicia, le es acepto





Las personas con tendencias farisaicas y religiosas, son las que ponen trabas y obstáculos a quien desea acercarse a Dios. Dios, en cambio, extiende sus brazos eternos, llenos de amor y cariño para cualquier persona que quiera acercarse a Él. Eso fue lo que hace 2.000 años enseñó Jesús de Nazaret.


En tiempos del Siglo I, muchos no captaron en su corazón y en su espíritu la esencia del mensaje puro de Jesús, cuyo epicentro es el amor: el amor de Dios a la Humanidad. Por ejemplo, Pablo, al razonar con los corintios les dijo:


Porque en la ley de Moisés está escrito: “No debes poner bozal al toro cuando trilla el grano”. ¿Es en toros en lo que se interesa Dios?


1 Corintios 9:9


¿Qué vale más para Dios? ¿Lo rígido, las tradiciones, las actitudes fanáticas y retrógradas? Si a Dios, ese Dios que es amor, le importa que un toro coma mientras trabaja trillando el grano, ¿cómo no le va a importar relacionarse en amor y libertad con sus hijos e hijas, hechos a Su imagen y semejanza?


Los cristianos debemos ver la Ley de Moisés como una parte del propósito divino que ya pasó, que quedó en el pasado, y que mostró un objetivo mayor: Cristo. 


La Ley de Moisés fue un eslabón a un propósito divino mayor: el que cada hombre y mujer se descubra a sí mismo como Hijo e Hija de Dios, siendo plenamente consciente de su Imagen y Semejanza de Dios única, singular y plena, mediante Cristo Jesús.


Estas palabras nos ayuda a focalizar este punto:


Porque la Ley fue dada por medio de Moisés, 

la gracia divina y la verdad vinieron a ser por medio de Jesucristo.

Juan 1:17

La gracia divina y la verdad son por medio de Jesucristo. La Ley de Moisés fue una sombra de la gracia divina y la verdad. Jesucristo es la gracia divina y la verdad. 

¿A qué aferrarse: a un modelo, o a una realidad espiritual trascendente?  

El Dios que desea extender Su favor, su gracia, por medio de Jesucristo, y enseñarnos por medio de Él la verdad, nos sigue pidiendo que miremos al Cristo, no al pasado que representa un objetivo ya cumplido.

Fue Jesús quien enseñó que el Padre desea ser adorado con espíritu y verdad, y que el Padre busca a los de esa clase de personas para que le adoren. Fue Jesús quien nos enseñó que existe una verdad que liberta, y que él es el camino, la resurrección y la vida. La Biblia no dice nada de eso en la Ley de Moisés, ¿cierto?

Los cristianos deben tener como objetivo al Cristo, y a lo que significa y significará para alcanzar ese estado de plenitud de la Humanidad.
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