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Dios nunca nos deja solos/solas


Sí, Dios nunca nos deja solos/solas. ¿Cómo lo sabemos? 

Porque esto pidió a Dios un rey de Israel. Fue Ezequías, quien a la edad de 25 años comenzó a gobernar. Siendo un príncipe, escribió el Salmo 119, el más largo de los 150 que forman parte del libro de los Salmos. Eso quiere decir que desde muy joven, este rey aprendió a confiar en Jehová, y a lo largo de su vida ciertamente Dios nunca lo abandonó, o dejó sin ayuda. 

Ezequías tenía conocimiento exacto sobre el Dios que adoraba en espíritu y verdad, de acuerdo al entendimiento que hasta ese entonces existía de los propósitos de Dios. Declaró en una ocasión que Dios estaba "sentado sobre los querubines". ¿Quiénes son estos? En la visión que tuvo el profeta Ezequiel, del famoso Carro-Trono de Jehová, había querubines, seres espirituales del más alto rango, siendo guiados por espíritu santo. Dios los dirigía para que cumplieran Su propósito por todo el Universo. Además, en el Arca del Pacto, había 2 querubines, con sus alas cubriendo protectoramente el Arca, símbolo de la Presencia de Dios. Así que para Ezequías no le era desconocido que existía un mundo espiritual, y que en ocasiones Dios se valía de estos poderosos seres espirituales para ayudar y socorrer a los suyos. 

Precisamente fue uno de los seres de este mundo espiritual, un ángel, el medio por el cual Dios demostró que no dejó a Ezequías "enteramente". Un ángel en una noche acabó con la amenaza de los asirios a Israel, aniquilando a 185.000 soldados. Sí, Jehová ayudó a Ezequías, y demostró que no lo "dejó enteramente". ¿Qué significa esto de que Dios nunca nos "deja enteramente", como escribió Ezequías por inspiración divina?  

Día a día vivimos diversas situaciones. Quizás tengamos algún tiempo lidiando con un problema que nos ha consumido energías, tiempo y emociones. Y no se ha solucionado. La sensación de que pasa el tiempo, le pedimos a Dios Su ayuda, y el problema sigue, hace que nos sintamos como si... Dios nos hubiera abandonado, o dejado. ¿Es cierto eso? No. Lo que sucede es que Dios puede usar esa situación para guiarnos, para enseñarnos cualidades espirituales, actitudes y hábitos que nos son necesarios en nuestra vida para nuestro bienestar. Dios no nos mete en el problema para enseñarnos algo, Dios no es quien causa cosas malas o los problemas en nuestra vida. Dios es quien nos ayuda con el problema que estemos afrontando. 

Recuerda:


Dios no nos mete en el problema
Dios nos ayuda con el problema 

Ahora bien, más allá de esa sensación que uno tenga de que Dios lo ha abandonado a uno, lo cierto es que Dios nunca nos deja "enteramente". Porque el que Dios permita por cierto tiempo esa situación o problema que estamos enfrentando, y aunque en ocasiones las cosas empeoren, y uno tenga el "agua al cuello", en lo peor de la situación, Jehová está ahí, actuando a favor de nosotros. Quien sabe confiar en Jehová con todo su corazón sabe que Él siempre da la salida, y eso es lo que significa que, por muy difícil que sea nuestra situación, Dios no nos deje abandonados a nuestra suerte, o enteramente, como escribió Ezequías. 
Recuerde: 
Los problemas no duran para 

siempre. Todo pasa, todo cambia.

Esto que estás viviendo...

Esto, también pasará

Eso lo explica mejor una antigua leyenda, que cuenta que un famoso rey decidió reunir a sus principales sabios y eruditos en un cónclave para solicitarles un favor.



"Acabo de traer un gran anillo de mi última conquista" dijo el monarca; "es muy valioso y además me da la posibilidad que puedo guardar algo más valioso aun, en su interior. Necesito que ustedes, al final del día, me den una frase que sea lo más sabio que ningún mortal haya escuchado jamás. Quiero que arriben a una conclusión de sabiduría y luego lo escriban en un papel diminuto. Luego, yo guardaré esa frase en mi anillo. Y si algún día, el infortunio permitiera que me encuentre en medio de una crisis muy profunda, abriré mi anillo y estoy seguro que esa frase me ayudará en el peor momento de mi vida".

Así que los sabios pasaron el resto del día debatiendo cual sería esa frase que resumiría toda la sabiduría que ningún humano había oído jamás. Cuando cayó la noche, uno de los eruditos del reino, en representación de todos los demás, se acercó al rey con una frase escrita en un pequeño papel.

"Aquí esta, su Majestad. Solo tiene que guardarlo en su anillo y leerlo en caso que una gran crisis golpee su vida y su reino".

El monarca guardó el papel en su anillo y se olvidó del tema.


A los pocos años, el reino era saqueado por los enemigos y el palacio reducido a escombros. El rey logró escapar entre las sombras y se ocultó entre unas rocas, en las afueras de su devastada corte. Allí, observando un precipicio, consideró la posibilidad de quitarse la vida arrojándose al vacío, antes de caer en manos enemigas. Fue cuando recordó que aún conservaba el anillo, decidió abrirlo, desenroscó el diminuto papel y leyó, “Esto también pasará”. El rey sonrió en silencio, y cobró ánimo para ocultarse en una cueva, en medio de la oscuridad, hasta que ya no corriera peligro.


La leyenda dice que veinte años después, el rey había recuperado todo su esplendor, a fuerza de nuevas batallas y conquistas. El trago amargo había quedado atrás, y ahora regresaba triunfante de la guerra, en medio de vítores y palmas de una multitud que no dejaba de ovacionarlo. Uno de los antiguos sabios que caminaba al lado del carruaje real, ya anciano, le susurró al rey, "Su majestad, creo que hoy también debería volver a mirar el interior de su anillo".

¿Ahora?

"Para qué habría de hacerlo? No estoy en medio de una crisis, sino todo lo contrario", replicó el rey.

"Es que esa frase no sólo fue escrita para los momentos difíciles, sino también para cuando crea que todo lo bueno pareciera que ha de perdurar por la eternidad".

El rey, en medio de los aplausos, abrió el anillo y volvió a leer, “Esto también pasará”, y descubrió en ese mismo instante, que sentía la misma paz que tuvo cuando estaba a punto de quitarse la vida. El mismo sosiego, la misma mesura lo invadió por completo. Aquel día descubrió que la frase que los sabios le habían entregado era para leerla en las derrotas y por sobre todo, en los tiempos de victoria.
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