El Secreto del Mercader Viajero
Aún era de noche. A lo lejos, se oye el canto de los gallos, anunciando el amanecer de un nuevo día. El mercader viajero ha llegado a la ciudad, en busca de nuevas mercancías. Él ha recorrido los lugares más conocidos del mundo, buscando los objetos más selectos: mercadería de oro y plata, piedras preciosas, lino fino, púrpura, seda o escarlata. Ha estado en la India, ha recorrido los bazares de Persia, y transitado las calles de Egipto.
En la India, la exquisita fragancia de la canela, el incienso, la mirra y el olíbano, deleitaron su olfato. De Egipto, su sabiduría mística, transformada en objetos de oro y plata, dejaron en sus ojos, el recuerdo del brillo dorado de esas hermosas joyas. Y en los bazares de Persia, el colorido de hermosas prendas de vestir de seda, y los suntuosos tapetes y alfombras, extasiaban hasta al gusto más exigente.
Pero ahora, era otro día. Sí, estaba cansado de viajar, buscando objetos valiosos. Lo había visto todo, y ahora debía recorrer esta ciudad, y encontrar en ella valiosas prendas y objetos para su negocio. Quedarse en la cama durmiendo, no era opción, a pesar del cansancio, pues ya los tibios rayos del Sol le iluminaban el rostro. Se levantó, y se preparó para salir.
Andando por las calles de la ciudad, observó algunos objetos valiosos que ya había visto y comprado, en otros lugares. Se dio cuenta de que los mercaderes de la ciudad vendían algunas baratijas, y otros objetos de poco valor.
¿Valdría la pena seguir buscando algo nuevo, algo de valor? Mientras pensaba, se sentó, sorbiendo los últimos tragos de su odre de vino, para quitarse la sed. Hacía mucho calor, y casi era el mediodía. Mientras descansaba, un hombre se le acercó, vendiéndole joyas de oro. Pero el mercader viajero, estaba buscando una sola cosa: perlas.
¿Valdría la pena seguir buscando algo nuevo, algo de valor? Mientras pensaba, se sentó, sorbiendo los últimos tragos de su odre de vino, para quitarse la sed. Hacía mucho calor, y casi era el mediodía. Mientras descansaba, un hombre se le acercó, vendiéndole joyas de oro. Pero el mercader viajero, estaba buscando una sola cosa: perlas.
-Mire, le ofrezco las más hermosas cadenas de oro de la ciudad. Por ser usted un hombre extranjero, le ofrezco un precio especial.
-Muéstreme sus joyas-, replicó el mercader viajero.
El mercader viajero observó una a una las joyas, pero ninguna le gustó. Todas eran iguales a las que había visto en la India. Cortésmente, le dijo al vendedor que no le compraría ninguna. No quería joyas de oro, sino perlas.
-Está bien, usted se lo pierde-, contestó el vendedor, molesto por no haber vendido nada, y se fue.
Una mujer que observaba la escena, se acercó al mercader viajero y le dijo:
-No se preocupe. Ese hombre nunca logra vender nada, pues siempre trata de estafar a la gente. Pero, si busca perlas, buenas perlas, a 2 calles de aquí, hay un lugar en el que puede encontrar hermosas joyas y perlas.
-¿De veras? He caminado tanto por estos bazares de la ciudad, que creí haberlo visto todo, y nada me pareció bueno para comprar. Pero iré. Gracias.
Y el comerciante viajero se puso en camino. Por fin llegó frente a la tienda de mercaderías que le indicó la mujer. Entró, y observó en derredor lo que había. Algunas joyas de Egipto, otras de la India, y algunos objetos provenientes de China. De repente, se oyó una voz salir del fondo de la tienda.
-¿Busca algo?
El mercader viajero se sintió intrigado por la pregunta. ¿Realmente estaba viendo por ver, o buscaba algo en especial? Mientras estaba absorto en sus pensamientos, apareció el dueño de la tienda. Era un hombre mayor, de larga barba blanca. Su aspecto, era imponente, pero transmitía paz. La mirada penetrante de sus ojos azules, se posó en los ojos del mercader viajero. Era la primera vez que se sentía observado de esa forma, como si la mirada de aquel desconocido fuera capaz de penetrar su alma, y dividirla, discerniendo los pensamientos más secretos de su ser.
-La verdad, busco objetos valiosos. Soy un mercader que viaja, y he estado por varios lugares.
-Seguramente ha estado en Egipto, India, China o Etiopía. Allí están las más hermosas mercancías del mundo. Pero, no ha visto aún la más valiosa de las joyas.
-¿Cree que no he visto aún la más hermosa de las joyas? Tengo objetos de oro de Egipto, de la India, y hasta de China. ¿Tiene algo mejor que eso?
-Sí. Véalo por sí mismo.
Y el dueño de la tienda se dirigió a un lugar secreto en su tienda, oculto a la vista del mercader viajero. Al regresar ante el mercader viajero, abrió la palma de su mano.
-Mire, aquí está.
El mercader viajero observó una perla. ¿Una perla? ¿Ese era el más valioso objeto que le ofrecía aquel hombre?
-Las perlas son una joya única, pues las produce un ser vivo. Tómela entre sus dedos, siéntala.
El mercader viajero la tomó. Tomó la perla con cierto escepticismo, pero al sentir entre sus dedos la esfera, apreció sus detalles. No tenía defectos en su superficie. Era tersa entre sus dedos, y al verla iluminada con los rayos del sol, la sinfonía de colores deleitaba sus ojos. Nunca había visto algo que tuviera la capacidad de mostrar esa policromía, los colores tan vivos y matizados que irradiaba la gema. Quedó cautivado con ella, con la perla.
Y es que el mercader había viajado tanto, recorrido tanto mundo y nunca vio algo así. Tan pronto tuvo en sus manos a la perla, supo que era genuina y única. El dueño de la tienda tenía razón: la gema era excepcional. La joya valía mucho, de hecho, para tenerla, tendría que vender todo cuanto tenía.
¿Qué hacer? La única forma de comprar esa perla, era por medio de hacer una sola cosa: regresar a su casa, a su negocio, y venderlo todo, y regresar a la tienda a comprarla. Habló al dueño de la tienda, haciendo un pago inicial por la perla. El dueño de la tienda aceptó, y acordaron que el comerciante regresaría para llevársela.
El mercader viajero regresó a su casa, lo vendió todo, y regresó, para comprar la perla. Por fin, había conseguido lo que tanto había buscado: una perla de gran valor.
El Mercader Viajero: el secreto
Una de las parábolas con las que se ilustra al Reino de los Cielos, describe la historia de un hombre, un mercader
viajero:
"Sucede también con el reino de los cielos como con un comerciante que andaba buscando perlas finas, cuando encontró una de mucho valor, fue y vendió todo lo que tenía, y compró esa perla".
Mateo 13:45, 46
Según la parábola, el mercader o comerciante, andaba buscando perlas. Iba de una lado a otro, viajando, caminando, andando, en una búsqueda. Quien está en una búsqueda, debe saber, que el buscar algo, implica esfuerzo, tiempo, dinero, sacrificio, y dosis extra de perseverancia y paciencia. El Reino de los Cielos, es decir, la Sabiduría y los Principios Espirituales que rigen al Cielo, y lo sustentan, que Jehová estableció, no surgen por generación espontánea o de la nada. Debe ser buscado, como se busca al oro y la plata, o, como en el caso del comerciante viajero, una perla de gran valor.
El mercader viajero tuvo un secreto. ¿Cómo supo reconocer que la perla era de gran valor, y diferenciarla de tantas perlas falsas? De hecho, el reconocer el valor de la perla, hizo que el mercader tomara una decisión: regresar y venderlo todo, para comprar una perla. ¿Quién hoy día haría algo así?
Esta parábola enseña que el Reino de los Cielos es más valioso que una perla de gran valor, pero para tener ese Reino, y regirse por él, se debe hacer como hizo el mercader viajero: estar dispuesto a dejarlo todo por alcanzarlo. El Reino de los Cielos es extremadamente costoso, cuesta alcanzarlo, cuesta reconocerlo y asirse de él. En la parábola no se dice que todo cristiano por serlo, automáticamente se hace merecedor de tener el Reino de los Cielos como posesión. El Reino de los Cielos es diferente a la salvación. La salvación se obtiene por gracia, pero el Reino de los Cielos se obtiene porque se busca, y se tiene la disposición de dejarlo todo con tal de alcanzarlo.