Jesucristo en el Día del Señor
Juan estaba preso en Patmos.
Rondaba los 100 años de edad. ¡Tantas cosas emocionantes había vivido, tanto
habían visto sus ojos! Y ahora, las aguas azules del Mediterráneo eran el
espejo en el que se miraba. Ahora, en la quietud de los días, contemplaba en
retrospectiva su vida, una vida dedicada a la obra de su Señor, Jesucristo.
Desde aquel momento en que Juan el Bautista le señaló a Jesucristo, diciéndole “mira,
el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, nada en su vida fue igual.
Pero ahora, preso y envejecido, parecía que su labor en pro del mensaje de
Jesús y su difusión, se habían acabado.
Pero Jesús, ya resucitado, le dijo
que él, Juan, “permanecería hasta que Él viniera”, y hasta los discípulos
creían que Juan nunca moriría.
¿Cómo se haría realidad esa frase del Señor Jesús?
¿Cómo se haría realidad esa frase del Señor Jesús?
De repente a Juan, en Patmos, visiones sobrenaturales comenzaron a sucederle. Una voz le hablaba. ¿Era su imaginación, su deseo de que algo pasara? No. Era el Señor Jesucristo manifestándose a Juan, pues tenía un mensaje importante que darle, un mensaje que provenía del Señor Soberano del Universo, Jehová Dios, Su Padre.
Juan: el visionario de Patmos
¿Qué le pasó a Juan? El espíritu
santo de Dios fue utilizado para que, por medio de un ángel, Juan recibiera el
mensaje profético más importante de todas las Escrituras inspiradas. Lo que
Juan vio y oyó, se trata de la Revelación más trascendental que Dios ha dado a
la Humanidad. Dios, como Soberano del Universo, mostró cómo desarrollaría Su
propósito a la Humanidad. Y se lo reveló a la Persona más gloriosa, después de
Él mismo: Jesucristo. Y fue Jesucristo, a la Diestra del Padre, Quien transmitió
fielmente el mensaje del Padre, para que por medio de un ángel, fuera Juan, el
apóstol, quien recibiera las Sagradas Declaraciones del Padre.
Así lo indican las palabras de
apertura del libro de Apocalipsis o Revelación:
Una revelación
por Jesucristo, que Dios le dio, para que mostrara a
sus esclavos, las cosas que han de suceder dentro de poco. Y Él (Jesucristo),
envió a su ángel y mediante este la manifestó en señales a su esclavo Juan, quien
dio testimonio de la palabra que Dios dio y del testimonio que Jesucristo dio, sí,
de todas las cosas que vio.
Revelación 1:1-2
Es el contenido del Apocalipsis la
Revelación de Jehová a Jesucristo. De Padre a Hijo. Juan, según lo escribió,
recibió el Apocalipsis por medio de “señales” que le presentó un ángel, cuyo
nombre y rango jamás es revelado. ¿Qué significado tienen dichas “señales”?
Según el griego original, la palabra traducida “señales” es sēméion, y
significa signo, indicio, un fenómeno o una acción que representa a otro
objeto, fenómeno o acción, que puede ser presente o futuro. Una señal es un
símbolo, una representación de una realidad.
Y es que Juan es quien VE lo que
se le muestra por medio de imágenes y representaciones simbólicas. Por cierto,
que el verbo griego “ver”, aparece en el libro de Apocalipsis 47 veces, de las casi
60 veces que aparece este verbo en todo el Nuevo Testamento, lo que indica que
Juan realmente fue un observador de visiones, lo que él vio, fue lo que
describió en su libro. El Apocalipsis es el registro escrito de lo que Juan vio
y oyó en Patmos, por medio de lo que se le mostró. No fue el producto de su
imaginación, o alucinaciones. No estuvo nunca bajo el efecto de una droga
psicoactiva, como el LSD, la ayahuasca o la dimetiltriptamina, agentes que son
capaces de crear estados alterados de consciencia. Juan, lo que vio, lo observó, fue la manifestación
sobrenatural de imágenes percibidas en su mente, mientras estaba despierto,
imágenes que quedaron grabadas en la mente Juan, sin alteraciones. Juan pudo describir
y registrar lo que vio en sus propias palabras.
Procesamiento de la ayahuasca, planta con propiedades psicoactivas |
Esto nos lleva al punto de
considerar, ¿qué es el Apocalipsis? El nombre griego Apokálypsis, significa “descubrimiento” o “revelación”. Es un nombre más que adecuado para una información que
muestra asuntos y acontecimientos que, desde la perspectiva de Juan, ocurrirían
en el futuro, y que hoy día, podríamos decir que los estamos viendo y viviendo.
El Día del Señor
Por inspiración llegué a estar en el día del Señor
Revelación 1:10
La expresión “Día del Señor”, sólo
aparece en el Apocalipsis en el capítulo 1 versículo 10. La inspiración, es la
del espíritu santo. Es decir, que el contenido de lo que Juan vio, oyó, y por
consiguiente escribió, estaba sellado y grabado con el sello divino. Era
verdadero, fidedigno.
Lo que Juan vio, provenía de Dios, el Dios de “tiempos señalados”. El Día del Señor es un período de tiempo “señalado” por Dios, en el que Jehová específicamente, ha predeterminado la ocurrencia de los sucesos, realidades y acontecimientos, simbolizados en las visiones del Apocalipsis. Ubicar el cumplimiento de las visiones del Apocalipsis antes o después del Día del Señor, sencillamente, conduce a error. ¿Por qué? Porque lo que Juan vio, corresponde a lo que sucede en el “Día del Señor”, únicamente en ese período de tiempo.
Lo que Juan vio, provenía de Dios, el Dios de “tiempos señalados”. El Día del Señor es un período de tiempo “señalado” por Dios, en el que Jehová específicamente, ha predeterminado la ocurrencia de los sucesos, realidades y acontecimientos, simbolizados en las visiones del Apocalipsis. Ubicar el cumplimiento de las visiones del Apocalipsis antes o después del Día del Señor, sencillamente, conduce a error. ¿Por qué? Porque lo que Juan vio, corresponde a lo que sucede en el “Día del Señor”, únicamente en ese período de tiempo.
Podemos entenderlo con un ejemplo
de la vida real: el período de gestación humano. Son 9 meses de gestación, pero
no son 9 meses o 40 semanas en las que suceden acontecimientos “lineales” en la
vida de ese nuevo ser. Cada día, cada semana de gestación, forma parte de un
proceso, uno que tiene principio y fin, con un resultado programado genéticamente,
y culmina con el nacimiento de esa nueva criatura.
Similarmente, el Día del Señor, es
ese período de tiempo, señalado por Dios, en el que se desarrollan las
realidades predichas en el Apocalipsis, como cumplimiento de un propósito: el
de Dios, como se indica en Efesios 1:9-11:
Pues nos ha dado a
conocer el secreto sagrado de Su voluntad. Es según su buen
placer, que Él (Jehová) se propuso en sí mismo una administración, durante tiempos
señalados, a saber:
Reunir todas las cosas
de nuevo en el Cristo, las cosas en los cielos y las cosas en la tierra. Reuniéndonos
en Cristo… según el propósito de Aquel que opera todas las cosas conforme
a la manera como Su voluntad dispone.
¿Cómo sucederían estas cosas? El
libro de Apocalipsis muestra el desarrollo gradual
de ese propósito de Dios, de reunir Cielos y Tierra en torno a una figura:
Cristo Jesús, como la expresión de la voluntad de Dios. Por ello entendemos por
qué el ángel que le muestra el Apocalipsis a Juan, le dice que el “dar
testimonio de Jesús inspira el profetizar”. El Apocalipsis tiene a un eje:
Jesucristo.
Juan es ubicado, por medio del
espíritu santo, en una realidad espacio-temporal definida, predeterminada por Dios, en la que suceden, inexorablemente, lo
sucesos y realidades que Dios ha establecido. Y esa realidad espacio-temporal
definida es el Día del Señor.
¿Qué sucede durante el Día del
Señor?
Sencillamente, todo lo que es
predicho en las visiones del Apocalipsis. Por ejemplo, las realidades de las
simbólicas 7 Iglesias, la apertura de los 7 sellos, el toque de las 7
trompetas, el sellado de los 144.000, la aparición de la gran multitud o
muchedumbre, la guerra en el cielo y la expulsión de Satanás y sus demonios, el
derramamiento de los 7 tazones, el juicio a Babilonia la Grande, de los reyes
de la Tierra y sus ejércitos, el abismamiento de Satanás, la resurrección de
los muertos y el reinado de mil años de Cristo.
Y durante este Día del Señor, hay una figura central: Jesucristo.
Jesús el Cristo en el Día del Señor
Juan conoció a Jesús el Cristo,
como un ser humano, como un hombre carne y hueso. También le conoció antes de ser el Cristo, y después de llegar a ser el Cristo, el
Mesías, bautizado por Juan el Bautista, recordemos que Jesús era primo de Juan.
Juan tenía una imagen de Jesús. De
hecho, Juan estuvo presente en aquella dolorosa tarde en la que el Mesías
murió. El recuerdo de ese Jesús moribundo, clamando en su agonía tan siquiera
por un poco de agua para calmar la sed, era imborrable.
¿Cómo sería Jesús el Cristo, con
TODA su GLORIA? ¿Qué aspecto tendría este Ser, Hijo de Dios, reinando en Su
GLORIA en los Cielos?
No podría ser la misma imagen, la
misma figura que Él conoció, de aquel carpintero de Nazaret. Definitivamente,
Jesucristo, en Su gloria celestial, no era como lo recordaba Juan. Tan
impactante fue para Juan ver a Jesucristo con TODA su GLORIA, que él mismo
reconoce que “cuando lo vi, caí como muerto a sus pies”. ¿Qué Jesucristo vio
Juan, que cayó desfallecido a los pies del Señor?
La descripción de Juan en Apocalipsis 1:10-18 nos muestra a este Jesucristo, el del Día del Señor:
La descripción de Juan en Apocalipsis 1:10-18 nos muestra a este Jesucristo, el del Día del Señor:
Por inspiración llegué
a estar en el día del Señor. Y oí detrás de mí una voz poderosa como la de una
trompeta, y me decía:
“Lo que ves, escríbelo
en un rollo y envíalo a las 7 iglesias, de Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis,
Filadelfia y Laodicea”.
Y me di vuelta, para
ver la voz que hablaba conmigo, y, habiéndome vuelto, vi 7 candelabros de oro, y
en medio de los candelabros a alguien semejante a un hijo de hombre, vestido de
una prenda de vestir que llegaba hasta los pies, y ceñido por los pechos con un
cinturón de oro.
Además, su cabeza y su
cabello eran blancos como lana blanca, como nieve, y sus ojos, eran una llama
de fuego. Y sus pies eran como el cobre fino, al fulgurar en el horno. Y su voz
era como el sonido de muchas aguas. Y en su mano derecha tenía 7 estrellas, y
de su boca salía una aguda espada larga de dos filos, y el semblante de su
rostro era como el Sol, cuando resplandece en su poder.
Y cuando lo vi, caí
como muerto a sus pies. Y él puso su mano derecha sobre mí y dijo:
No tengas temor. Yo
soy el Primero y el Último, y el Viviente. Llegué a estar muerto, pero, ¡mira!,
he aquí, que vivo para siempre jamás, y tengo las llaves de la muerte y del
Hades.
Este personaje glorioso,
resplandeciente, es el Jesucristo en
el Día del Señor. Juan estuvo presente durante la transfiguración de Jesús, en
la que “su rostro resplandeció como el sol, y sus prendas de vestir exteriores
se hicieron esplendorosas como la luz” (Mateo 17:2). Así que este Jesús el
Cristo es el Resplandeciente, Su rostro refleja el esplendor radiante de Quien
es el Hijo de Dios, el Sol. Jesucristo es superlativamente glorioso, y así se
manifiesta durante el Día del Señor. Su pelo blanco como la nieve, Sus ojos
llameantes y Su rostro como el Sol resplandeciente y Sus pies, exhiben la
belleza espiritual y corporal de Quien es Rey del Reino de Dios.
Esto nos obliga a mirar a otro Jesucristo, durante el Día del
Señor. No puede verse ni percibirse a Jesucristo en Su gloria
real celestial, con los mismos ojos con los que hemos leído los Evangelios. El
Jesús de los Evangelios es uno. El Jesucristo glorificado, Rey, Sumo Sacerdote a la manera de Melquisedec, es
otro. Es imposible, después de leer
esta descripción, seguirle viendo como un ser moribundo, sangrante. Este
Jesucristo no tiene corona de espinas, sino una de oro, de realeza, con un
Trono a la Diestra de Dios.
Hay tanto resplandor, tanta
gloria, tanta luz de parte de Jesucristo durante el Día del Señor, que
obligadamente, “todo ojo lo verá”, lo quiera la gente o no.
Este Jesucristo inspira temor
reverente, porque es Señor, para la gloria de Dios el Padre, Jehová.
¿Percibimos a este Jesucristo
glorificado, inspirador de temor? Su voz es como la de “muchas aguas”, y como
de una trompeta. Las muchas aguas, nos transmiten la idea que Jesús le dijo a
la samaritana, que quien bebiera de él, se convertiría en una fuente de aguas,
que impartiría vida eterna. Si el Jesús de hace 2.000 años tenía “dichos de
vida eterna”, ¡cuánto más tiene este Jesucristo glorificado, poderosas
declaraciones que nos dan luz, verdad y vida! Su voz de trompeta, como si tocase
un fuerte cuerno o schófar, nos incita a la acción, a prestar “más de la
atención acostumbrada” a la palabra profética de Dios.
Su cabello y cabeza son blancos
como lana blanca, como la nieve. Eso refleja sabiduría, la que proviene de una
vida larga, con la experiencia que dan los años vividos y lo vivido por Él. Jesús “aprendió la
obediencia por las cosas que sufrió”, por haber sido llamado Sumo Sacerdote a
la manera de Melquisedec. Lo que Él vivió antes de venir a la Tierra, y Su
proceder de fidelidad al Padre, tratando con lo humano, le facultaron para ser
un Sumo Sacerdote misericordioso, compasivo, probado en todo sentido como un
ser humano, pero sin pecado. Está
capacitado para enseñarnos a adorar al Padre con espíritu y con verdad, para
ayudarnos a eliminar de nuestro interior todo defecto y error que nos aleja del
Padre, y de la vida “que verdaderamente es vida”.
Sus ojos son una llama de fuego. Todo lo ve, nada se le escapa. Ve hasta lo más profundo de las emociones humanas. No es posible engañarle, o que Él no perciba la hipocresía y error de los falsos Cristos y Profetas. Sus pies como el cobre fino, reflejan el valor de una vida en la Tierra, dedicada al Padre, y a la obra que se le entregó. Recordamos cuando dijo “se ha realizado”. Sí, Jesús realizó todo lo que Su Padre le encomendó.
Sus ojos son una llama de fuego. Todo lo ve, nada se le escapa. Ve hasta lo más profundo de las emociones humanas. No es posible engañarle, o que Él no perciba la hipocresía y error de los falsos Cristos y Profetas. Sus pies como el cobre fino, reflejan el valor de una vida en la Tierra, dedicada al Padre, y a la obra que se le entregó. Recordamos cuando dijo “se ha realizado”. Sí, Jesús realizó todo lo que Su Padre le encomendó.
Esta descripción que da Juan del
Jesucristo glorificado, nos indica que hay mucho más de Jesucristo por
aprender, por conocer, y por imitar como seguidores de Él. La figura de
Jesucristo es eje central de nuestra vida. La pregunta es: ¿es Jesús el Cristo,
el eje central de nuestra vida espiritual, como nuestro camino para llegar al
Padre? Jesucristo glorificado tiene pleno poder espiritual como Rey y como Sumo
Sacerdote a la manera de Melquisedec, para generar esa nueva relación de hijos
e hijas del Padre. Ver y percibir a Jesucristo, glorificado, nos abre las
puertas del entendimiento y la consciencia de los secretos sagrados del
Apocalipsis, pues quién mejor que Él mismo para guiarnos en el entendimiento de
las cosas predichas.